¡Fidel muere! Pero su Cuba vive…
Tarde en la noche del 25 de noviembre del 2016, la prensa oficial de Cuba anunció el fallecimiento de Fidel Castro, quien lideró la revolución de 1959 que derrocó al dictador Fulgencio Batista. Para algunos, Fidel fue un héroe revolucionario que dedicó su vida a batallar en contra del capitalismo. Para otros, Castro fue un dictador anti-democrático que engañó al pueblo cubano, mató a miles de disidentes políticos, encarceló a sus oponentes y sometió a Cuba a la pobreza extrema. Como en todos los temas, ninguno de los dos extremos está totalmente correcto, y cada lado tiene sus argumentos válidos para la imagen que llevan de Fidel.
Lo cierto entre todo esto es que, aunque Fidel falleció, la Cuba que él construyó sigue viva. Cuando Fidel cedió el poder en el 2006, muchos analistas de la administración Bush predijeron que se desataría un caos masivo dentro de la sociedad cubana. No ocurrió. ¿Será que la Cuba que construyó Fidel ha crecido a algo que es mucho más grande que él? ¿Será que los valores y la institucionalización de la revolución han sido petrificadas en el estado y la sociedad cubana?
La contestación es que por la misma razón que no ocurrió una revolución popular en el 2006 es que no ocurrirá en el 2016 tampoco. Una gran cantidad de ciudadanos cubanos están relativamente satisfechos con los servicios sociales que se les provee, por eso de no conocer otra vida que la que Fidel les dio. Además, no es una revolución política lo que aclama el pueblo cubano, sino una reforma económica. Aunque muchos consideren a Cuba una dictadura, la realidad del caso es que Cuba trata de aparentar que no lo es, con una constitución radicada por el Congreso, que establece la política para la transferencia pacífica del poder, sea ejecutable o no. Cuando Raúl Castro tomó las riendas del gobierno en el 2006 al convertirse Presidente, lo hizo no sólo porque es hermano de Fidel, sino también porque la Constitución indicaba que como Vicepresidente del Consejo de Ministro de Cuba, se convertiría en Presidente.
Desde el comienzo de su presidencia, Raúl ha hecho su prioridad el modernizar la revolución para asegurar su sobrevivencia luego de que la era de Fidel llegara a su fin. Raúl reconoció que él no es Fidel, y que el gobierno de Cuba ya no cuenta con la legitimidad que proveía la figura de Fidel para mantener sus funciones. Reconoció que ahora su legitimidad depende de proveer servicios necesarios para la sociedad cubana, y actuar como un real Presidente que enfrenta las dificultades económicas, sociales y administrativas de frente.
Por tal razón, Raúl ha reconocido las dificultades de Cuba, ha hablado de la necesidad de reducir el rol y la nómina del estado, de diversificar la economía y las exportaciones con otros países e inclusive de permitir formas de debate en la sociedad cubana con el propósito de aparentar que le da una voz a los ciudadanos. Además, ha hablado sobre la necesidad de dejar de culpar a los Estados Unidos y al embargo por todos los problemas en Cuba. Esto fue aún más claro con la normalización de las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, quienes ahora muestran más interés en abrir relaciones económicas que el mismo gobierno cubano.
Por último, la administración de Raúl ha comenzado a introducir elementos del mercado capitalista en Cuba, como lo es los hoteles Starwood-Marriott en La Habana, el desarrollo de una economía de monedas foráneas en la industria turística, y el permitir que ciudadanos privados se conviertan en cuentapropistas. Estos cambios parecen insignificantes, pero para el pueblo cubano y la administración de Raúl, representan cambios significativos para satisfacer las necesidades económicas del pueblo cubano que no se daban bajo Fidel.
Por todas estas razones, la muerte de Fidel no representa nada más que precisamente eso, una muerte de un individuo importante en la historia nacional. No representa nada para la estabilidad económica y política de Cuba.
Al contrario de otros regímenes comunistas, el gobierno de Cuba no intentó enmascarar ni posponer el anuncio de la muerte de Fidel, sino que lo reportaron casi inmediatamente luego de su fallecimiento. Esto representa que, dado a los esfuerzos de modernización revolucionaria que se han llevado a cabo desde la transferencia del poder en el 2006, la muerte de Fidel se ha tornado casi irrelevante, referente a su potencial efecto político y económico; la Cuba revolucionaria que Fidel trajo al poder en el 1959, en los ojos del gobierno, sigue viva, saludable, y mostrando poco sentido de debilidad. Las decisiones en Cuba las ha tomado su hermano y su círculo de poder por la pasada década e inclusive éste ya ha declarado que Miguel Díaz-Canel, el actual Vicepresidente, tomará las riendas del poder en el 2018, lo cual lo convertiría en el primer Presidente de Cuba nacido luego de la revolución del 1959.
La muerte de Fidel constituye el punto final oficial de una era que había concluído hace una década atrás, una figura que ya aparecía más en las páginas de los libros de historia pasada que en las primeras planas del presente Cubano.