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La importancia de llamarse Carlitos Colón

Corría el 1973 y era sábado en la tarde. Como de costumbre, yo estaba solo en mi casa, mientras mi mamá trabajaba. Las tardes eran aburridísimas, dado que no tenía la libertad de salir a la calle sin supervisión. Por eso, la televisión era mi fiel compañera en esas tardes de encierro.

Buscando qué ver entre las poquísimas opciones que teníamos antes de la llegada de la televisión por cable, encontré un programa de lucha libre local. Me llamó la atención, dado que yo había aprendido a apreciar la lucha libre desde pequeño. Yo tenía cuatro o cinco años de edad a mediados de los años 60, cuando la televisión local ofrecía los sábados en la mañana el programa de lucha libre de la vieja NWA. El programa era en inglés, y lo narraba Gordon Solie, locutor que llegó al Salón de la Fama.

Aprendí a apreciar la lucha libre de la mano de mi abuelo, quien vivía casi como un ermitaño. Don Lorenzo había abrazado una forma extrema de religión en sus años dorados. Mi abuelo vivía alejado del mundo, sin leer periódicos o ver televisión. El único programa que veía era precisamente la lucha libre.

Con el tiempo comprendí por qué mi abuelo vivía fascinado con ese mundo de fantasía. La lucha libre, en su versión norteamericana, es un drama moral donde cuadras de luchadores “técnicos” y “rudos” representan las fuerzas del bien y del mal. La lucha libre refleja la vida misma, donde los seres humanos batallamos para sobrevivir, inspirados por nuestros valores. En la vida, al igual que en el cuadrilátero, los seres humanos enfrentamos oposición y tenemos que vencerla. Sólo quien vence la oposición puede tener una vida productiva.

En la lucha libre de mi niñez, los “malos” eran representantes de la Guerra Fría o vestigios de la recién terminada Segunda Guerra Mundial. En las cuadras de los malos abundaban los alemanes, los japoneses y los rusos. Por su parte, entre los técnicos o buenos abundaban las personas que representaban la vida limpia, como Jack Brisco, o las comunidades oprimidas, como el Chief Jay Strongbow. Claro está, la mayor parte de esos luchadores en la vida real no tenían absolutamente nada que ver con los personajes que representaban.

La llegada a la televisión puertorriqueña de Carlitos Colón y su grupo de luchadores en el 1973 se insertó en esa vena moral. Carlitos era el luchador técnico por excelencia, que enfrentaba a los marrulleros que representaban los instintos más bajos de la humanidad. El “Acróbata de Puerto Rico” luchaba no solamente por el mismo, sino por su familia y por su país. Cuando Carlitos estaba en el ring, llevaba a Puerto Rico sobre sus hombros, defendiendo el orgullo patrio contra luchadores “rudos” estadounidenses tales como Stan Hansen & Cowboy Bob Orton. 

Un desarrollo importante fue el momento cuando los rudos dejaron de ser extranjeros y la Capitol Sports Promotions cultivó sus propios luchadores perversos. Jamás podré olvidar la tarde cuando “El Rayo de Bayamón”, un luchador de pocos recursos en el ring, “traicionó” a Carlitos Colón en una lucha en pareja, convirtiéndose en el temible Barrabás. Así nació una de las grandes riñas en la historia de la lucha libre en Puerto Rico, una que trascendió el ring para convertirse en parte de la cultura popular puertorriqueña.

El sábado pasado, Carlitos Colón fue exaltado al salón de la fama de la WWE. Fue presentado por sus dos hijos y su sobrino, quienes han seguido sus pasos en el ring. Fue honrado por los mejores luchadores de la historia moderna, quienes le reconocen un lugar de honor al lado de leyendas como Bruno Sammartino y el inolvidable Pedro Morales. 

Mi hija, Paola Margarita, quien es toda una experta en la lucha libre a su tierna edad de 16 años, vio la ceremonia con interés. Al terminar el discurso de Carlitos Colón, quien primero habló en inglés y después en español, mi hija me dijo: “Me siento orgullosa de ser puertorriqueña”. Es interesante que una chica como Paola, quien nunca vio a Carlitos Colón en plenitud de formas, pueda comprender con claridad el mensaje de superación personal y orgullo patrio que el Acróbata de Puerto Rico siempre deseó transmitir. Esa es, pues, la importancia de llamarse Carlitos Colón.

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El Rev. Dr. Pablo A. Jiménez es el pastor de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en el Barrio Espinosa de Dorado, PR. http://www.drpablojimenez.com y http://www.prediquemos.net. 

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