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Trump demuestra que es un negociador exitoso

A pesar de que los congresistas demócratas dilataron la votación sobre el Acuerdo Comercial de EEUU-México-Canadá (USMCA, por sus siglas en inglés), finalmente fue aprobado por ambos cuerpos del Congreso. Se convirtió en otro logro de la administración Trump y en una promesa de campaña cumplida. Pasó más de un año, pero la opinión pública operó contra los demócratas, hasta que cedieron.

La renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés) era importante para cumplir con la agenda de reducir el déficit comercial, aumentar las exportaciones, atraer industrias a los EEUU y reducir el desempleo. El lema de campaña Make America Great Again (MAGA) incluye el aspecto económico. NAFTA no era buen negocio para los EEUU ni para Puerto Rico; este Tratado benefició a México significativamente, pero perjudicó la producción nacional y los empleos. Por eso, era necesario renegociarlo.

Hay una relación lógica entre renegociar acuerdos comerciales y medidas como la reforma contributiva federal y la defensa de la producción de combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas natural). El objetivo es fortalecer la economía americana, aumentar la producción y exportación, reducir el desempleo y el déficit comercial, hacer a EEUU independiente energéticamente y fomentar la reinversión con la reducción de impuestos.

No faltan los keynesianos y corporativistas que de todos modos atacan a Trump por el incremento de la deuda del gobierno federal. Sin embargo, esos mismos economistas, académicos, consultores, comentaristas, congresistas, entre otros promueven mantener el gasto público excesivo, emitir deuda y aumentar impuestos. No critican a Trump por la deuda que lleva décadas aumentando, sino por aprobar cambios como la reforma contributiva federal. Quieren el estatus quo, pero se quejan de sus resultados negativos. Más sentido tendría que favorezcan una mayor reducción de gastos acompañada de la reducción de impuestos.

Muchos demócratas coinciden con Trump sobre la conveniencia de renegociar acuerdos y tratados. Sin embargo, atrasaron la votación del USMCA, por razones político-partidistas y electoralistas. La votación en el Senado federal prueba que el apoyo es abrumador: 89 a favor y 10 en contra. Oponerse a estas medidas es algo temporero, para evitar que Trump se fortalezca, pero el tiro les salió por la culata, pues aumentó su apoyo en sectores que suelen votar por el Partido Demócrata.

Lo mismo pasó con la negociación bilateral entre EEUU y China. Trump logró la firma de la Fase Uno del Acuerdo Comercial con China, luego de recibir críticas constantes durante todo el cuatrienio. Desconfiaban de que fuera a lograrlo. Apostaban por su derrota. Decían que imponerle aranceles de forma recíproca llevaría a una “guerra comercial” con China. El resultado fue el esperado por Trump: si se quiere estar más cerca de un comercio libre, debe haber reciprocidad y hay que contrarrestar las movidas centralizadas del gobierno chino. La manipulación de la moneda, el imponer aranceles altos a los productos americanos, el robo de propiedad intelectual, entre otras acciones debían detenerse o reducirse. Por eso, Trump presionó a China económicamente con el aumento de aranceles de forma recíproca.

Lo que hizo Trump no es inmoral ni ilícito ni estúpido. Es sentido común. Puso a EEUU primero y demostró que la Nación tiene poder para persuadir. La economía de EEUU es su mayor ventaja, fortaleza y recurso para negociar. Con el poder económico se logra sancionar a los estados que promueven el terrorismo islámico y a los narco estados, como Irán y Venezuela. No es poca cosa recuperar la influencia americana mediante la fortaleza económica. Para ello, es necesario que el líder de la Nación, el Presidente, use la ventaja que le da presidir la principal economía mundial.

Trump se comporta como un presidente americano, valga la redundancia. Presidentes como Jimmy Carter y Barack Obama parecían líderes de un estado con una economía regular, no los comandantes en jefe de una superpotencia militar ni los principales representantes de un estado con poder político y económico.

El hecho de que los congresistas demócratas, que fuerzan un juicio político injustificado contra el presidente Trump, voten a favor de aprobar el USMCA es un excelente ejemplo de que en el fondo todo es un juego partidista y una competencia de relaciones públicas. Demonizan a Trump, pero reconocen que sus políticas son acertadas. Lo atacan por ordenar matar al terrorista iraní Qasem Soleimaní, pero saben que fue la decisión correcta. No lo admiten en público, pero a la larga ceden. Una cosa es politiquear y otra arriesgar la seguridad nacional y el bienestar general.

Aunque hay demócratas socialistas “democráticos” que no ponen a EEUU primero, todavía hay muchos demócratas con sensatez o con límites sobre cuánto dilatar lo inevitable. El USMCA no podía ser retrasado por más tiempo.

Se necesita que estos demócratas con sentido común contrarresten a los socialistas y a los cleptócratas de su partido para que no domine el espíritu autodestructivo y anti americano. Afortunadamente, Trump se perfila como el favorito para ganar la (re)elección presidencial, lo que le da más tiempo a los bluedogs democrats y a los demócratas prudentes para reorganizarse, ganar fuerza y recuperar al Partido.

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