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¡Qué bueno es estar vivo!

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Ese Eche…

Pega fuerte la muerte de un amigo.

La semana de las elecciones recibí una triste noticia que sólo fue portada en los corazones de muchos de los “mundanos” que quedamos por ahí.

Carlos Rubén Rosario, uno de “mis ex” (compañeros de trabajo) nos informó por féisbuc que Luis Echevarría -nuestro compañero del periódico El Mundo-, amigo y maestro del humor vestido de palabras, había fallecido en su hogar en Arizona mientras dormía, por complicaciones del Alzheimer.

Replico la noticia -que ya no es tan nueva, aunque siga siendo tristísima- para compartir penas con “los mundanos” originales que tuvimos la bendición de gozarnos las “Echevarradas” de Eche en el desaparecido periódico. Dicen que “penas compartidas duelen menos”. Por lo que a mí concierne, desmiento el dicho.

Replico también en beneficio de los “mundanos de segunda generación”, y de los que sólo lo conocieron como “ejemplo” en las clases de periodismo.

Si en aquella época, las columnas se hubieran llamado blogs, Eche hubiera sido el bloguero más leído y comentado del país por la perspicacia con la que estuviera sazonando sus suculentas, esperadas, y a veces temidas “Echevarradas”. Los acontecimientos actuales lo hubieran obligado a publicarlas diariamente.

No encuentro las “palabras del corazón” que le den sentido a tristezas agudas en caso de pérdidas. Por eso recurrí a otras voces, que con suma bondad y desprendimiento, me prestaron cuatro periodistas y editores que admiro y respeto: Gloria Borrás (editora y columnista en el Periódico El Mundo); Ruth Merino (periodista, columnista y editora en el periódico El Mundo, y luego, en El Nuevo Día); Helga Serrano (periodista, editora, directora de Mesa Ejecutiva del periódico El Mundo, editora del Centro Para la Libertad de Prensa de El Nuevo Día y profesora de periodismo en la Universidad de Puerto Rico, así como en la Universidad del Sagrado Corazón; y, Carlos Rubén Rosario (periodista puertorriqueño radicado en Florida y autor del blog “Como Te Iba Diciendo” https://www.facebook.com/CarlosRosarioPagan/

Hubiera querido pedirle “palabras del corazón” a las decenas de personas que tuvimos el privilegio y la bendición de coincidir con Eche al “ser vecinos de este mundo por un rato”, como dice la canción de Fernando Delgadillo.

Todas quedaron grabadas en la dimensión del mundo cibernético en el muro (“wall”) de la página de facebook de Carlos Rubén y en las de todos los que replicamos nuestra íntima primera plana de la semana de las elecciones.

Entre tanto testimonio y una compilación de “Echevarradas”, tendríamos un documento valioso de la historia del periodismo de unos cuarentipico años de finales del siglo pasado. Hilado paralelamente a la historia del país develaría lo que es nuestro lujo: haber conVivido profesionalmente con un maestro, y en términos personales con un ser exquisito que nos demostró de muchas formas la alegría de celebrar la Vida sin aspavientos.

Por lo pronto, sirva de embocadura lo que me han dicho Gloria Borrás, Ruth Merino, Helga Serrano y Carlos Rubén Rosario.

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Gloria Borrás:

“Fue lindo hablar contigo hace un rato. Ya estoy guisando la berenjena a fuego lento (como se cuece todo lo esencial en la vida, incluyendo la amistad). Y, en nombre de ella -la amistad- te escribo ahora para pensar en Eche, nuestro Eche.

“¿Que cómo lo voy a recordar? Tal como era: un agente encubierto de la paz y de la ternura; un soldado aguerrido a favor de la inocencia de espíritu. Fiel a su visión franciscana de vivir en humildad y darse en cariño a manos llenas. Manos limpias; mirada franca, voz dulce de concordia.

“Eche tenía agazapada en sus ojos la picardía de un niño travieso y le daba permiso de salir a jugar en sus Echevarradas. Y ya, luego, volvía a su estado natural… aquella clara e irresistible timidez. Iba por los pasillos de El Mundo (y de la vida) como en puntillas. Pero, su paso callado era un atronador testimonio de verticalidad que a todos nos conmovió siempre.

“Compartía lo que más amaba, que era todo lo que tenía, tan ricamente espléndido en su generosidad: “Compañera, aquí te grabé un cassette del Dúo Pérez Rodríguez… unos boleritos…” “Compañera, te traigo este cafecito Madre Isla de mi Adjuntas…”

“Compañero. Nos entregaste, tan suavemente, la más grande lección de vida. Nunca faltaste a tu cita con la solidaridad y el compromiso. Para tu familia, para tus amigos, para tu patria. Nos obsequiaste tu inmenso talento, la sencillez de tu bondad a toda prueba, el ejemplo de una mansedumbre que derrota todo vestigio de impureza humana.

“No serás un extraño ahora cuando te reúnas con los ángeles; tú siempre tuviste al día ese carnet de identidad. Y, como dice un viejo proverbio que “el agradecimiento es la memoria del corazón”, solo de digo hoy: Gracias, Eche.”

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Ruth Merino:

“Eche levantaba a veces la vista de la foto que estaba “cropeando” y me miraba con esa sonrisa dulce que lo caracterizaba.
“Compañera, ¿nota algo diferente?”, me preguntaba.
Sabía exactamente de lo que estaba hablando.
“Desde hace ya un rato…”, le contestaba.
Ambos nos divertíamos sabiendo que los únicos que advertían que el aire acondicionado no estaba funcionando a toda capacidad éramos nosotros. Los dos trabajábamos como correctores de estilo y diagramadores en la Mesa Ejecutiva de El Mundo. Corría el año 1969 y yo era una recién llegada. Eche y yo habíamos descubierto que teníamos algo en común: estábamos acostumbrados al frío y nos gustaba. Claro, Eche era de Adjuntas, el pueblo más frío de Puerto Rico, y yo era de Talcahuano, puerto del sur de Chile.
Recordaré siempre esa complicidad graciosa que nos unía. Y recordaré también el espíritu gentil de Eche, su humor fino y agudo y su talento como escritor y magnífico titulista.”

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Helga Serrano:

“Cuando tenía apenas 2 años de haberme iniciado como reportera en el periódico El Mundo, corría el 1968, me asignaron a la llamada Mesa Ejecutiva, en calidad de aprendiz de editora y titulista. La Mesa estaba constituida por periodistas veteranos y por Malén Rojas Daporta, la única mujer en aquel entonces. En el Viejo San Juan, había habido otra editora, Aida Zorilla, pero renunció al poco tiempo de mudarnos a la Avenida Roosevelt.

“En la Mesa hice amistad con Eche, y desde el principio fue uno de mis mentores. Era un excelente editor y como titulista era fuera de liga. Tenía una chispa única y un ingenio natural y especial, que hacía que sus titulares brillaran desde aquellas páginas sábanas. Además, era un ser humano excepcional.

“En aquel tiempo, se otorgaba un premio en metálico (no recuerdo cuánto) al mejor titular del mes. Este era seleccionado por un jurado, que presidía Miguel Ángel Santín, el subdirector del periódico. Había dos editores que casi siempre se llevaban el premio: Eche y Max Torres, otro talentoso periodista.

“Aprendí mucho de ambos y de los otros editores que nos daban cátedra diariamente. Fui muy afortunada de haber tenido esa oportunidad de aprendizaje, junto a compañeros de tanta valía”.

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Carlos Rubén Rosario:

“Con la partida física de algunas personas tenemos la sensación de que se muere un poco algo de nuestro ser. Me atrevo a asegurar que eso nos pasó a algunos con el deceso de quienes tuvimos el privilegio de contar con la amistad del periodista y escritor humorista Luis H. Echevarría.

“Hablar de Eche, como le llamábamos, es evocar la alegría de vivir, no solo la suya propia por hacer de su vida un continuo ejemplo para todos, sino por nosotros los que compartimos un poco de nuestras vidas a su lado.

“Cuando le conocimos en una redacción colmada de leyendas del periodismo, nos llevaba varios años de ventaja. Era lo que llamábamos “la memoria histórica” de la redacción, de esos que ya no existen en estos tiempos del “guguleo” y “Wikipedia”. A cada consulta, siempre tenía la respuesta precisa y si no, no descansaba hasta encontrarla. Así, poco a poco lo hicimos nuestro mentor.

“Quizás sin proponérselo -o tal vez con toda intención- nos dejó un legado que hoy merece ser recordarlo con alegría y entre risas, sin dejar a un lado la nostalgia de su partida.

“Eche nos dejó en testamento el recuerdo de sus esperadas “Echevarradas”, su columna semanal en la que comentaba la actualidad con su fino humor y que publicaba los martes el desaparecido periódico El Mundo. Sus escritos eran excusa para el saludo meritorio por parte de políticos, artistas, académicos y literatos que nos visitaban para alguna entrevista en la redacción.

“También nos dejó en testamento el disfrute de sus charlas o de algún comentario sagaz, punzante y preciso -dominaba ese “timing”- a lo que le seguían las risas. Así nos deja la ilusión de aún oírle en su voz pausada de grave acento y suaves tonalidades…

“Pero no todos son recuerdos: nos dejó en testamento lo tangible: un cúmulo de casetes con cantares que gritaban libertad a una América Latina que en aquellos años 80 estaba reprimida por dictaduras. Supongo que en su hogar disfrutaba pensar en nosotros grabando compilaciones musicales personalizadas que luego nos la dejaba sigilosamente en nuestros escritorios bajo el sello “Casetes Echevarría S.A. LTD” y con fecha, mes y año.

“Hoy, muchos conservan ese regalo tan particular aunque no queden grabadoras en donde escucharlos…

“Admirábamos su dominio para los títulos geniales en columnas de espacio reducido, de la traducción veloz y del arte de la diagramación en aquellos periódicos “sábana”… había que ver la ligereza con la que editaba a dos dedos en aquellas primeras computadoras.

“Eche era un caballero. Humilde en la grandeza de su ser y la nobleza de sus acciones. Tenía tranquilidad de espíritu. Jamás le oí hablar mal de nadie. Jamás le vi enojado. Y nos deja tantas enseñanzas…

“Habrá tenido el privilegio de vivir y a la hora de dar cuenta poder decir: “he dejado un legado, honré al amor, a mis amigos, a mi trabajo, a mi familia. He cumplido.

“Bienaventurados los artistas (músicos, poetas, actores, pintores, escultores, humoristas) que sobreviven en su obra y en la devoción de sus admiradores. Eche de seguro es uno de estos privilegiados, porque estará en nuestros corazones y en nuestro agradecimiento mientras nos quede a los que aún estamos la esperanza de ver mañana un nuevo amanecer.

“Eche amigo, no más écheme y llene”, te decía. Y hoy llenamos esa copa y brindamos por tu recuerdo y porque siempre habrá un poco de ti en el encuentro con cada amistad, en el acto de dar, en la simpleza del vivir y en ver con un poco humor todo esto que hoy nos evocas.”
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