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El traje [o tuit] nuevo del “colegial”

Por siglos, la sociedad ha desarrollado procesos de instrucción o formación que tienen como uno de sus objetivos transmitir los conocimientos entre diferentes generaciones. Parte de ese proceso de transmisión de conocimientos incluye tanto los conocimientos técnicos como los valores culturales. La idea de que se pueden resolver los conflictos mediante el diálogo, la mediación y la conversación entre partes con intereses encontrados suponen un avance en las sociedades democráticas cuando se compara con un proceso donde se busca solamente adjudicar culpas y mantener las cosas operando sin importar las consecuencias. 

Las universidades suelen ser focos donde se dan esos conflictos por el rechazo a aceptar los establecido por parte de sus juventudes. Ese rechazo a aceptar lo existente junto con el estudio sistemático de un asunto y la investigación, han dado paso a lo que ahora conocemos como innovación. Se innova en la medida en que se busca cómo mejorar respecto a lo existente ya sea en términos de tecnología, de técnicas, de comprensión del mundo y de formas de tomar decisiones. Por eso, las universidades, con sus choques, diversidad y contradicciones suelen ser espacios de mucha convulsión que dan espacio a nuevas formas de democracia y a nuevas formas de resolver los conflictos. 

Uno de los muchos retos de la comunidad universitaria es cómo combinar esos elementos para poder potenciar esas otras formas de resolución de conflicto y de práctica de la democracia. Las miradas que se han enfocado en reprimir nuevas ideas, suelen atarse con miradas autoritarias y anti-democráticas por replicar una y otra vez que “estos son los procesos que hay que seguir” sin dar margen al tiempo necesario para que un desacuerdo logre su camino. Esas aproximaciones represivas, aunque a veces causan grandes estragos y dolor, han sido superadas y sentenciadas por las cada vez más nuevas generaciones como algo que no se debe emular y como representativo del fracaso de quienes se vanaglorian de un puño de acero y una mano firme.

Fernando Picó en su ensayo sobre La Universidad Imaginada nos pregunta:

¿Necesita Puerto Rico una Universidad del estado? ¿No es acaso una institución peligrosa, donde se insinúan ideas subversivas, las imaginaciones crepitan, la duda religiosa se cultiva, el estudiante se politiza, y se pone en riesgo la salud moral del país? Alguno pudiera argüir que la Universidad ha sido necesaria porque es peligrosa, y ha sido peligrosa porque es necesaria.

Con estas palabras, Fernando Picó nos dejó de manifiesto que el cuestionamiento de la necesidad de la Universidad parece estar presente de forma constante. Pero eso no es nada nuevo. Hemos sido testigos de ello cuando vemos los discursos de la Junta de Control Fiscal al arrancarle el 48% de su presupuesto. También lo vimos anteriormente cuando se propuso en el 2010 quitarle una porción similar a su presupuesto. Defender la Universidad como proyecto colectivo, es una tarea que se debe hacer constantemente ya sea porque no se considera pertinente o porque no se amolda con las corrientes del mercado de la época. 

Ahora bien, ¿desde la Universidad defendemos la idea de la subversión y de conflicto con los estatutos? ¿O simplemente abrazamos el discurso de la Universidad innovadora para ponerla en un plan de unas cuantas palabras y para cuando aparezcan las agencias acreditadoras? Ahí, me parece, la cosa cambia un poco. Esa idea de abrazar la diversidad de ideas, de abrazar la subversión y el conflicto para construir nuevas formas de atender los desafíos no es algo que guste para ciertas personas en el componente administrativo. La idea de que los espacios democráticos son un problema, que los reglamentos son mucha burocracia [porque no le dan libre discreción] vienen como acompañantes tradicionales de que una sola visión de la Universidad debe prevalecer. Y desde ahí se devalúa la Universidad, se desacredita su rol democrático y la necesidad de cuestionarnos el orden actualmente imperante. 

No obstante, para ciertos gerentes, esa es la forma correcta de administrar. La mano dura les acompaña porque el objetivo más importante es demostrar que tienen razón. A veces por mantener un horario que muchos cuestionan, a veces por demostrar fuerza, otras veces por pescar un like en redes sociales o por poder regodearse entre su grupo de amistades. La intolerancia disfrazada de falso pragmatismo a veces se contagia cuando se observa de figuras senatoriales, honorables que sin mediar palabra buscan excluir a quien se atreva a disentir. Desde ahí, se echa por la borda, bajo un discurso de que es necesario el orden, lo que ha llevado años construir, sus espacios -hasta ahora- tibiamente democráticos, las experiencias formativas para construir ciudadanía y buscar formas colectivas de resolver los conflictos.

A fin de cuentas, para algunas personas la idea es ganar, ya sea al comunismo, al socialismo, al ateísmo, al feminismo o a tu comunidad universitaria. Y así se construye “un nuevo traje” para la rectoría, aunque se haga más pequeña la Universidad.

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