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REALIDADES

Todos los días nacen puertorriqueños en nuestra isla. Suman miles en un año. Se trata  de niños y niñas que advienen a una determinada circunstancia geográfica y a un ambiente cultural muy particular basado en el vínculo fundamental del idioma español. Forman una nacionalidad  hispano parlante y una etnia de blancos, negros e indios.

Esa es la realidad de quienes somos.

Por eso, no es descabellado afirmar que en Puerto Rico no nacen ciudadanos ‘americanos. Sin embargo, es esa condición  jurídica la que  identifica a los  boricuas desde que, en marzo de 1917 fueron desnacionalizados por la Ley Jones,  impuesta por los Estados Unidos con el propósito de asegurar la lealtad de  quienes habitaban el territorio caribeño   invadido por ese imperio anglo parlante.

La unión de estas dos culturas, ambas a considerarse civilizadas a tenor con el paradigma europeo, fue consecuencia de una guerra en la que triunfara  el imperio anglo sajón que procedió a imponerle a los invadidos su hegemonía militar, política, económica y cultural.

Los yankis no vinieron a liberar a los puertorriqueños en 1898 sino a hacerse dueños de su archipiélago de unos 8,500 kilómetros cuadrados desde donde ejercer una poderosa influencia militar y geopolítica sobre el Canal de Panamá y las naciones  centroamericanas y del caribe.

En cuanto a Puerto Rico,  se aseguraron de que la ciudadanía americana impuesta a los boricuas fuera una minusválida y se cuidaron de que  su otorgamiento no conllevara una promesa de convertir a esta   isla pobre e hispana     en un estado de la Unión Federal. Quedaba asi establecida una relación política colonial con la tranquilla permanente  de no permitírle  al puertorriqueño el derecho natural de ser ciudadano de su nacionalidad.

Es desde esta realidad y perspectiva histórica que  los puertorriqueños tenemos que enjuiciar el esfuerzo

anexionista y su veneración por los signos vitales  ideológicos del imperio norteamericano. Porque a pesar de más de un siglo de pesares políticos, económicos y culturales, la nación puertorriqueña ha resistido el embate asimilista multifacético del ‘americano’ siempre poniendo por delante el tesoro de nuestra lengua . En Puerto Rico se habla español.

Esa es una realidad incontrovertible. 

Eso muy bien lo saben los congresistas de mayor rango y sapiencia en las cámaras legislativas de Washington. Y lo sabe el presidente y su gabinete por lo que ir a ellos con el cuento de que Puerto Rico es un país bilingue es hacer el ridículo.

Quienes tienen que evitar hacer el mayor de los ridículos son aquellos puertorriqueños que minimizan el prejuicio racial  de unos ‘americanos’ fundamentalistas  religiosos    y otros elitistas del excepcionalismo que no les interesa nuestra patria y mucho menos  imaginársela como el Estado 51 de su GRAN NACIÓN.

Líderes como Pedro Pierluissi, Romero Barceló, Fortuño y Rivera Schatz, inconformes con sus orígenes y dudando de su valía,  confían ingenuamente  en la solidaridad de sus conciudadanos del norte ( nada de compatriotas) llegando al extremo de mendigar la Estadidad para Puerto Rico. ¿Estadidad para que? ¿Para vivir mejor?  ¿De más limosnas federales? No duerman de ese lado porque  en la realidad del capitalismo ‘americano’ la dádiva es anatema.    

Mientras los estadoístas niegan la realidad de una nación puertorriqueña  venteando su bandera de las cincuenta estrelllas, el grueso del liderato estadolibrista niega la realidad de su colonia constitucional.

Y todos los días nacen en nuestra isla nacionales puertorriqueños.

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