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Malos ejemplos

Las campañas eleccionarias en los Estados Unidos se han convertido en un carnaval de vulgaridades e insultos que proyectan de esa nación muy malos ejemplos de conducta y ciertamente sugieren la influencia de un electorado mal educado y afectado por ideas y creencias matizadas por el racismo y otros prejuicios.

Malos son los presagios para el fin de un 2016 que culmina la jornada presidencial de Barack Obama con un año de convulsión social como nunca se había visto en ese país. Todo esto mientras Wall Street celebra con alegría la salud fiscal de su Dow Jones.

La caricatura que hace un año fuera la candidatura de Donald Trump para la presidencia de los Estados Unidos se ha convertido en una tragedia cuando el Partido Republicano lo acaba de nominar para enfrentarse a la candidata demócrata Hillary Clinton en las elecciones de noviembre. El solo escuchar a Trump tildar de pilla (crooked) y mentirosa a Hillary sugiere su incapacidad para ser la máxima figura ejecutiva de la nación más poderosa del mundo.

En la Convención del GOP en Cleveland llegaron al extremo de pedir a viva voz el encarcelamiento de Hillary Clinton. No hay manera de justificar la candidatura de Trump para ocupar la Casa Blanca. Su verbo destila resentimiento, imprudencia y estupideces y no hay indicios de que pueda haber en este personaje la sabiduría y sensibilidad necesarias para pensar que, una vez electo, pueda cambiar sus actitudes prejuiciadas y planes obviamente equivocados.

Así, pues, ante el mundo, Hillary Clinton se ha convertido en la única alternativa sensata para la presidencia de los Estados Unidos.

En Puerto Rico todavía tenemos que bregar con un Obama y un Congreso abiertamente indiferente a nuestros problemas fiscales y en vitrina para el mundo como un gobierno que, aún cuando predica y fotutea la causa de la libertad y la democracia, acaba de ejercer su autoridad imperial para desmantelar todo el andamiaje democrático que quedaba en el territorio caribeño. Desentendiéndose de cualquier responsabilidad por la deuda de $7.1 billones cuyo pago demandan bonistas y buitres del gobierno de Puerto Rico, los Estados Unidos han impuesto una junta federal de control fiscal de siete personas que, en efecto, SUSTITUYEN en gran medida la autoridad que los electores puertorriqueños adjudicaron con sus votos a nuestro gobernador y a nuestras cámaras legislativas.

Es la más burda agresión antidemocrática que jamás haya experimentado nación alguna. Agresión que amerita una resistencia férrea de nuestro pueblo porque viola, no solamente la dignidad del puertorriqueño, de la persona, sino de nuestra nacionalidad. Y en el proceso de tratarnos como chatarra, Estados Unidos se desentiende también del sufrimiento al que pudiera someterse a un pueblo que por 118 años ha sido su pertenencia en el Mar Caribe y una colonia que han explotado económicamente mientras jurídica y políticamente mantenían un control sobre nuestra vida y hacienda.

Malos son los ejemplos que nos llegan del norte; de una nación en guerra contra ella misma y en contra de medio mundo que tiembla ante la posibilidad de que en el 2017 tengan que bregar con un imperio liderado por un bárbaro como Trump.

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