Barack Obama anunció y pronunció un discurso respondiendo a las encuestas que enjuician desfavorablemente la manera en que el presidente de los Estados Unidos se ha venido enfrentando a la amenaza y ataques del Estado Islámico (ISIS).

Y una vez más sus argumentos y aclaraciones dejaron insatisfechos a los analistas políticos así como a buena parte del pueblo ‘americano’ y medio mundo que intranquila y ansiosamente esperaba mejores noticias.

Obama, cuya capacidad intelectual nadie cuestiona, no ha podido convencer a la gente, la suya y a la que no lo es, que ha sido un buen presidente particularmente si tomamos en cuenta que llegó a la Casa Blanca después de George Bush (43). Subrayo el contraste.

En el caso de ISIS, enemigo público número uno, no solamente de los Estados Unidos sino de toda la humanidad, hubo bastante de subestimación por parte de este presidente que lo llevó a distraerse en Ucrania y en otras latitudes mientras el monstruo del terrorismo crecía y sembraba el pánico en Siria e Irak dándole a su movimiento un ideario que incluía, ejército, reclutamientos en masa y hasta la promesa de califatos.

Esto fue lo que trajo la caja de pandora que Bush, Rumsfeld y Cheney abrieron en Irak donde Saddam Hussein era solo un villano local.

“We will destroy ISIS”, sentenció con firmeza Obama. Lo que no dijo fue como y cuando. Los ataques de sus miniejércitos han aterrorizado a los poderosos porque no hay manera de anticiparlos con certeza. Y no deja de preocupar in extremis a Washington el que la propaganda de ISIS, correctamente definida como un culto a la muerte, haya convencido a tantas conciencias jóvenes de tantos países.

El problema de resolución más complicada para Barack Obama es como distinguir entre ISIS y lo que algunos identifican como el islam radicalizado. Problema que en Estados Unidos y en muchos países sugiere el tener que rendirle cuentas a una población de millones de musulmanes que repudian la barbarie de ISIS y que son personas que contribuyen a la paz y al progreso de sus comunidades.

No son pocos los candidatos republicanos que pretenden la presidencia de los Estados Unidos tronando en contra del islam viendo como en cada masacre llevada a cabo por distintos grupos de terroristas asoma el perfil de algún musulmán. Obama se ha cuidado de referirse al islam radicalizado y trata por todos los medios de hacer ver que no se trata de causas hermanas. Y que hay un solo islam de gente buena.

Pueden imaginarse la vergüenza y el insulto que representa para esa modalidad religiosa el que un Donald Trump se llene la boca condenando su peligrosidad y asociándolos con un ejército, estado de criminales que asesinan indiscriminadamente y sin escrúpulos.

En todo esto hay un problema de URGENCIA porque mientras más tiempo pase sin que la coalición occidental haga mella o destruya el poderío bélico de estos desquiciados, así como su propaganda tecnológica, se propicia que se multipliquen los fanáticos seducidos por la enfermedad revanchista y el culto de la muerte.