Noquean a Donald Trump
Hillary Clinton hizo lo que tenía que hacer en el debate con Donald Trump: poner en evidencia la incompetencia del candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos.
Lo que para tantos analistas de la política era algo obvio, necesitaba confirmación para millones de electores estadounidenses ofuscados por las bravuconadas de Trump y sus exabruptos racistas tantas veces manifestados en discursos que reñían con los buenos modales y el nivel intelectual que se requería en la discusión de los temas de una campaña presidencial.
La exsecretaria de Estado se preparó para el debate y su parlamento en la polémica sorprendió a un Trump que, por primera vez, se vio batallando en la defensiva ante los ataques y las ripostas de la candidata demócrata. Fue tan “one sided” la contienda, que no amerita mayor análisis.
Lo que sí vale la pena discutir es la crisis sociológica que sufre una sociedad aterrorizada por la violencia, el racismo, el narcotráfico y las desigualdades económicas mientras, irónicamente, el Dow Jones rompe récords de alzas y el desempleo se mantiene en baja dándole al capitalismo salvaje “americano” un aura de santidad. Pero en los frentes internacionales, como en el Oriente Medio, Asia, Europa y aún en la América hispana, sobran las sombras de amenaza a la hegemonía del imperio norteamericano.
No obstante, un triunfo de Donald Trump (ahora menos probable) sigue siendo la mayor de todas las amenazas, no solo a esa hegemonía de Estados Unidos sino a la paz mundial. En eso estriba la importancia de lo ocurrido en el debate Clinton – Trump. El que diga que Trump ganó es un fanático.
Para Puerto Rico, lo mismo da Juana que su hermana. Barack Obama mantiene a Oscar López Rivera encarcelado y al pueblo puertorriqueño en sindicatura. El premio Nobel de la Paz, al firmar la Ley PROMESA, ha desmantelado nuestro gobierno en abierta violación de nuestro derecho a un mínimo de auto determinación. Ni Trump ni Clinton prometen que se nos devuelva algo de nuestra dignidad. Eso que es considerado inviolable en todas las constituciones del mundo civilizado.
La reacción de nuestra oficialidad gubernamental a este atropello antidemocrático es de inmediata sumisión al imperio de Washington. Y ni hablar del liderato penepé que podría estar imaginándose la manera como la Junta de Control Fiscal pueda ser un paso gigante hacia la anexión. Cosas veredes, Sancho Panza. Si alguien debe sentirse abusado y humillado por la sindicatura es ese puertorriqueño que atesora su ciudadanía americana, aun siendo de pacotilla, valorándola por sobre su nacionalidad. Puro lambeojismo oportunista.
Y Pedro Pierluissi, en una especie de maroma jurídica, adelanta la tesis de como ahora, bajo la Junta Imperial, nuestro comisionado residente en Washington pasa de soplapote congresional a una especie de Joker en la baraja de los siete magníficos.
Gane quien gane entre Trump y Clinton, el presidente se enfrentará a la crisis de una nación en convulsión y rodeada de enemigos íntimos en todos los puntos cardinales. Porque USA tendrá aliados por conveniencia y de ocasión, pero amigos, nacarile.
Y nosotros los independentistas puertorriqueños, los que ofrecemos el grueso de la resistencia a la Ley PROMESA, tenemos que unirnos en una cruzada de solidaridad por nuestro ideal, y el 8 de noviembre votar como una unidad ideológica por la independencia de Puerto Rico para, al lograr un mejor por ciento de los votos, establecernos como una fuerza electoral en crecimiento hacia la reconquista de nuestra dignidad y patrimonio.