Indiferencia
No les importa.
Al gobierno de los Estados Unidos no le importa la crisis humanitaria que pudiera agobiar a los tres millones y medio de puertorriqueños que ocupamos este pedazo de tierra llamado Puerto Rico y que ha sido su pertenencia por unos 118 años.
Al presidente Barack Obama no le importa el cautiverio de Oscar López Rivera en una prisión federal por más de la mitad de su vida por el supuesto delito de procurar el derrocamiento de un gobierno que mantiene a su patria en la esclavitud colonial.
Y ese no me importa de lo que les pueda pasar a los puertorriqueños o a lo que puedan querer o no querer, fue su sentir desde el primer momento de haber invadido a Puerto Rico en el 1898 hasta el presente. Y ha sido el sentir de todos los presidentes de esa nación y de todos sus congresos.
Retumba en mi memoria la famosa frase de Rhett Butler en el final de la película “Gone with the Wind”: Frankly, my dear, I don’t give a damn.
¿Racismo o pura arrogancia imperial?
Y a pesar de esos pesares obvios, todavía hay por ahí un par de milloncitos de boricuas pitiyankis rindiéndole pleitesía a los Founding Fathers y a una democracia constitucional que públicamente admite su perversión imperial.
La indiferencia que ha demostrado el gobierno de los Estados Unidos hacia lo que somos y queremos los puertorriqueños, aún con aquellos que atesoran el carimbo de su ciudadanía, raya en lo criminal y se ha tornado insoportable. Pero mientras el desprecio nos abofetea a extremos de que merece atención e intervención de organizaciones mundialistas capaces de pedirle cuentas al Imperio Yankee por mantener una colonia en el Caribe, los colonizados naufragamos en entretenimientos de primarias de todos los colores con miras a celebrar otro carnaval eleccionario en noviembre para seguir llenando el expediente del coloniaje.
Cualquier cosa o asunto sirve para distraernos y hacernos menospreciar la magnitud de la humillación que representa para nuestra nación el que el gobierno de los Estados Unidos nos imponga una sindicatura para sustituir el libre ejercicio de la voluntad y el poder de los puertorriqueños sobre su destino.
Puerto Rico vive su peor momento.
Pero no es porque no puede ser libre sino porque no quiere serlo.
¡Qué vergüenza!