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Lienzo de cobardía

Un Banco Gubernamental de Fomento al borde de la insolvencia y que busca desesperadamente allegar fondos para cumplir con un vencimiento de sobre $400 millones en mayo; un gobierno que le adeuda a sus suplidores la histórica cifra de sobre $2,000 millones; la posible creación de una junta de control fiscal sin necesariamente dotar a Puerto Rico con un mecanismo para reestructurar su deuda; y un sistema tributario que se ha quedado a medias, abonando a la incertidumbre fiscal que reina en el País.

Ese es el tétrico cuadro que encara el Puerto Rico de hoy. Un cuadro que muchos no quieren enfrentar, pero que tendrá consecuencias nefastas sobre todos los que vivimos aquí y también sobre aquellos que están fuera pero que están vinculados con la Isla  porque  han comprado bonos o porque pertenecen a la diáspora.

Un cuadro complejo que no se puede explicar en el  famoso y trillado  “arroz y habichuelas”.  Un cuadro que ni desaparece ni se soluciona con escoger un nuevo gobernante.

El cuadro de Puerto Rico es más crítico de lo que muchos quieren aceptar.  Las advertencias han estado ahí por años. Se sabía lo que venía. Se habló hasta la saciedad de lo que había que hacer para evitar llegar a este punto. Sin embargo, el tiempo pasó, mas las soluciones no se materializaron. Probablemente porque nadie quería salir ileso.  Los políticos de los diversos bandos querían seguir ganando elecciones y para hacer eso, se les hacía difícil hacer cambios radicales por el costo político que conllevaba. Los legisladores quisieron legislar para las gradas,  muchos de ellos sin querer entender las nocivas repercusiones de  promesas carentes de fuentes de repago. El sector privado criticó al gobierno y dio muchas ideas de qué hacer, pero a la  hora de cobrar impuestos, nadie quería ser tocado.

Así las cosas, el cuadro de Puerto Rico  no se hizo de una día para otro. Se vino pintando poco a poco con brochas de inmovilidad sobre un lienzo de cobardía. Durante los primeros 12 años de este milenio, le permitimos al gobierno emitir sobre $40,000 millones en deuda nueva para financiar las operaciones de un aparato público que ya no le servía adecuadamente a la ciudadanía. Pero nadie protestó. Nadie se tiró a la calle a exigir un cambio radical, fundamentado en la sensatez y  en la necesidad de transformar el  aparato público a uno que sirviera como facilitador del desarrollo económico y no a la inversa.

Nos acostumbramos a la errada noción de que, al final del camino,  alguien nos rescataría. Y como último cojín, si nadie nos venía a socorrer, teníamos la opción de montarnos en un avión y alzar vuelo hacia  una supuesta mejor calidad de vida. Esa ficticia noción de rescate gratuito y nuestras múltiples válvulas de escape, lamentablemente,  castraron  nuestra capacidad de indignación, de salir a la calle, de rechazar la retórica  y de exigir el Puerto Rico que merecemos.

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