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Detrás de la canallada crediticia

Ayer en la tarde llegó el día que muchos temían y que a toda costa se quería evitar: La degradación del crédito de Puerto Rico a grado especulativo o chatarra, cortesía de Standard & Poor’s (S&P).

Las implicaciones de esta movida trascenderán al sector gubernamental y salpicarán por doquier como agujas punzantes, haciendo huecos en los bolsillos de todos los puertorriqueños, ya sean empleados públicos, trabajadores del sector privado, empresarios, personas retiradas y estudiantes. Las cooperativas y la banca sentirán el impacto y se le hará más difícil prestar dinero.  A las empresas a su vez, se le hará cuesta arriba invertir y crear nuevos empleos, lo cual a su vez erosionará  los recaudos de Hacienda.

Y no podemos perder de perspectiva, que si bien el escenario que nos espera es uno duro y triste, el mismo se podría complicar aún más, considerando que todavía quedan dos casas acreditadoras por expresarse sobre el crédito de Puerto Rico. Incluso, S&P afirmó en su reporte que podría degradar aún más la deuda chatarra que ostenta.

¿Qué S&P fue injusto con Puerto Rico? Probablemente.  Pero no es la primera vez que una entidad que nos evalúa es más severa con la Isla que con los estados. Si tiene duda, pregúntele a cualquiera que trabaje en el sector farmacéutico en suelo boricua e indague sobre las inspecciones que le hace el FDA a las plantas de manufactura a nivel local versus las que realiza en los estados.

Sin embargo, ese argumento no nos llevará a ninguna parte. Como hemos mencionado en este espacio anteriormente, S&P tiene un problema de credibilidad ya que se le acusa de haber otorgado clasificaciones muy bondadosas a los instrumentos financieros que llevaron al mundo entero a la crisis financiera de 2007- 2008.  Incluso, el propio Gobierno de Estados Unidos ha demandado a S&P por esta razón.

Pero al mirar el lado “positivo” de la degradación, es medular señalar que,  lo que muchos pueden catalogar como una canallada crediticia, es una acción que nos obligará a ajustarnos a la realidad de Puerto Rico. 

No podemos seguir viviendo más allá de nuestros recursos, ni armando presupuestos que sencillamente no se ajustan a los ingresos del erario. No podemos seguir viviendo del cuento, ni pidiendo prestando pensando en que alguien o algo, al final, vendrá a socorrernos. No podemos cruzar los dedos y esperar por soluciones mágicas, porque la última no la paga el diablo, la pagamos todos nosotros. Y la factura, mi gente, nos acaba de llegar.

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