Después de la embestida ciclónica
El nivel de devastación que ha experimentado Puerto Rico tras el paso ciclónico de María arropó en desasosiego a una isla ya quebrantada por las múltiples fisuras económicas, políticas e ideológicas que llevaba arrastrando por demasiado tiempo.
Pero, para algunos, el caos provocado alrededor de todo Puerto Rico por el despiadado furor de María representa una oportunidad para comenzar desde cero y levantar a un país hecho pedazos.
Diversas voces ya vislumbran que el escenario actual representa una segunda oportunidad para sacar a flote a una isla inundada en una deuda pública que sobrepasa los $70,000 millones, lacerada por su estancamiento económico y que ahora arrastra sus pies recorriendo un sendero cuasiapocalíptico, a lo “Mad Max”, en el que las filas por comida y las trifulcas por diésel son la orden del día.
Ya los economistas, expertos y funcionarios han comenzado a barajar cifras y estimados de la inyección que podría llegar a Puerto Rico ante la urgencia de reconstruir y abastecer a un pueblo desnudo, desprovisto por el momento de luz y combustible, sediento de agua, desconectado por la vía inalámbrica e incomunicado por la ruta obstruida y el árbol caído.
Se escuchan cifras de $7,000 millones a $10,000 millones como posibles inyecciones que podrían llegar. Algunos estimados apuntan a que la reconstrucción del país podría requerir una inversión siete veces mayor que eso. Pero, independiente del dinero que llegue, si Puerto Rico no establece su norte y no deja claras sus prioridades para la reconstrucción a corto, mediano y largo plazo, puede llegar toda la ayuda del mundo y no lograremos sacar los pies del plato.
Puerto Rico tiene que crecer ante esta adversidad y lograr coordinar esfuerzos entre el sector privado, el gobierno local y federal, y toda la ayuda humanitaria que está llegando del exterior para lograr una restauración efectiva de una isla con un potencial de proporciones épicas.
Pero, para lograr esto, todas las facciones involucradas tienen que despojarse de sus egos, renunciar al protagonismo y evitar a toda costa las luchas de poderes que han erosionado la fibra y el espíritu de todo un pueblo.
El ciclón que pasó por aquí, con su perversa caricia, no fue poca cosa. Es difícil salir a la calle y no encontrarse con un relato que le erice a uno la piel o le arranque una lágrima. Una vivencia de alguien que perdió su casa, un anciano que bebe agua de la cuneta porque no le llega ni una gota a la montaña, de un pequeño negocio que no ha podido generar ingresos o de una familia que se ha tenido que ir de Puerto Rico indefinidamente por haberlo perdido todo.
Pero, si algo bueno debemos sacar de María, es aprender a abrazar para siempre ese sentido de urgencia al cual nos empujó esa traicionera tormenta.
No es secreto que todos queremos retornar a “la normalidad”. La ruta hacia ella será larga y dura. Aprovechemos ese empuje que nos ha dado María para reconstruir, pero esta vez, con el bien común como norte. Esa debe ser la ruta tras el huracán.