No es fácil irse
Cada quien tiene su opinión cuando el objeto de análisis es alguien que deja el terruño. Ese que aprovecha las poco frecuentes cenas a la mesa y anuncia a su familia que se va; que en una llamada le cuenta al ser querido que lo transfieren a Estados Unidos; que entre lágrimas que mojan el hombro del amigo al que abraza, le informa que se tiene que ir y no hay nada que pueda hacer para evitarlo.
Yo tenía la mía, hasta que me tocó convertirme en parte de las estadísticas de los que componen la diáspora boricua. Pensaba que quien se va toma la ruta fácil de poner “pies en polvorosa” para dejarle el reguero borinqueño a los que se quedan.
Pero ahora que me toca vivirlo debo decir que no es fácil irse. Ni siquiera en mi caso que, lejos de salir a aventurar, voy con la misión clara de abrir una corresponsalía para este medio de comunicación en la zona de la Florida Central para documentar la vida de más de un millón de boricuas que ocupan las calles perfectamente cuadriculadas de esta región.
Parto con mi trabajo y el respaldo de la empresa; con mi familia y un plan reporteril…pero dejo mi país, la cuevita…mi escritorio en la Redacción; mi casa, mi cercanía con “los viejos”; mi espacio en los “sábados de gloria”, esas tertulias con mis colegas periodistas que tanto me enriquecían en el espíritu.
Allí en Orlando, El Nuevo Día retoma un espacio para darle voz a gente talentosa que desde afuera podría extender una mano de auxilio a Puerto Rico; desde allí miraremos las vicisitudes de quien se levanta cada día con la misión de sobrevivir, de conseguir con qué dar de comer a su familia y pagar la costosa renta por un minúsculo espacio que comparte con diez.
Pero ahora será una mirada desde adentro. No a partir de la frialdad de las estadísticas; ni desde la lejanía de un testimonio anónimo y fugaz. Será desde la vivencia directa de uno que ahora será parte de esa población compuesta por unos que han triunfado, otros que han descubierto que el mundo mágico es una gran ilusión, y de aquellos que han protagonizado videos virales donde intolerantes lanzan improperios sin consecuencia, olvidando que ese país fue formado por inmigrantes que también buscaban una vida mejor.
Según datos del Censo, en el 2010 Florida era la casa de 792,952 puertorriqueños. Para el 2013, la cifra creció a 987,663. En el 2015, el Pew Research Center fijó en 1,006,542 la población de boricuas en esa península. El Pew Research Center en una entidad con sede en Washington que compila y analiza datos sobre tendencias poblacionales y sociales en Estados Unidos y el Mundo.
Y la cifra sigue creciendo sobre todo en esta fecha de verano, cuando las familias aprovechan el receso académico para empaquetar y salir.
No es fácil irse, dejar la hamaca donde leía en las mañanas bajo un tibio sol caribeño, para empezar de nuevo en un lugar donde cada tarde una instantánea tormenta se asoma con rayos y centellas. No es fácil escuchar a tu hijito de siete años preguntar por qué tiene que dejar sus amigos y el colegio que tanto ama. No es fácil ver a tu madre haciéndose la fuerte y como una gran actriz convencerte de que está feliz “pues es una gran oportunidad”, cuando sabes que por dentro se quiebra en pedazos.
No, no es fácil. Y aunque siento gran emoción por lo que promete esta misión, los sentimientos me golpean y me exprimen lágrimas con frecuencia.
Por eso, a manera de un exorcismo personal, plasmaré en este espacio algo de este complicado proceso de embarcarse al extranjero, contaré sobre mis interacciones con los “orlandorricans” y daré cuentas de sus tristezas y alegrías. Al final, también serán las mías.
Será una mirada personal, borincana y honesta.