Culpables
Cuando la próxima generación nos juzgue, que será pronto, seguramente se preguntará cómo lo hicimos para quebrar el país que nuestros padres y abuelos se preocuparon de construir con esmero y rectitud.
Confiemos que esa próxima generación será capaz de desenmarañar nuestros entuertos para reencaminar a Puerto Rico por la senda que las generaciones anteriores a la nuestra pretendieron llevarlo.
Nosotros, los de esta generación, no fuimos capaces de tomar el batón para mantener el buen paso de nuestros antepasados inmediatos.
En lugar de seguir construyendo, destruimos. Fuimos incapaces de seguir creando positivamente. Nos creímos que habíamos llegado a puerto seguro y que nos tocaba sacar provecho de los sacrificios de quienes nos precedieron.
Y cómo destruimos.
Los acontecimientos más recientes relacionados con la crisis fiscal puertorriqueña resultaban tan abrumadores que había olvidado un dato estremecedor que, en sí mismo, lo explica todo.
Lo trajo a la actualidad el director de política pública del Centro para una Nueva Economía (CNE), Sergio Marxuach, durante su testimonio en una audiencia del Comité de Recursos Naturales y Energía del Senado de Estados Unidos en torno a la crisis fiscal de Puerto Rico.
Se trata de lo siguiente: a pesar del pobre desempeño de nuestra economía, nuestros gobernantes –esos a los que nosotros elegimos en las urnas– triplicaron la deuda pública del País en apenas 15 años, a partir del 2000.
Ese año la deuda alcanzó la respetable suma de $24,000 millones, una tercera parte de lo que es hoy día. Repito, en 15 años.
Lo peor es que, según Marxuach, en los últimos 20 años más o menos, una “porción grande” del dinero que se tomó prestado hasta alcanzar los $72,000 millones que debemos actualmente fue usado para financiar déficits presupuestarios, cubrir gastos operacionales y pagar “barriles de tocino”, que no son otra cosa que dinero público para congraciarse con los electores.
Ahora no tenemos dinero para pagar la deuda, que tendrá que reestructurarse para que la próxima generación, y la siguiente, se hagan cargo de la responsabilidad que nuestra generación fue incapaz de cumplir.
Las generaciones venideras nos juzgarán y nos encontrarán culpables. Esperemos que no intenten justificarnos y que, en cambio, aprendan la lección y decidan seguir el ejemplo de nuestros padres y abuelos, no el nuestro.