El deporte honra nuestra nacionalidad
El deporte es una buena idea.
Lo es porque combina ejercicio y recreación a disfrutarse incentivado por una competencia reglamentada que, además de premiar el esfuerzo del atleta, lo lleva a compartir esa experiencia deportiva diseñada para promover solidaridad entre los participantes sin importar su nacionalidad, raza o creencias.
Con el tiempo, el deporte se ha convertido en un espectáculo visto por millones de aficionados que pagan por presenciarlo, tanto en las canchas, pistas y parques como por la televisión. Al comercializarse y elevarse a nivel de industria, el espectáculo deportivo genera una millonada de dinero, dándole visos de negocio.
Es así como el participante se profesionaliza haciendo del deporte que practica y domina su modus vivendi. Pero como he dicho antes, el dinero hace y deshace. Y pongo nuevamente el ejemplo del pelotero Albert Pujols, que de héroe millonario en San Luis se hizo solamente más millonario en Los Ángeles. Tendrá más dinero ahora, pero no es el mismo jugador que fue en San Luis, donde era un héroe. El dinero hizo más rico a Pujols, pero deshizo al héroe.
Por eso, tantas veces vemos como el factor económico se hace prioridad en la vida del atleta y se considera -por muchos- el mayor de los estímulos para practicar un deporte.
Ese fanatismo por tal o cual deporte varía de país en país, y así vemos como el fútbol domina las simpatías en Europa y América del Sur, mientras el béisbol lo hace en los Estados Unidos y el baloncesto se desarrolla en todo el Planeta. Y otros, como pista y campo, tienen su clímax en las Olimpiadas y juegos regionales.
Los Juegos Olímpicos es uno de esos súper espectáculos que, no obstante haber sido ideado para que compitan y compartan estelares del deporte en lo que sería una excelente experiencia de solidaridad, ha sido impactado por la variante comercial y el corolario repugnante de la trampa manifestada en el uso de drogas que violan las reglas de dopaje del Comité Olímpico Internacional (COI). Estando en juego el oro olímpico y el oro que no lo es, se despierta en el participante el ánimo de la codicia y el de esa fama y protagonismo que distingue al ganador.
Cuando Juan Antonio Samaranch, expresidente del COI, permitió que los atletas profesionales compitieran en los Juegos Olímpicos, abrió una caja de Pandora dándole vuelo precisamente a los bajos instintos de querer ganar a toda costa y aunque sea vulnerando los más elementales preceptos del “fair play’ (juego justo). El monstruo del egoísmo, la ambición y la codicia deforma la buena idea del deporte para convertirla en puro negocio para atletas y empresarios. Lamentable pero cierto.
A pesar de esos pesares, las Olimpiadas constituyen un evento muy importante para Puerto Rico y los puertorriqueños ya que se trata de un escenario de dimensión mundial desde donde hemos podido y podemos ejercer nuestra soberanía deportiva y proyectarnos ante el mundo como lo que somos, una nación. En 1948 se nos reconoció nuestra nacionalidad deportiva, y en nuestra primera incursión olímpica, el boxeador Juan Evangelista Venegas logró una medalla de bronce para su única patria, Puerto Rico.
Jenniffer González, líder política del Partido Nuevo Progresista (PNP), trata de restarle importancia a ese reconocimiento que nos ha hecho el COI y va aún más lejos por la ruta equivocada afirmando que siendo ciudadanos ‘americanos’, es lógico que, algún día, los boricuas pensáramos en representar a los Estados Unidos. Se equivoca. No es la ciudadanía ‘americana’ del puertorriqueño lo que valida y permite nuestra participación olímpica sino nuestra nacionalidad. Una nacionalidad que alcanzó su máxima expresión y gloria aquel 15 de agosto de 2004 cuando nuestro equipo de baloncesto venciera (por pela de 92-73) al “Dream Team” de los Estados Unidos. Estoy seguro que hasta Jenniffer González se gozó ese momento histórico.
Los Juegos de Río 2016 prometen problemas e irregularidades que van desde cuestionar la cualificación de la sede por ser un país azotado por la corrupción y la inestabilidad política hasta el desastre que ha sido la eliminación del equipo ruso de atletismo por razón de haber violado las reglas de dopaje. ¿Qué más podemos decir?
Los Juegos Olímpicos también fueron una buena idea cuando Pierre de Coubertin los organizara en el 1894 con el propósito de unir atletas y naciones en una magno acto de confraternización como obvia alternativa a las guerras. Pero los seres humanos han sido capaces de desvirtuar y pervertir las mejores ideas que hayan podido imaginárseles.
Sin embargo, el deporte ha honrado y honra a Puerto Rico. En estos momentos en que la crisis de identidad del puertorriqueño se acentúa ante la agresión anti democrática de Washington al imponernos una Junta de Control Fiscal para desmantelar lo que queda del gobierno electo en la Isla, ahora más que nunca, importa mucho nuestra presencia en Río de Janeiro a partir del 5 de agosto para reafirmar nuestra soberanía deportiva y nuestra identidad como nacionales de nuestra única patria.
Mantengamos viva y fuerte la resistencia y el repudio del coloniaje.