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Una esperanza nada exigente…

Andamos en estos días con una esperanza nada exigente, dispuesta a no morir con muy poco.

Nunca como antes la dimensión y el poder de la palabra han sido tan elocuentes, tan evidentes, tan incuestionables como durante los últimos diecisiete días, desde la mañana del 20 de septiembre cuando -en la plomiza claridad del amanecer- se hizo visible María con esa furia devastadora que hasta poco antes -en la oscuridad casi absoluta- había sido solo estruendo e imaginación.

Parteaguas en las vidas de todos los que navegamos la vida abordo de esta isla tan única, lo mismo en lo bueno que en lo malo, el huracán ha traído un torrente inagotable de experiencias que nos han obligado a replantearnos cómo nos relacionamos, no solo con los demás y con el cúmulo de cosas que pueblan nuestro entorno, sino también -y muy especialmente- con nosotros mismos, al tener que mirar la manera como enfrentamos situaciones tan adversas, tan cargadas de tensión, de ansiedad, de desesperanza, de desánimo, de frustración, de impotencia, de rabia, de indignación, de dolor, de desconsuelo.

En este nuevo e inesperado cauce, el proceso y su apalabramiento han sido algo consustancial, algo inseparable, al mismo tiempo causa y efecto, de momento esperanzador y al rato sombrío, según lo que leemos, según lo que escuchamos, según lo que pensamos, según lo que imaginamos, siempre con la palabra como materia prima, siempre con la palabra que nombra todo lo que somos y no somos, lo que pensamos, lo que sentimos.

Durante los últimos diecisiete días nuestras vidas han sido una sucesión galopante de altibajos emocionales definidos en buena medida por el tono, por el talante, por la textura, por el espíritu de ese apalabramiento que narra esta inescapable realidad trasmutada en una opresión casi insoportable que se ha asentado en algún lugar de nuestro interior, en el centro del pecho -densa, pesada- recostada sobre el corazón.

A veces -muy brevemente, muy de vez en vez-, ese agobio se aligera y un fugaz resplandor de optimismo es posible al leer o escuchar la más mínima noticia que apunte en esa dirección, con una esperanza nada exigente, dispuesta a no morir con muy poco… con una esperanza que -para todos los hijos de esta tierra- ha sido puesta a prueba como nunca antes… con una esperanza que -tropezado y dibujada en las palabras- se resiste a olvidar que es posible volar.

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