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Lo que me ha dado el apagón…

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Ante lo inevitable del tema del apagón, no me apetece repetir todo lo que ya se sabe, replicar todo lo que nos dicen sobre las razones, repartir culpas, señalar posibles responsables, descargar en alguien el sentimiento de rabia y frustración que nace, no por el hecho mismo de llevar alrededor de 48 horas sin servicio eléctrico y de agua, sino fundamentalmente por las circunstancias que lo precipitan, por el golpe de realidad que nos da en la cara y por la incertidumbre enorme que plantea la obvia fragilidad e inestabilidad de la infraestructura de la “Autoridad Donahue de Energía Eléctrica”.

Al cabo de dos días de intentar vivir sin lo que se suele dar por sentado en lo cotidiano -simplezas como el aire de un abanico, la frescura de una ducha, un vaso de agua fría, un café o una comida calientes- es inevitable para mí repensar en los valores que nos hacen ser lo que somos en lo individual y en lo social -valores que la inercia a veces nos hace perder de vista- y también en la diferencia inmensa que significa en situaciones así la actitud con las que se afrontan.

Y por eso, porque sé que mis actitudes hacen diferencia para mí y para quienes me rodean, es que tengo la certeza de que el apagón me ha dado mucho más que las cosas y comodidades que me pudo haber quitado y también que eso que me ha dejado es tan significativo y perdurable como trivial y circunstancial es aquello de lo que me privó.

¿Qué me ha dado este apagón?

Por ejemplo, la oportunidad de estar aquí, de estar donde estoy ahora, en estos momentos, escribiendo estas palabras, que no es en mi apartamento porque la electricidad llegó anoche y se fue esta mañana, sino de visita en la Redacción del diario donde pasé 25 años de mi vida, con personas que aprecio profundamente y lugar del que me despedí hace algún tiempo pero del que nunca podré irme del todo.

Por ejemplo, la oportunidad del silencio para estar un buen rato conmigo mismo, no porque no suela hacerlo, sino porque la inercia de lo que es urgente a veces distrae de lo que es importante.

Por ejemplo, el regalo de dos noches consecutivas de oscuridad casi absoluta sin más luz que la de una vela, dos noches consecutivas para mirar por encima del hombro y reflexionar en el camino recorrido. Dos noches consecutivas para pensar en lo que soy y en mis afectos, en los viejos, en los de siempre, y también en los nuevos. Dos noches consecutivas para intentar mirar hacia adelante y vislumbrar cómo podría ser ese sendero.

Por ejemplo, la inquietud de volver a leer La noche que volvimos a ser gente e imaginar por unos momentos a luz danzante de una vela -como quizá lo imagino José Luis González- que esa utopía es posible, que la metáfora de esa fiesta es viable, no ya para mí, pero sí para los que me preceden, para mis hijos y para mis nietos, para todos los de esas generaciones y las que le sigan.

Por ejemplo, el sosiego necesario para intentar una vez más vencer el vértigo de pensar en Daniel y en Zara -mis nietos- dentro de 20 años y en el mundo que les tocará vivir entonces, un mundo en el que muy posiblemente ya no esté yo y en el que -lamentablemente- seguirá habiendo políticos.

No son las circunstancias lo que nos define, sino la manera como las vivimos…

Maldecir no resuelve ni calma. Tampoco llenar los pulmones con el hedor que emana del consorcio Donahue-AEE.  Así las cosas, cada cual elige qué hace cuando no hay luz, cuando el menú es una lata de salchichas y hay que rendir un galón para la ducha.

Repito: inevitable el tema del apagón, pero prefiero reflexionar en lo que me ha dado. Cada cual elige cómo vive eso, cómo procesa lo que ocurre y lo que no ocurre y en qué piensa mientras recupera lo que suele hacernos olvidar lo que somos, lo que nos hace ser eso… lo que nos hace ser gente.

marioalegreb@estoeselagua.com

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