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El azul es de los nenes; el rosa de las nenas

El azul es de los nenes. El rosa es de las nenas. Los hombres son mecánicos. Las mujeres son secretarias. “¡Sé un hombre!” “¡Lloras como nena!”

Todas estas afirmaciones son generalmente aceptadas por la sociedad. Sin embargo, el rosa y el azul son simples colores, los mecánicos y las secretarias son oficios y llorar es parte de nuestra expresión de sufrimiento y exaltación. ¿Qué sucede, entonces, que las aceptamos como ciertas?

La manera de pensar de cada cultura se pasa de generación en generación a través de la educación, tanto formal como informal. La formal es aquella que se lleva a cabo en un salón de clases, mientras que la informal es la que se brinda a través de conversaciones en la calle, los medios de comunicación o este blog.

Es a través de estos procesos educativos que aprendemos que el español es nuestro idioma, que las cucarachas dan miedo y que nuestra comida es el mofongo. Así como nos enseñan lo antes mencionado, nos instruyen sobre qué color pertenece al hombre y la mujer y qué roles les toca en la sociedad. Esa construcción que se lleva a cabo se le llama género.

Hay que saber diferenciar, por esto, el sexo y el género. El sexo es aquel que viene en nuestra biología; nuestra condición de nacimiento. El hombre tiene un pene. La mujer una vagina. El género, por su parte, es toda esa enseñanza cultural que dice lo que el hombre y la mujer tienen que hacer.

Es en el segundo donde debemos trabajar. Esas expectativas de que el hombre no debe llorar porque es el sexo fuerte y las descripciones de la mujer como llorona, quejona y celosa por ser el sexo débil tienen repercusiones en cosas tan sencillas como en las conversaciones y cosas tan serias como el sueldo.

Tengo una amiga que es ingeniera. Se graduó con notas excelentes de una universidad muy prestigiosa de Puerto Rico y ostenta un excelente resumé. Su esposo estudió en la misma institución, tiene notas excelentes y un resumé del mismo calibre.

Lo lógico es que si una compañía los contrata, se les pague de igual forma. Sin embargo, a él se le ofreció un sueldo más jugoso que a ella. Esto es una consecuencia directa de ese pensamiento de que los hombres son ingenieros y las mujeres se encargan de labores domésticas y oficinescas.

Ahora bien, esto, que seguramente nos indigna, no se soluciona hablando con las compañías para que le paguen igual. Una manera efectiva y poderosa de resolverlo es a través de ese mismo mecanismo que nos enseñó que los hombres son fuertes y las mujeres débiles: la educación.

Por razones como esta es que es necesaria la educación con perspectiva de género. No, esto no significa que le van a enseñar a sus hijos a ser homosexuales. Se les instruirá a que el hombre y la mujer son seres humanos iguales que merecen los mismos derechos y se les debe tratar de igual manera. Se le dirá que no hay tal cosa como un sexo fuerte y un sexo débil; que una mujer puede ser mecánico y un hombre puede ser secretario; que el hombre no es una monstruosidad sedienta de sexo que puede forzar al sexo débil a complacerlo.

Si se le va a enseñar a su hijo a respetar a las mujeres y a su hija a respetar a los hombres porque son iguales, ¿qué razón hay para evitar la enseñanza con perspectiva de género?

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