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Devolverle el color a nuestra bandera

Jamás hubiese imaginado Antonio Vélez Alvarado, al crear la bandera de Puerto Rico en 1892, que 124 años más tarde se desataría una discusión de amplio margen sobre los colores de su obra artística. Uno o varios anónimos, sustituyeron por blanco y negro los colores blanco, rojo y azul de la bandera pintada en una famosa puerta de la calle San José del Viejo San Juan. La indignación no se dio puesto y apareció, con gran remonte, en comentarios, “status” y noticias. Muchos expresaron su tristeza por no haberse tomado una foto a tiempo en ese turístico lugar. Otros, incluso, tildaron el acto como terrorismo. Sin embargo, más allá de categorizar esta acción, que claramente es de protesta, debemos reflexionar sobre su significado.

En Puerto Rico sobran las razones para estar de luto. Podríamos vestirnos de negro por la muerte del Estado Libre Asociado, si es que alguna vez estuvo vivo; por el fallecimiento de nuestra democracia, al imponernos una Junta de Control Fiscal que poco le importa a quién beneficien los votos de los puertorriqueños; por los compatriotas que mueren día a día a causa de una rampante criminalidad; por la educación de tantos jóvenes que son partícipes de la deserción escolar; entre muchas otras situaciones. No debe resultarnos extraño, entonces, que alguien haya decidido pintar lo que entiende es la realidad de Puerto Rico. Ahora bien, creo que nuestros esfuerzos deben estar puestos en devolverle el color a esa bandera.

Debemos pintar nuevamente esas tres hermosas franjas que han ondeado más de una vez en eventos deportivos. Ahorremos el rojo de la sangre que se derrama debido a los crímenes del día a día. Estoy seguro que, a través de los diversos y numerosos recursos educativos con los que cuenta Puerto Rico, podemos detener los asesinatos que hasta el día de hoy ascienden a 333.

Devolvámosle el color al triángulo. Utilicemos el azul de una playa limpia, pública y accesible. Evitemos que proyectos como los de la zonificación especial de La Parguera nos decoloren la esperanza de poder disfrutar los hermosos recursos naturales con los que contamos. Pintemos el triángulo con el azul de un cielo libre de contaminantes como NALED, que sin autorización de la población puertorriqueña, asperjan los gobernantes sin importar sus consecuencias médicas.

Démosle el vívido blanco que caracteriza a la estrella y sus dos franjas. Utilicemos los papeles de una educación real, que no nos deshumanice, sino que construya mejores ciudadanos. Capitalicemos en el brillo de las estrellas, que solo podremos observar si no son tapadas por la contaminación, ya sea con cenizas de carbón o con gases tóxicos que libera nuestra sobrepoblación de automóviles, causada por un sistema de transportación pública deficiente.

En definitiva, puede que ese sencillo, pero profundo acto cale en la conciencia de más de uno de nosotros. Sin embargo, debe utilizarse como un llamado o una motivación. Que cada mañana, al levantarnos, nos preguntemos ¿qué haremos hoy para que mi Borinquén no esté de luto? Porque, aunque si bien es cierto que el gobierno y sus acciones nos han traído a este momento de la historia, también lo es que sobre los hombros de cada uno de nosotros recae la responsabilidad de devolverle los colores a la bandera.

 

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