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Puerto Rico y su quiebra colonial

 

Resulta desconcertante como Puerto Rico está ensimismado en comprender los síntomas de nuestra quiebra y cómo paliarlos. Existe una ausencia total de un debate sobre cuál es la enfermedad, para así curarla.

Debemos tener presente que nuestra quiebra no es solo financiera, sino que también es política, social, y económica. En fin, estamos ante una quiebra colonial. El colonialismo que padecen los puertorriqueños es la enfermedad, o, dicho de otra manera, el “pecado original” de la quiebra. Por ello, todo debate que no gire alrededor de cómo terminar con la enfermedad es inconsecuente y fútil. Lamentablemente, hoy solo reaccionamos a lo inmediato y urgente, siendo espectadores de un mal manejo de nuestro futuro.

El responsable principal de nuestra quiebra es los Estados Unidos, que nos somete a una relación política y económica inmoral, injusta, antidemocrática y discriminatoria que ha propiciado nuestra quiebra, y al mismo tiempo nos impide “desquebrar”. Resulta muy triste y patético ver todos los días a colonizados culpar de nuestra quiebra a los colonizados y no al colonizador.

Toda colonia, por definición, tiene adjudicado un papel de “apéndice” por la metrópoli. La economía colonial está al servicio de los intereses y el consumo de la potencia colonial, y por ello, no es productiva. La manera de sostener una economía colonial, no productiva, es por subsidios y préstamos.

Una economía colonial no puede ser productiva, ya que la colonia es incapaz de proteger y promover su sector productivo. Si pudiera, iría contra los intereses de la metrópoli. Hoy día, todos los países soberanos protegen sus sectores productivos. La ley colonial en Puerto Rico impide que podamos desarrollar una economía productiva, y si añadimos el trato discriminatorio por las leyes de cabotaje y el impuesto al ron, deliran los que se engañan de la posibilidad de progresar.

Lo mismo ocurre con el turismo en las colonias, que tienen como principal mercado el de la metrópoli, lo que limita su desarrollo. Mientras Puerto Rico sea una colonia norteamericana, y la mayoría de los turistas potenciales requieran un visado turístico norteamericano, y estemos sometidos a las leyes coloniales de espacio aéreo y marítimo, el turismo puertorriqueño no alcanzará los niveles de aportación económica de la mayoría de los países de la región.

Igualmente, ninguna colonia es democrática. Puede haber un sin número de elecciones, pero no existe democracia pues la metrópoli impone sus leyes sin el consentimiento de los colonizados. El padre de la democracia liberal, John Locke, señaló que hay democracia allí donde existe un gobierno con el consentimiento de los gobernados. Quien gobierna en Puerto Rico es los Estados Unidos, que impone su ley colonial aprobada por funcionarios no electos por los puertorriqueños, lo que rompe con todo principio democrático.

Otra característica de las colonias es que su principal fuente de empleo es el sector público colonial y no en el sector privado colonial. Al no ser la colonia una economía productiva, el sector privado es incapaz de generar los empleos necesarios. En una relación colonial, la potencia colonial interesa generar los empleos en la misma metrópoli, y los necesarios en la colonia para lograr un consumo de sus productos. Por ello, son irresponsables las comparaciones de la cantidad de empleados públicos en Puerto Rico con países soberanos o estados de la unión norteamericana. El despido de empleados públicos en una colonia es detrimental para la economía colonial pues el sector privado colonial es incapaz de absorberlos.

La economía colonial puertorriqueña ha sido siempre una economía subvencionada por ayudas, subsidios y préstamos para mantener artificialmente un nivel de consumo de productos fabricados o distribuidos por los Estados Unidos. Como toda colonia, Puerto Rico ha sido un mercado cautivo para los norteamericanos. Por ello, la casi eliminación de los subsidios norteamericanos condenó a Puerto Rico a subsistir de los préstamos lo que nos llevó gradualmente a la quiebra colonial que padecemos.

Lo más grave de nuestra quiebra colonial es que aquellos que han vivido siempre de la colonia, y no conocen otra vida, albergan ilusiones falsas de que la colonia es aún salvable o redimible. Son incapaces de reconocer que todo esfuerzo de revivir la colonia es inútil y que todas sus energías, pensamientos y sueños deben ir encaminados a un Puerto Rico soberano, democrático y productivo.

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