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El fundamentalismo islámico

El fundamentalismo islámico es un fenómeno contemporáneo que tiene un protagonismo cada vez mayor en los conflictos actuales en el que se encuentra inmerso el mundo musulmán. Se trata de un fenómeno ideológico-religioso con un fuerte componente político que arropa a las sociedades musulmanas aumentando sus adeptos e influencia. No hay la menor duda, que al continuar este ritmo nada impedirá su expansión.

Hoy día el fundamentalismo islámico tiene una presencia en todos los aspectos de la vida de los ciudadanos musulmanes del Mundo, especialmente en las asociaciones profesionales que son controladas por fundamentalistas. Paradójicamente, la mayoría de los líderes fundamentalistas son intelectuales, pertenecientes a la clase media, y educados en Europa y los Estados Unidos, que aspiran al poder político como camino para sustituir o formar parte de las elites tradicionales. El componente de lucha de clases y la lucha por el control del poder político son elementos importantes de este fenómeno político religioso, lo que lo complica y lo hace más peligroso.

El fundamentalismo en el Islam siempre ha existido, pero no debemos cometer el grave error de relacionarlo con el terrorismo o yihadismo islámico, que nada tiene que ver con religión o política.

Diversos factores han propiciado el crecimiento del fundamentalismo islámico. Las campañas de alfabetización en el mundo musulmán permitieron que cualquier musulmán pudiera leer e interpretar el Corán a su conveniencia e intereses. Igualmente, la caída del marxismo como ideología política y económica propició que muchos marxistas musulmanes encontraran en el fundamentalismo islámico una alternativa social al capitalismo. Además, el nacionalismo árabe como proyecto político al estilo occidental, no pudo responder a las necesidades sociales y políticas de la población empobrecida y salvaguardar la unidad e interés nacional. La corrupción, el autoritarismo y la represión de estos gobiernos apoyados por Occidente propiciaron el surgimiento de asociaciones y partidos políticos fundamentalistas.

Por otro lado, los programas de ajuste estructural económico y social del Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional degradaron las condiciones sociales del mundo musulmán. El desempleo y la pobreza catapultaron el extremismo islámico lo que explica el importante componente social de estos movimientos.

Los Estados Unidos (EEUU) tiene una gran responsabilidad histórica en el desarrollo y expansión del fundamentalismo islámico, ya que prestó un apoyo decidido a estos grupos durante la Guerra Fría. De esta forma,  podríamos señalar que el hijo se ha revelado ante el creador. Este es sólo un ejemplo que demuestra como desde el comienzo de la presencia de los EEUU en el mundo musulmán, sus políticas han sido erróneas y contraproducentes, al anteponer sus intereses nacionales a los de la estabilidad mundial.

Sin temor a equivocarme, puedo señalar que hoy los EEUU no tiene una política articulada y coherente ante el fundamentalismo islámico, ni tampoco contra el terrorismo. Las acciones norteamericanas hablan por si solas, lo que resta credibilidad a su política exterior y antiterrorista. Mientras por un lado dice promover la estabilidad y democracia en el mundo musulmán, el reflejo de sus acciones contradice esa política al apoyar incondicionalmente a Israel y gobiernos antidemocráticos árabes, además de mantener abierta la cárcel de Guantánamo y rechazar gobiernos árabes democráticamente electos. Es imposible establecer y desarrollar alianzas para el fomento de la democracia, el respeto a los derechos humanos y la lucha contra el terrorismo con Estados dictatoriales.

Existe en la sociedad musulmana una simpatía generalizada por el fundamentalismo islámico y sus principios. Occidente ha fallado en comprender este fenómeno y debe comenzar por aceptar que se trata de valores diferentes, y en ocasiones incomprensibles para la mayoría del mundo cristiano y occidental. Esta realidad ejemplifica como la ignorancia, la desconfianza y los estereotipos entre el mundo musulmán y Occidente agudizan la imposibilidad de un clima de confianza, estabilidad y paz.

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