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Servir sin evangelio no es amor

¿Realmente creemos a Dios, a su soberanía y  a su Palabra? ¿O creemos más en nuestra propia justicia?

Este mensaje, a manera de humilde consejo, quiero dirigirlo en primera instancia a creyentes, y a aquellos que promulgan y defienden la justicia social.

Nunca pongas por encima de Dios y de su Palabra, tus obras.

La mejor manera de que tu obra social o ministerio sea efectivo, es que todo se base en obedecer la voluntad de Dios, y no que sigas su propio criterio de lo que crees que es lo correcto.

Tu ministerio, por bien intencionado que sea, no está por encima de las escrituras. Si está en conflicto con la Palabra, no es de Dios.

Además ten cuidado a qué le llamas ser efectivo en el ministerio. Cuidado también que en un falso sentido de humildad, vayas a estar poniendo tu ministerio por encima de la vida en comunión en tu comunidad de fe, en contra de lo que nos enseña la Palabra. Ningún miembro puede decirle al otro, “no te necesito”, pues somos un solo cuerpo.

¿Es servir a la gente el fin, o es glorificar a Dios? Y glorificar a Dios con lo que hacemos, no es decirlo en palabras. Es que en el servicio, la gente mire y siga a Dios.

Si nos miran a nosotros esos a quienes servimos, y no a Dios, nuestra obra no sirve, no glorifica a Dios.

Si nuestro ministerio solo sirve a la gente en sus ‘necesidades’ y nos olvidamos  de hablarles de su principal necesidad, que es conocer la verdad del evangelio y venir a Cristo, en vano estamos sirviendo.

Estamos llamados a amar al prójimo como a nosotros mismos, pero equivocadamente hemos pretendido creer que amarlo es solo satisfacer sus necesidades físicas. “Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso” – 1Corintios 13:3.

¿Quieres un modelo correcto de lo que es un ministerio? Imita al Jesús de las escrituras. El que sí servía, pero nunca dejando escapar la oportunidad de glorificar al Padre. Siempre procuraba exaltar a Dios.

Las multitudes que alimentó cuando hizo los milagros de la multiplicación de los panes y los peces, fueron personas a las que enseñó la verdad del evangelio y las buenas nuevas de salvación. A los que sanó y libertó milagrosamente nunca los dejó solo con el milagro; les dio alguna enseñanza, o en otros casos, los amonestó a no seguir pecando.

Eso demuestra que el ministerio no está por encima del propósito verdadero al servir, que es glorificar a Dios apuntándolo a Él por medio de lo que hacemos.

Nuestras obras de ayuda al necesitado deben señalarlo a Él, no a nuestro ministerio, no a nuestra figura, ni necesariamente a nuestra congregación. Nuestras obras deben hacer que la gente lo mire a Él y desee conocerlo; que la gente desee tenerlo a Él y obedecerle.

Cuando servimos a la gente pero obviamos sutil o abiertamente el evangelio, lo que hacemos carece de sustancia y se convierte en los trapos de inmundicia de los que habló el apóstol Pablo.

Como iglesia debemos entender que servir al necesitado sin presentar el evangelio, lo puede hacer cualquier filántropo o cualquier entidad sin fines de lucro. Para ellos eso puede estar bien.

Pero nosotros tenemos un mandato de hacer discípulos, de predicar el evangelio, a la vez que cuidamos de los necesitados. Jesús puso especial énfasis en los pobres, viudas, huérfanos y presos. Pero no sigamos separando la Biblia en segmentos.

Él también puso énfasis en enseñar y predicar la verdad. Y lo hizo con un mandato expreso de ir por todo el mundo y predicar el evangelio a toda criatura (Marcos 16:15), e ir y hacer discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mateo 28:19).

Es en esta línea, que este mensaje también va dirigido a aquellos a quienes no se les ha alumbrado la luz del evangelio y no lo han podido comprender, o que simplemente nadie se los ha presentado.

Si solo suplir la necesidad fuera lo importante, Jesús tal vez hubiera complacido a los que pedían más señales como condición para creer en Él. O no le hubiera dicho a Satanás cuando intentó tentarlo, “no solo de pan vivirá el hombre”. O cuando libró a la adúltera de ser apedreada, no le hubiera dicho “vete y no peques más”.

A la samaritana que le pidió a Jesús, “dame de esa agua”, creyendo que el agua de la que habló el Maestro se trataba de un agua natural, Él le dijo, “Si supieras lo que Dios puede dar, y conocieras al que te está pidiendo agua -contestó Jesús-, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua que da vida” – Juan 4:10.

El resto de la conversación entre ambos da muestra fehaciente de que lo más importante en la vida no  es nuestra necesidad fisica de alimento, ropa y comida, y ni siquiera nuestra necesidad emocional.

“Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua, y el pozo es muy hondo; ¿de dónde, pues, vas a sacar esa agua que da vida? ¿Acaso eres tú superior a nuestro padre Jacob, que nos dejó este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y su ganado?  ―Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed -respondió Jesús-, pero el que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna” – Juan 4:11-14.

Cuando Jesús habla del agua con la cual se continuará teniendo sed, se refería a esas cosas básicas de las que el ser humano tiene necesidad. Fíjense que aquí Él no estaba enseñando que esas cosas sean malas o que no sean necesarias. No es que estas cosas no sean importantes. Es más, el mismo Jesús habló aclarando que el Padre sabe que necesitamos estas cosas, pero nos advirtió a no preocuparnos por ellas. En otras palabras, nos insta a poner nuestra confianza en Dios como proveedor.

Consciente de eso, Jesús solo le estaba diciendo a la samaritana que el que beba de esa agua volverá a tener sed.

¿No se le parece eso a lo que usted y yo hemos vivido cuando en ninguno de los bienes de este mundo llegamos a alcanzar plenitud?

¿De qué vale que sigamos alimentando al hambriento solo con comida y no le demos también el pan de vida? Sí, usted me dirá que ¿cómo va a hablarle del evangelio a un hambriento o un desamparado sin suplir la necesidad física? Claro. Hay ocasiones en que con hambre o en alguna otra necesidad, los sentidos de la persona no estarán prestos a escuchar nada.

Hay que usar el sentido común. Claro que hay que suplir esa necesidad primero. Pero aquí de lo que hablamos es que la necesidad del ser humano no es únicamente la física. Y ni siquiera es la más importante. ¿De qué vale tener el estómago lleno, contar con salud, gozar de bienestar emocional, pero que se pierda nuestra alma?

Muchos solucionan ese ‘problema’ con decir que después de su muerte todo acaba y nada importa. No es tan sencillo. Negar la verdad de la Palabra, del evangelio, no solucionará la realidad de que nos enfrentamos a una eternidad con Dios, o en el infierno. Esta es una palabra que muchos odian escuchar. Aun los que se hacen llamar cristianos pero no creen en la autoridad de la Palabra de Dios.

Como iglesia, sí tenemos el mandato de socorrer al necesitado con los bienes que necesite pero nunca se puede obviar presentarle el evangelio. Nunca se le puede negar o cerrar el paso a la verdad. Una verdad que en el caso de ese necesitado le traerá libertad.

Suplir la necesidad material sin presentarle el evangelio a la persona, sería como alimentar a un ciego con hambre pero no ayudarle con decirle que el camino que lleva, va rumbo a un precipicio.

La persona decidirá, en la medida que Dios toque su corazón y quite su ceguera espiritual, si recibe el mensaje del evangelio o no lo recibe. Pero a nosotros se nos pedirán cuentas cómo usamos los dones y talentos, y si cumplimos o no con los que nos manda la Palabra.

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