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La fe del débil fuerte

Hace un par de semanas expuse que la verdadera fe no es la que profesan algunos que pretenden negar situaciones reales que atraviesan, en aras de aparentar una fe que en el fondo no tienen.

Proclamar en todo momento que estás bien y ocultar tu verdadero problema, en lugar de fe es no ser honesto. Tristemente ese triunfalismo exagerado lo que hace es llevar a las personas a depender menos de Dios porque llegan a sentirse autosuficientes.

La situación por la que atraviesa una amiga a la que hace mucho tiempo no veo pero que en días recientes me escribió a mí y a un grupo de amigos para ponernos al tanto de su condición de salud actual, me motivó a retomar el tema de la fe, pero desde el punto de vista del humilde.

Ese que en su humanidad reconoce su debilidad y su imposibilidad, y prefiere continuar dependiendo de Dios aunque los resultados se tarden en llegar, o ni siquiera se materialicen. Esa es la fe verdadera. La que agrada a Dios.

Es una fe en la que, como ser humano, debe reconocer la soberanía de Dios y al mismo tiempo esperar en él. No con el ánimo de exigir, sino en la actitud humilde de clamar y esperar la respuesta del Señor. Ante los ojos del mundo, el que depende de Dios es visto como débil. Pero la realidad es que en Él somos fortalecidos y somos más que vencedores.

No todos entienden o pueden aceptar así las cosas de Dios. Muchos pretenden manipularlo. Como manipula el varón a la chica cuando le dice, ‘si de verdad me quieres, te acostarías conmigo’. O el supuesto amigo, que le dice al otro, ‘si quieres ser parte del grupo, tienes que fumarte esto, o darle un puño a aquel otro’.

¿Suena fuerte, verdad? Pero la realidad es que así mismo tratan muchos a Dios. Como los fariseos de la época de Jesús, y los maestros de la ley. Le pedían señales a Jesús, dizque para creer. Pero lo irónico es que las pruebas de su poder, los frutos de su obra, eran evidentes por donde quiera que pasaba. Pero ellos en su soberbia no lo querían aceptar porque nada de lo que Jesús exponía encajaba en sus mentes cerradas y amarradas a la religión.

Mi amiga ya ha pasado por varias operaciones. El cáncer se ha empeñado en pelear con ella. ¿Será porque ha visto su fe?

Sus letras en ese email son un tapabocas al ser humano malagradecido… al prepotente que se cree con autoridad de pararse delante de Dios y decirle lo que tiene que hacer. Pero mi amiga sigue glorificando el nombre de Dios, aunque todavía no vea la respuesta que espera.

Ella prefiere enfocarse en lo que Dios sí le ha regalado, y no se enfoca en lo que todavía puede que no haya recibido. Prefiere reconocer que Dios le regaló unos años más de vida. Para ella son como 20.

Por mucho, mucho menos de lo ocurrido a ella, hay gente que ha abandonado la fe. Le han dado la espalda a Dios, porque eran personas como ese maleante que le dice a su jovencita novia, ‘si no te acuestas conmigo, tú no me amas’. A Dios no podemos chantajearlo de esa manera. Mi amiga me ha dado una gran lección de lo que es fe. Es muy fácil decir que tengo fe cuando todo en mi vida marcha de maravillas. Pero, ¿y qué cuando hasta el respirar duele, y cuando el cuerpo solo da señales que contradicen esa poquita fe que parece quedarnos?

Mi amiga, a pesar de vivir esas circunstancias de dolor, y de la enfermedad, sigue agradecida de Dios y de la vida que le ha permitido vivir. Si me tocara describir su situación con el argot deportivo, ella está más que bendecida y agradecida con que Dios le haya permitido jugar unos innings extra. O por aquello de mantenerme en línea con el tema del momento, la Copa Mundial de fútbol, ella está muy agradecida por el tiempo añadido que le ha concecido el árbitro por excelencia.

Ella está consciente de que una actitud contraria, no sería agradable a Dios. Me imagino que se habrá hecho muchas preguntas a lo largo de su enfermedad. Tal vez le ha cuestionado a Dios. Tal vez no. Y sé que a Dios no le molestaría, porque de todos modos conoce su corazón. Y sabe de su obediencia y humildad.

Pero ella también sabe, como dijo en ese email, “que los milagros no se piden como las compras por catálogos“. Lo siento amiguita, no voy a completar la línea tal como la escribiste porque no voy a darle el anuncio gratis a la tienda que mencionaste.

Volviendo al tema,  no es que no se le puedan pedir milagros a Dios. En esos milagros Él se glorifica. Pero cierto que no es como una venta por catálogo. Porque aunque le pidamos a Dios algo, que no se nos olvide que él tiene la primera y última Palabra.

Escuché en una ocasión a alguien decir que la enfermedad de una persona en nada glorifica a Dios, y que por eso él no quiere que padezcamos enfermedad. Cierto que Él no la envía. Y aunque la enfermedad de alguien no lo glorifique, la persona que la padece sí podría y puede glorificar a Dios. ¿Cómo?

Pues precisamente, lo glorifica quien en medio de una tempestad como una enfermedad, puede mantener una actitud de gratitud, mirar las bendiciones a su alrededor y levantar su mirada al cielo parar dar gracias a su Creador. Eso lo glorifica porque da testimonio a otros.

Hebreos 11 presenta varios ejemplos de esos héroes de la fe que mantuvieron su confianza en Dios a pesar de que nunca llegaron a ver cumplidas sus peticiones. Pero pudieron soportar porque sabían que su recompensa en la eternidad sería mayor que lo que pudieran recibir aquí en la tierra.

“Fue por la fe que Abraham obedeció cuando Dios lo llamó para que dejara su tierra y fuera a otra que él le daría por herencia. Se fue sin saber a dónde iba.  Fue por la fe que hasta Sara pudo tener un hijo, a pesar de ser estéril y demasiado anciana. Ella creyó  que Dios cumpliría su promesa.  Así que una nación entera provino de este solo hombre, quien estaba casi muerto en cuanto a tener hijos; una nación con tantos habitantes que, como las estrellas de los cielos y la arena de la orilla del mar, es imposible contar. Todas estas personas murieron aún creyendo lo que Dios les había prometido. Y aunque no recibieron lo prometido lo vieron desde lejos y lo aceptaron con gusto. Coincidieron en que eran extranjeros y nómadas aquí en este mundo”. (Hebreos 11:8, 11-13)

Por esa misma fe, Esteban fue el primer mártir y soportó ser apedreado. La reacción natural hubiera sido maldecir a sus atacantes, pero solo una persona que ha sido sobrecogida por el amor y la misericordia de Dios, pudo hacer lo que él hizo; pedir que Dios los perdonara, como también hizo Cristo en la cruz. Ambos soportaron el dolor físico, porque más allá de esa realidad que vivieron en la carne, veían con sus ojos espirituales la recompensa que les esperaba.

Con esto no quiero llevar un mensaje de que ya no esperemos las promesas que Dios ha hecho para aquellos que creemos en Él y muchas de las cuales tienen cumplimiento aquí. Decir lo contrario no sería estar cónsono a la Palabra, que nos insta a clamar, a llamar y a pedir, y a hacerlo todo en el nombre de Jesús.

Pero también debemos hacer un balance y poner más nuestros ojos en el Señor, para que las adversidades de la vida, cuando vengan, no nos roben la certeza de que Dios nos ama y de que en Él nos aguardan cosas mucho más grandes que cualquier cosa material que podamos recibir en esta vida.

De hecho, sin fe es imposible agradar a Dios. Todo el que desee acercarse a Dios debe creer que él existe y que él recompensa a los que lo buscan con sinceridad. (Hebreos 11:6)

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