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El regalo tras la espera

La vida de Jesús como hombre mientras caminó en la Tierra, fue un claro ejemplo de que aquellos que le siguen y son receptivos a sus enseñanzas, obtienen de Él mucho más de lo que podrían esperar.

No se trata de buscarle por interés. Por ese interés es que muchos han dicho creer en Dios pero luego abandonan la fe cuando sufren la primera decepción o no obtienen el resultado esperado de su capricho.

Tengo que hablar así porque la razón por la que muchos han negado su fe después de conocer la Palabra, y después de supuestamente haber conocido a Dios, es porque realmente nunca tuvieron un acercamiento con Jesús. Solo se acercaron en busca de sus beneficios, de un milagro. Unos, tan pronto obtienen lo que quieren, se largan. Otros, en el otro extremo, si no obtienen lo que buscan, igual se largan.

Algo así como lo que ocurre con algunos hombres o mujeres que realmente nunca quieren comprometerse con la otra parte, y después que obtienen lo que quieren, dan la media vuelta y se marchan de la relación.

En cambio la Biblia muestra que aquellos que buscaban primeramente la justicia de Dios y su reino, como nos manda la Palabra que hagamos en Mateo 6:33, luego obtenían las demás cosas que Dios ha prometido. Por eso en ese pasaje Jesús habló de que no debemos preocuparnos por qué comeremos, qué beberemos y qué vestiremos. Él ha prometido que nos suplirá.

Uno de los milagros que Jesús hizo alimentando una gran multitud, muestra cuál debe ser la actitud correcta del ser humano cuando dice acercarse a Dios. La pregunta es si ¿se van a seguir acercando por los ‘panes y peces’, o porque realmente desean conocerlo y someterse a su voluntad?

Marcos 8:8 dice que “Todos los que estaban allí comieron hasta quedar satisfechos, y con los pedazos que sobraron llenaron siete canastas”.

Pero las palabras de Jesús a sus discípulos en ese mismo pasaje, varios versos antes, me deja saber qué tipo de corazón tenían las personas de esa multitud. Si bien es cierto que en esa época hubo mucha gente que también seguía a Jesús solo en busca de un milagro, pero no dispuesto a dejarse transformar, también hubo otros que sí lo siguieron y se convirtieron en discípulos. A la larga su recompensa fue mayor.

En Marcos 8:2-3 Jesús le dice a sus discípulos: “Siento compasión de toda esta gente. Ya han estado conmigo tres días y no tienen nada que comer. Algunos han venido desde muy lejos; si los mando a sus casas sin comer, pueden desmayarse en el camino”.

Me parece que las dos frases que subrayé arriba, hablan de que esas personas hicieron cierto esfuerzo. Y que andaban buscando algo más que un milagro. Querían escuchar y aprender más y más del Maestro. De seguro que esos que lo buscaron con un corazón desinteresado, habrán obtenido más de lo que buscaban, pues se habrán dado cuenta que las palabras de Jesús son vida, y transforman las vidas.

Esa multitud llevaba tres días con Jesús para que el Maestro les enseñara. En su búsqueda no solo lo encontraron a Él, sino que como añadidura, vieron un milagro. Pero el pasaje que citaré a continuación, es la otra cara de la moneda. “Los fariseos llegaron a donde estaba Jesús y comenzaron a discutir con él. Para ponerle una trampa, le pidieron que demostrara con alguna señal milagrosa que él venía de parte de Dios”. (Marcos 8:11)

Esto es ejemplo de cuando queremos que Dios haga prodigios y señales, o que se manifieste en nuestra vida, con el toque de un botón, y no por medio de una relación con él en la que debemos saber esperar, así como esperaron esas personas que llevaban tres días sin comer.

Hoy día hay personas que manifiestan su desprecio hacia Dios porque en un pasado, le pidieron algo y alegan que no les escuchó. Para ellos, su concepto de Dios, aun siendo soberano, es uno que tenga que sujetarse a sus peticiones y que debe responder tan pronto se le antoje a alguien pedir algo. Lo peor es cuando ese odio hacia Dios y hacia su Palabra y su Iglesia, tratan de pasarlo a otros en lugar de que cada quien viva su propia experiencia.

Pero peor que esto, es cuando los mismos cristianos nos hemos comportado de la misma manera caprichosa, creyendo que si declaramos algo con fe, Dios tiene que hacerlo. Si bien es cierto que la fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve, Dios no está sujeto a nuestras declaraciones. Sí es necesario que declaremos las cosas que no son como si fueran, pero la última palabra la tiene Dios.

Él por supuesto responde peticiones y las concede. Pero siempre que lo hace, es porque esa petición está en sintonía con su propósito, en acuerdo con su Palabra.

Si no fuera así, ¿por qué Santiago 4:2-3 deja ver que hay quienes piden y no reciben, porque piden mal? En otras palabras, muchas veces oramos mal. “Desean lo que no tienen, entonces traman y hasta matan para conseguirlo. Envidian lo que otros tienen, pero no pueden obtenerlo, por eso luchan y les hacen la guerra para quitárselo. Sin embargo, no tienen lo que desean porque no se lo piden a Dios.  Aun cuando se lo piden, tampoco lo reciben porque lo piden con malas intenciones: desean solamente lo que les dará placer”.

En otras ocasiones, las peticiones pueden ser realmente genuinas: la sanidad propia, provisión en medio de la escasez, salvación de un pariente que está en peligro de muerte por una enfermedad o accidente, etc. Entonces, si Dios hace el milagro, la persona agradecerá y reconocerá que es Dios porque hizo el milagro.

¿Pero cómo es la cosa? Si la petición no es contestada como esperaba, ¿ya no hay gloria ni reconocimiento de que Dios es Dios?

Eso me suena bastante caprichoso de parte de alguien que ose pensar que Dios se tiene que sujetar a todas y cada una de sus pretensiones. Dios no es un cajero ATH al que aprietas con un botón y te da todo lo que se te antoje. Igual que a un hijo no podemos darle todo lo que nos pide, porque estaríamos dañándole y garántizándole que no alcance madurez, Dios tampoco tiene por qué concedernos todo porque de la misma manera no estaríamos listos cuando lleguen la prueba, las crisis o los distintos retos de la vida.

Yo pregunto, ¿en este tiempo de desasosiego para muchos, no les vendría bien algo como lo que declara el Salmo 40:1-2?:

“Con paciencia esperé que el Señor me ayudara, y él se fijo en mí y oyó mi clamor. Me sacó del foso de desesperación, del lodo y del fango. Puso mis pies sobre suelo firme y a medida que yo caminaba, me estabilizó”.

¿Acaso no necesitamos en este tiempo, más que nunca, que Dios se fije en nosotros y escuche nuestro clamor? Pues creo que si la respuesta es sí, es tiempo de que yo decida, en primer lugar, dejar que Él se acerque a mí, dejarme renovar por Él y disponerme a cambiar mi vieja vida, pero sobre todo a dejarme discipular por Él. Y cuando yo le clame, saber esperar en Él.

Creo que ese esfuerzo es meritorio, máxime si la respuesta va  a ser que me saque de la desesperación que me puede estar asfixiando. Vale el esfuerzo de que espere en Él, si como resultado me estabilizará, o como dice otra traducción, me pondrá en un lugar seguro o me hará andar con seguridad.

¿No es eso lo que necesitamos, en vez de estar con miedo? ¿No quisiera usted poder conciliar el sueño y no seguir sintiendo el mismo miedo, a veces sin saber de qué o a quien le tiene miedo?

Pues sepa que ese no es su principal problema. El principal problema que debe resolver, es haber vivido de espaldas a Dios. Reconozca que ha fallado, que ha vivido alejado de Él. Reconozca que su vida necesita un cambio. Déjese alcanzar por Dios. Lo demás vendrá por añadidura, porque Él es fiel, porque Dios es bueno.

“Pidan a Dios, y él les dará. Hablen con Dios, y encontrarán lo que buscan. Llámenlo, y él los atenderá.  Porque el que confía en Dios recibe lo que pide, encuentra lo que busca y, si llama, es atendido”. (Mateo 7:7-8)

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