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Arrepentimiento y transformación

El centurión y los que con él estaban, se convencieron luego de sentir un terremoto, que ese Jesús colgado en una cruz era el Hijo de Dios. Y así lo expresaron (Mateo 2:54). A uno de los dos ladrones junto a su cruz, también le fueron abiertos los ojos luego de injuriarlo, y reconoció a quién tenía al lado, al Salvador (Lucas 23:39-43). La mujer samaritana, confrontada con su pecado (estaba con un hombre que no era su marido), reconoció luego que Jesús era profeta, y salió a contarlo a otros (Juan 4:7-19).

Otra mujer, sorprendida en adulterio, no pudo ser apredreada como pretendían los escribas y fariseos según la ley, pues el mismo Jesús intervino en su defensa y la instó a no pecar más (Juan 8:3-11). Zaqueo, hombre pecador, recibió la visitación del Maestro en su propia casa y sintiendo convicción de pecado prometió dar la mitad de sus bienes a los pobres y restituir multiplicado lo que había defraudado, dando Jesús luego testimonio de que la salvación lo había alcanzado, y que justo a pecadores como aquel fue que vino a salvar a este mundo (Lucas 19:1-10).

A unos que necesitaban sanidad les declaró ‘tus pecados te son perdonados’, demostrando que en ocasiones las aflicciones pueden ser consecuencias de nuestras transgresiones, pero sobre todo que el principal problema del hombre no es resolver sus situaciones de enfermedad u otros males, sino reconciliarse con Dios aceptando a Jesús y renunciando a su vieja vida.

Todo lo anterior da testimonio del amor y perdón de Dios, demostrando que sí es inclusivo, pero no bajo la definición de inclusividad del presente siglo. Hay perdón y salvación, sí. Pero esa salvación es para el que se arrepiente y reconoce su pecado, no para el que lo está ocultando, o peor aun, el que pretende creer y hacer creer que no hay nada malo consigo mismo.

“Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros. (1 Juan 1:5‭-‬10)

No puedo entender entonces, cómo predicadores o personas que se hacen llamar cristianos, pretenden adulterar y violentar lo que ya establece la Palabra de Dios, con tal de parecer simpáticos y creerse dueños del monopolio del amor. Sí, porque con tal de hacerse ver ante la opinión pública como personas de amor, han prostituido el evangelio al punto de que ellos quieren hacer más ancha la puerta que Jesús mismo advirtió que es estrecha.

Mateo 7:14 recoge sus palabras al respecto: “Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan”.

Jesús advirtió que esa puerta y ese camino son estrechos, no porque Dios sea excluyente, sino porque reconoce que muchos lo aborrecen, incluyendo a pastores, reverendos, y predicadores que tuercen las Escrituras para decir lo que a ellos les parece y no lo que verdaderamente está escrito. ¡Ay de ellos! Porque la condenación que les espera es peor que la que recibirán los mismos incrédulos.

Si Dios fuera excluyente, no hubiera sido tan claro en sus instrucciones, en su mandato. Esas ‘instrucciones’, lejos de ser condenatorias como algunos tienen por costumbre ver, son palabras de amor pues le muestran claramente el camino a todos. Lo que sucede es que a muchos no les interesa escuchar ni obedecer, como no lo hacen ni con sus padres, ni con las autoridades, ni con nadie a quien por su posición deberían rendirle cuentas.

Jesús es todo amor, pero es todo justicia. Y su perdón está disponible para el que lo acepta.

Pero su amor nunca puede ser predicado separado de su justicia, como tienen por costumbre algunos predicadores que se hacen llamar pastores o creyentes. Y no puede estar divorciado de la justicia, porque un Dios santo y perfecto no solo no quiere ligar con el pecado, sino que lo odia, y lo aborrece.

Mas su amor es tal, que desde antes de la fundación del mundo ya tenía la solución para restituir la relación del género humano con su creador, que por culpa del pecado quedó rota. Y ese plan fue el sacrificio de Jesús en la cruz.

Ese sacrificio no solo es ejemplo del inmensurable amor de Dios. Los predicadores superficiales se quedan hasta ahí; el amor de Dios. Pero es porque tienen un concepto malísimo del amor. Supongo que fueron o son de los padres que no disciplinan porque según ellos, disciplinar no es amar.

Ese sacrificio de Cristo en la cruz, es el mejor ejemplo de que el pecado es tan horrendo a los ojos de Dios, que requería que alguien pagara el castigo. Y ese castigo fue el que Jesús estuvo dispuesto a pagar por salvar a la humanidad. En otras palabras, que el pecado tiene consecuencias que hay que pagar.

Estos predicadores ‘light’ del siglo 21, que lo que buscan es generar simpatías y ganar adeptos, solo presentan el lado del amor de Jesús, y nunca predican el consejo completo de la Palabra de Dios. Nunca usted los oirá exponer todas las veces que Jesús expuso, denunció y apercibió contra la vida de pecado.

Mateo 18:1-7 es uno de esos ejemplos a continuación:

“Por ese tiempo, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: —¿Quién es el más importante en el reino del cielo?

Jesús llamó a un niño pequeño y lo puso en medio de ellos. Entonces dijo:

—Les digo la verdad, a menos que se aparten de sus pecados y se vuelvan como niños, nunca entrarán en el reino del cielo. Así que el que se vuelva tan humilde como este pequeño es el más importante en el reino del cielo. Todo el que recibe de mi parte a un niño pequeño como este, me recibe a mí; pero si hacen que uno de estos pequeños que confía en mí caiga en pecado, sería mejor para ustedes que se aten una gran piedra de molino alrededor del cuello y se ahoguen en las profundidades del mar. ¡Qué aflicción le espera al mundo, porque tienta a la gente a pecar! Las tentaciones son inevitables, ¡pero qué aflicción le espera al que provoca la tentación!”

La advertencia está para todos, incluyendo a esos falsos profetas de hoy.

Jesús sabía, como lo vivió en carne propia cuando caminó en la tierra, que aun la gente viendo sus milagros y prodigios, y aun con hechos que aun hoy respaldan su palabra, mucha gente escogería y escogerá reprocharlo, no seguirlo, taparse los oídos y renunciar a lo que en su interior, conocen que es verdad.

Todos, aun los que somos creyentes y hemos sido salvados de la condenación eterna por los méritos de Jesús en la cruz, no por nuestras obras, tenemos que arrepentirnos todos los días de nuestros pecados. ¿Cuánto más aquellos que le llevan la contraria en todo, en lo que hablan y hacen?

Todos somos pecadores. Los que creemos en Dios, seguimos pecando porque nuestra naturaleza está caída, pero el creyente verdadero (algo que solo Dios conoce si es verdadero o no), se duele cada día que le falla y peca contra él; y se arrepiente y le pide en oración que le continúe ayudando en su caminar hacia la santidad, hacia seguir mejorando su vida. Ese creyente verdadero, tiene esa lucha todos los días. No es secreto. Pero reconoce si su vida está mal. Y sabe que tiene que cambiar. Y espera en Dios que le ayude a cambiar. Y da pasos de avance, aunque en el camino caerá una y mil veces. Pero no teme al cambio, a la transformación, ni a su conversión. Al contrario, clama por ayuda porque sabe que si no es asistido por Dios, nada puede hacer.  Reconoce que separado de la vid verdadera, es una rama destinada para ser echada en el fuego como dice la parábola.

Hechos 3:18-19 lo advierte: “Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer. Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio”.

Por otro lado la persona no creyente en Dios, se deleita en su pecado. De hecho, está tan cómoda en su forma de vida, que se deleita en ella. No ve nada malo. Y empuja a que otros hagan lo mismo. Como lo hacen los falsos profetas y predicadores. Pero no tienen excusa contra la condenación como lo advierte Dios en su palabra en Romanos 1:18-20: “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa”.

Esas personas que rechazan el consejo de Dios y lo aborrecen, a nadie pueden engañar, y menos a Dios, haciéndose ver como inocentes. Pues incluso cuando escuchan el consejo y la Palabra de Dios que sus hijos les comparten, suelen responder con afrenta, desprecio e insultos contra los cristianos, contra la iglesia y contra Dios mismo.

Unos disfrazan ese odio y dicen que no tienen nada contra Dios, que admiran a Jesús. Pero nada que ver. Con sus hechos, demuestran su aversión hacia todo lo que tiene que ver con Dios, despreciando a su novia, la Iglesia. Esa misma a quienes muchos critican y señalan por sus imperfecciones como si ellos mismos fueran seres glorificados y perfectos. Pero esa misma Iglesia imperfecta, que muchos persiguen, insultan y critican, y que muchos insensatos, incluyendo personalidades públicas del pasado y presente, se han atrevido a pronosticar que desaparecerá, es la que Cristo declaró que ni las puertas del Hades prevalecerán contra ella. Así que si la muerte misma no puede contra la Iglesia, ¿cómo simples mortales pretenden acabar con ella?

¿Significa esto que todos aceptarán a Jesús, y a quienes prediquen de él? ¿O que la iglesia y los cristianos no sufrirán persecusión? Nada que ver. Pero en toda situación, Dios continúa en su trono y nada ni nadie, por más estrategias, esfuerzos, persecuciones o leyes, podrán detener su avance.

“Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán. Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo. Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Juan 24:9-14).

Por duro que parezca este mensaje, y por difícil de digerir que sean las palabras de Jesús cuando confronta el pecado, siempre su verdadero evangelio presenta la buena noticia de salvación y de que no hay razón para perderse pues él mismo ha hecho la provisión. Así que cuando Jesús señala el pecado, no lo hace para condenar, sino para avisar y para recordar que hay una manera de salvarse de la condenación que le vendrá a los que mueran sin él.

“Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:17-18).

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