El baile y la tercera edad
Dios ha sido bueno conmigo en todos los aspectos de mi vida, en especial me ha bendecido con mi profesión. Como maestro de baile he tenido la oportunidad de dar clases de baile tanto a niños como adultos, en especial a personas de la tercera edad; por lo que he podido comprobar que muchas veces la edad no es un impedimento para bailar y menear el esqueleto si se tiene el corazón y las ganas de hacerlo.
Llego a esta conclusión ya que hace aproximadamente dos años atrás fui contratado por una compañía de un plan médico para ofrecer clases de baile específicamente de Salsa a varios centros de envejecientes alrededor de la isla, con la intención de llevar un poco de entretenimiento y ejercicio a nuestros envejecientes. Cuando me contratan y me hablan de la idea me pareció genial ya que me pareció un reto y muy oportuno el momento para abrirme a otras experiencias.
A romper el hielo
Siempre que comienzo una nueva clase grupal no importa en el sitio que sea y los años que lleve en esta profesión, siento un poco de ansiedad de como seré recibido por mis estudiantes ese primer día. Porque creánme, no es lo mismo comenzar un curso que puede durar dos meses o más y en el cual “romperé ese hielo” con nuevos estudiantes varias veces al año, que romper ese hielo practicamente a diario como por ejemplo cuando visitaba varios centros de envejecientes en una semana.
Quizás parezca algo exagerado pero me preocupo por dejar una buena impresión ese primer día, tanto por mi forma de ser porque quiero caer bien como por el conocimiento que voy a ofrecer.
Recuerdo que mi primera clase fue en un centro en el pueblo de Guayama. Ese primer día llegué listo y motivado para dar lo mejor de mi, pero sobre todo dispuesto para “romper el hielo” entre mis nuevos estudiantes y yo.
Fue algo especial ya que antes de poner música comencé explicando lo que ibamos hacer en la clase, entiéndase el ritmo y conteo en salsa, como hacer paso básico, en fin, las características y detalles que siempre explico en una primera clase. Lo especial estuvo cuando puse música, ya que después de haber explicado todo lo que íbamos hacer ellos terminaron haciendo lo que les dió la gana, lo que sentían; y me pareció magnifico porque como la intención era que se lo gozaran aunque ignoraran todo lo que había explicado por mi estaba bien. En el próximo centro que me tocó visitar fue una experiencia más o menos parecida por lo que me vi obligado a cambiar de estrategia. Comprendí que no podía estar hora y media dando simplemente una clase de baile como estaba acostumbrado a darla, sino que tenía que convertir mi clase en una fiesta cada vez que visitara un nuevo centro. Y funcionó pero de qué manera.
Comenzó la fiesta
Mis primeras dos clases me ayudaron a crear la actividad perfecta para los próximos centros que me tocaban visitar, ya que apenas esto comenzaba porque tenía una gira por delante en varios pueblos de la isla.
Cambiar de estrategia fue lo mejor que hice. Cada vez que llegaba y me presentaba hacía la aclaración que yo no estaba allí para dar clases de baile, sino que íbamos hacer un viaje imaginario alrededor del mundo mediante el baile.
Y así lo hice. Comprendí que ellos no estaban allí para recibir una clase de baile, si ellos ya bailaban, a su manera, pero bailaban, por lo que no podía pretender cambiar su forma de bailar que han tenido por años en una hora y media que duraba la actividad.
El viaje imaginario consistía en bailar varios bailes de distintos países, tales como: Salsa, Merengue, Chachachá, Bachata, Tango, Pasodoble, Twist, Danza y hasta el “culiquitaca”. Así como lo leyó, si sabe que es el baile del “culiquitaca” sabe a lo que me refiero, y como gozaban. Hacíamos competencias entre hombres y mujeres a ver quién meneaba mejor la cintura, y les digo que ví de todo, tremendos bailarines.
Estuve aproximadamente un año llevando esta actividad a muchos puertorriqueños de la tercera edad, y aprendí que son personas que tienen una vitalidad y energía increíble, contrario a lo que uno puede pensar. Obviamente no todos tenían la misma energía pero igual los hacía gozar desde la silla. Fue una experiencia que me hizo ver la vida de otra manera, y es que cuando terminaba la actividad me iba con una gran satisfacción al ver esas sonrisas en sus rostros agradeciéndome ese ratito que les hice pasar y preguntándome que cuando volvía. Señal de que logré “romper el hielo”.
A ellos les doy las gracias porque cambiaron mi vida y les dedico este escrito. Experiencias así en la vida no tienen precio y le doy a gracias a Dios por eso.
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Hasta la próxima semana