El sonido del adiós
La sensación es muy extraña. Usualmente, un vuelo saliendo de San Juan un viernes al medio día iría lleno de pasajeros con ida y vuelta para dar un paseo, visitar un familiar, descansar o trabajar. Este es ahora el caso de unos pocos.
El resto abordaba con solo una ida en mano y como destino la búsqueda de una mejor vida. Se oyen sollozos, ladridos, los ‘por qué’ de los niños y los ‘hasta nunca, patria querida’ de abuelos y abuelas camino a pasar los últimos años de su vida en tierra desconocida. A pesar de todos estos abrumantes sonidos, se oye mucho silencio. Silencio de luto. Silencio de histeria. Silencio que grita destierro. Silencio que ansía oportunidades.
En ese preciso vuelo era pasajera con ida y vuelta, pero entre tanto ruido y silencio cuestionaba, arrinconada a la ventana, si la realidad que vivía la mayoría de mis compañeros de vuelo me tocaría en un futuro cercano. Observando la cantidad de equipaje sobrepeso que subía a nuestro avión, me trataba de convencer del trillado #puertoricoselevanta. Y en un corto debate interno concluí que cuando único Puerto Rico se está levantando luego del Huracán María es por las mañanas.
A 48 días del suceso, Puerto Rico se levanta por las mañanas aterrado de llegar a su trabajo y encontrarse con la noticia de que hoy sería su último día. Se levanta por las mañanas en busca de agua potable para que su familia pueda saciar su sed. Se levanta por las mañanas para buscar diésel para el generador que mantiene vivo a su hijo. Se levanta por las mañanas a llevarle comida a los vecinos que se les dificulta la vida sin luz eléctrica. Se levanta para vivir un día más sin poder pagarle la nómina a sus empleados o abrir su negocio familiar. Se levanta negado a aceptar este nuevo estilo de vida como algo cotidiano y normal. Se levanta para lograr sobrevivir un día más.
Para muchos la esperanza ya no es consuelo suficiente. Lo poco que nos hemos levantado ha sido tras un esfuerzo ciudadano. Lo triste, sin juzgar la decisión de nadie, es saber que entre mis compañeros de vuelo, iba parte de ese esfuerzo ciudadano. Y cuando ves papeles toallas volando, contratos sospechosos y un pobre desempeño por parte de quienes se supone asuman el liderazgo, te preguntas: ¿qué será de nuestra Isla si quienes tienen el interés genuino de levantarla se ven forzados a abandonarla?
Levantar a Puerto Rico ha estado en manos del tercer sector, compañías e individuos. Han unido esfuerzos, reestructurado sus planes estratégicos y actuando con rapidez y efectividad para salvar vidas y sembrar esperanza. Han respondido en la emergencia y se preparan para la reconstrucción identificando medidas para promover la autogestión y la sustentabilidad.
Son iniciativas y esfuerzos como estos los que me convencen de la capacidad que tenemos de levantarnos sin papeles toallas, contratos fatulos o la inacción que se percibe cuando andas por el centro de la montaña y son más las casas sin techo, que los toldos azules y son aún largas las filas para recoger agua de los manantiales a pesar de los riesgos que eso conlleva. Pero eso no debería ser la norma. Nos toca seguir levantándonos con los pocos recursos que tenemos, pero también nos toca exigir, fiscalizar e indignarnos.
El sonido del adiós ha sido algo cotidiano en la historia de nuestra Isla. Son muchos los que año tras año han tenido que sufrir el incómodo vuelo de ida hacia la incertidumbre y el consuelo. Si me lees hoy, quizás tienes un poco más de dicha que otros compatriotas. Esa dicha se debe transformar en ejecución, colaboración y reclamo. Por nosotros y por los que no pueden hacerlo. Quizás pronto nos veamos obligados a ser parte de las cifras, pero mientras tanto sigamos reconstruyendo para evitarlo. Escribamos un capítulo distinto en la historia de Puerto Rico.
Transformemos el sonido del adiós en el grito del renacer.