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El status imposible

La batalla por el status político de Puerto Rico ha acaparado la imaginación de nuestro país por más de 100 años. Las diferencias de opinión sobre nuestro futuro dividen familias, barrios y pueblos. Hasta hechos de violencia han ocurrido en nombre de las batallas políticas en la Isla.

Por eso nunca falta alguien que pierda su tiempo tratando de argumentar que mis columnas se inclinan hacia una u otra opción política. Pues para evitar que pierdan más tiempo en especulaciones estériles, permítame indicar cuál es mi opinión: Creo que el estatus político de Puerto Rico es un problema imposible de resolver.

Pasemos a analizar brevemente las opciones que se barajan en el país. Comencemos por la independencia, un noble estado al que debe aspirar cualquier nación. El problema es que en nuestro país esa opción nunca he contado con el respaldo masivo del pueblo. Por una parte, esto se explica por la mentalidad colonizada que hemos desarrollado como etnia por más de 500 años. Por otra parte, también se explica por el hecho de que nuestro país es muy pequeño, lo que limita la obtención de los recursos necesarios para sostener el andamiaje político de una república.

Hoy una independencia real se dificulta más que nunca antes en nuestra historia debido a que la mayor parte de las personas que se definen a sí mismas como puertorriqueñas viven fuera del país. Cinco de cada ocho personas puertorriqueñas viven en los Estados Unidos. Eso es un dato estadístico, a pesar de quienes odian a todos los “newyorkricans” que no cantan Salsa ni juegan baloncesto. Ante ese cuadro, se hace casi imposible obtener una verdadera independencia de los Estados Unidos.

La próxima opción es el Estado Libre Asociado que opera en Puerto Rico desde la década de los 50. Ésa fórmula política enfrenta la mayor crisis de su historia. De forma simbólica, él ELA “murió” este verano, cuando el gobernador de turno reconoció públicamente que nuestro país está al borde de la quiebra. Los eventos desencadenados por esa declaración han dejado al descubierto la fragilidad económica del país y su escasez de poderes políticos reales.

La tercera opción es el autonomismo soberanista, que aspira desarrollar algún tipo de “República Asociada” a los Estados Unidos. Aunque esta es una formula reconocida internacionalmente como descolonizadora, uno se pregunta si no es más que otra forma de colonialismo. Si se usa la moneda de otro país, se depende del ejército de ese país y se reciben millones de dólares tanto del gobierno como de los expatriados que se encuentran en ese otro país, ¿cuanta independencia tendría la Isla en realidad?

Así llegamos a la estadidad, opción que implicaría la total integración política al sistema estadounidense, aunque algunos la ven como la culminación del colonialismo. Paradójicamente, es el status que gozan esas más de 4 millones de personas puertorriqueñas que viven en los Estados Unidos.

La posibilidad de que Puerto Rico adquiera la estadidad en las próximas décadas es tenue. Antes el problema cultural imposibilitaba la inclusión de Puerto Rico como estado. Hoy la comunidad hispana en los Estados Unidos es tan grande que ese problema prácticamente ha desaparecido. Sin embargo, los Estados Unidos viven un momento muy particular en su política interior. El país está sumamente dividido, particularmente por la actitud de un segmento minoritario del Partido Republicano que se niega a negociar tanto con el Partido Demócrata como el ala moderada de su propio partido.

Ante este cuadro, es prácticamente imposible que la Cámara de Representantes federal considere darle la estadidad a un territorio que votaría mayoritariamente por candidatos demócratas, disminuyendo la ventaja republicana en la Cámara y dándole la mayoría a los demócratas en el Senado. Añádale a todo esto el hecho de que nuestro gobierno está prácticamente en quiebra. Esa fragilidad financiera nos hace aún menos atractivos para los sectores más conservadores de los Estados Unidos.

Por las razones antes esbozadas, creo que, en términos políticos, hoy ninguna de las cuatro fórmulas es viable. Por eso comencé afirmando que el futuro político del país es el problema que no tiene solución. Y ahora lo reitero: Quienes vivimos en Puerto Rico no podemos resolver el problema del status, que se ha vuelto imposible de solucionar.

¿Qué pasará con el status? Creo que va a ocurrir lo que decía mi viejo profesor de Historia de Puerto Rico en la UPR, Recinto de Río Piedras. El profesor Lausell decía que el status de Puerto Rico sería resuelto por quienes en realidad ejercen el poder en la Isla: Por el gobierno federal. Lausell afirmaba que un buen día el Congreso ha de imponer, de manera unilateral, algún tipo de independencia sobre la Isla. El problema es que probablemente será una independencia “de pacotilla”, que asegure la influencia y el control de los Estados Unidos sobre Puerto Rico a un costo menor que el actual. En fin, creo que seremos “otra república donde los Estados Unidos mandan”, como una vez le escuché decir a un sociólogo costarricense.

Esto es lo que creo, aunque deseo equivocarme. En el mejor de los mundos un pueblo debe decidir su propio futuro en las urnas de manera libre y democrática. Pero la democracia en Puerto Rico es limitada, ya que podemos elegir a quienes deciden cómo y cuando se ha de recoger la basura en nuestras casas, pero no podemos elegir a quienes pueden enviar a nuestros hijos y a nuestras hijas a la guerra. Por esa razón es que me temo que todas las expresiones del pueblo puertorriqueño en las urnas son inútiles. Por eso creo que el futuro del país, al igual que su presente, no está en nuestras manos.

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El Rev. Dr. Pablo A. Jiménez es el pastor de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en el Barrio Espinosa de Dorado, PR. http://www.drpablojimenez.com.

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