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No se asusten; no habrá una guerra

Cuando el presidente de Estados Unidos (EEUU), Donald Trump, anunció (el 13 de abril de 2018) el ataque a objetivos de Siria en los que se alega que hay armas químicas o material para producirlas, muchos se precipitaron a afirmar que comenzó una guerra que desembocará en un conflicto mayor. Se alarmaron y hablaron sobre una guerra mundial y nuclear.

El Presidente fue claro en que su decisión se basa en el alegado uso de armas químicas por parte del presidente sirio, Bashar al-Ásad. La respuesta de EEUU ocurre con apoyo de Reino Unido y Francia, luego de un intento fallido de resolver la situación diplomáticamente en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Rusia utilizó su poder de veto para evitar que se aprobara una resolución que autorizaría una investigación formal y adjudicaría responsabilidad. El Consejo rechazó un borrador de Rusia para proponer una resolusión.

Ambas partes fracasaron en la diplomacia. A Rusia le convenía ganar tiempo y lograr una resolución que le satisficiera. No estaba satisfecha con las condiciones y el proceso de la investigación propuesta. Falló en no mantener la negociación para lograr la aprobación de otra resolución que armonizara las diferencias.

Se sabía que era probable un ataque por parte de EEUU, pues en el 2017 ocurrió lo mismo; se alega que Ásad ordenó un ataque con armas químicas, violatorio de un acuerdo de 2013, lo que provocó un ataque a una base aérea en Homs, Siria, en la que se informa que se almacenaban armas químicas. En esta ocasión no iba a ser diferente.

Es válida la crítica sobre que la información disponible es imprecisa y que no se realizó una investigación imparcial y rigurosa. Sin embargo, Trump tomó su decisión de acuerdo a los informes oficiales que recibió. Había congresistas republicanos y demócratas, entre otros políticos, medios de prensa, asesores y otras personas influyentes a favor de un ataque contra objetivos sirios.

Luego del anuncio reciente de Trump sobre retirar las fuerzas militares de EEUU radicadas en Siria, recibió críticas y fuerte oposición. Arguyeron que crearía un vacío de poder y que festejó muy temprano la victoria sobre el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés). No lo apoyaron ni dominaron las voces de quienes se oponen a una guerra o conflicto armado en Siria.

Theresa May, la primera ministra de Reino Unido, también anunció públicamente sus razones para ordenar el ataque a tres objetivos militares en Siria. Su énfasis fue en la defensa de los derechos humanos y en no permitir que se tolere el uso de armas químicas. También se le señala que no esperó por información precisa y libre de toda duda.

Quienes estaban a la expectativa de si comenzaría o no una guerra, pudieron calmar sus ansias luego de que el secretario de defensa de EEUU, James “Jim” Mattis, informó que el ataque no tendría continuidad, que solo es una advertencia al régimen de Ásad para que no utilice armas químicas. El Pentágono no favorece derrocar al régimen de Ásad; Trump tampoco.

La razón por la que Trump cambió de postura sobre si atacar de inmediato, no indicar cuándo atacaría y atacar el 13 de abril, es que no quería indicar el momento del ataque. Hizo lo mismo que en el 2017: ordenó atacar objetivos militares sobre los que se reportó la presencia de armas químicas, comunicó un mensaje de advertencia a Ásad para que no se repita la acción y detuvo el bombardeo sin perjudicar significativamente el avance del régimen sirio.

Trump avisó a Rusia que en cualquier momento habría un ataque, lo que sirvió para que evitara bajas de militares y funcionarios rusos. El propósito no es provocar bajas ni una guerra, sino destruir el alegado arsenal de armas químicas y las instalaciones y equipo para fabricarlas. Como mínimo, se envió un mensaje sobre la no tolerancia al uso de armas químicas y se apaciguó el desespero de los políticos que favorecen una intervención militar.

Rusia no favoreció el ataque, pero sabe que no conviene responder, pues de todos modos Ásad permanecerá en el poder, la base naval rusa en Tartus, Siria, se mantendrá y los “rebeldes” sirios y los combatientes de organizaciones terroristas islámicas están derrotados. Además, no puede alegar que se violó la soberanía rusa ni que se realizó un ataque contra objetivos rusos.

Todas las partes son nebulosas, mueven sus fichas y se trancan en las discusiones del Consejo de Seguridad. En lo que respecta al peligro de una posible guerra entre potencias, por el momento, se disipa.

Las culpas pasan a segundo plano, mientras se gana tiempo para que aquellos que se oponen a una guerra y que favorecen la retirada de EEUU del territorio sirio, se organicen y apoyen la postura inicial de Trump. Si dejan al presidente de EEUU solo, los promotores de la guerra ganarán terreno. Todavía Trump es un aliado de quienes evitan mayor desestabilización de la región.

No se debe omitir que Rusia y EEUU colaboraron para combatir y derrotar a ISIS. Es mejor mirar con optimismo los logros y la posibilidad de evitar una guerra.

Vale señalar que la presión doméstica en EEUU para perjudicar las relaciones con Rusia, no contribuye a la paz. Si no existe evidencia de una supuesta relación entre la campaña de Trump y el gobierno de Rusia, se debe dejar de cizañar. En varias ocasiones, Trump ha dicho que es conveniente mejorar las relaciones con Rusia y que es productivo para ambas naciones.

El odio antiTrump es peligroso. Oponerse por oponerse a todo lo que propone y decide es frívolo. Se esté o no de acuerdo con cualquiera de sus posturas, en lo que respecta a evitar un conflicto entre potencias nucleares y el reinicio de una Guerra Fría, se le debe apoyar. Esta vez, no lo deben dejar solo si propone retirarse de Siria. El susto reciente debe servir de lección.

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