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Apostando al amor por Haití

Me asomo por la ventana  de mi sala y miro el cielo, los arboles verdosos con algunos troncos todavía secos tras año y medio después de María. Veo las casas del vecindario, la carretera, los automóviles y de momento me invade  la tristeza al recordar la casita -si se puede llamar así- de Mylud.  Una niña de 8 años que conocí hace unos días en Haití cuya madre falleció y vive con su padre y dos hermanitos en lo que podría decirse es una casa de cartón con paredes de tela. Su padre cruza la frontera con República Dominicana todos los días para ir a trabajar al campo por unos centavos que apenas les dan para comer. Ella cocina lo que aparece en un fogón de tres piedras por donde pasan las sabandijas.

Visitar Haití es una experiencia que conmueve y transforma el interior. Que consterna y deja impregnado el corazón del polvorín de la tierra seca y del sentido de impotencia ante la miseria inexplicable en un mundo con tanto progreso.

Llegamos allá en una misión de ayuda a unas religiosas que dedican sus días a trabajar con las familias. Les llevamos la ayuda económica que personas de buena voluntad nos donaron para colaborar en necesidades básicas como alimentación y asistencia médica. Caminamos por las calles de tierra, visitamos enfermos, hambrientos, caminamos de la mano con niños cuyas barrigas denotaban enfermedad. Visitamos un centro de refugiados. Si, un centro de haitianos refugiados de modo permanente en su propio país, en condiciones de miseria y hambre.

Varios días después del regreso, todavía la energía de mi cuerpo no es la misma. Toda la devastación que acompañé durante el huracán María no se asemeja a las condiciones en que viven tantas familias de modo permanente y con pocas oportunidades.

Haití representa un signo vivo del fracaso de la civilización moderna en este lado del mundo.  Por más que trato de reconciliar las condiciones de vida allí -donde las personas se bañan en cunetas de agua donde a su vez bañan los animales, ropa y no existen servicios sanitarios- no me es posible entender que los países sigan mirando hacia otro lado mientras las tinieblas siguen acabando con ese pueblo.

Gracias a varias organizaciones religiosas existen en Anse-a- Pitre algunas escuelas privadas y dos centros de salud. Existen personas que comparten la vida con la gente del pueblo y sufren sus necesidades. “Estar de misión en Haití no es para todo el mundo” comentaba Sor Nazarena misionera Dominica que lleva años residiendo en esas tierras y habla con total claridad el Creole. La gente confía en ella y en las otras dos misioneras que caminan con sus hábitos por aquellos campos llenos de calor y polvo. No hicimos nada más que llegar a la misión y comenzaron a contarnos con entusiasmo cómo van ayudando a la gente y sus planes para seguir creando mejores condiciones de vida con la ayuda recibida.

Llamamos a esta misión “Apostando al amor por Haití”.  Pocos días antes de viajar comunicamos a los amigos a través las redes sociales que visitaríamos el país. Comenzamos a recibir ayuda económica y palabras de apoyo que denotaban la inconformidad de nuestro país ante el dolor de Haití. También nos alertaron de los grupos que se lucran de las ayudas, los mercenarios del dolor que existen allá al igual que aquí. Cuán indignante me sigue resultando este germen que sigue carcomiendo los recursos que deben ser para el bienestar de los pueblos.

Mientras caminábamos por Anse-a- Pitre recordaba con agradecimiento a cada persona que con su apoyo se hacía presente junto a nosotros en la misión. En medio de la tristeza, una sensación de esperanza brotaba en mi ser.  La fuerza del amor hará que sigamos contra corriente creando la nueva civilización, no lo dudo.  Se reafirmaba en mí la conciencia con la que toca vivir mientras haya injusticia y desigualdad en nuestro mundo.  La conciencia que nos lleve a cuestionar lo lacerante del sistema económico imperante y el egoísmo en la humanidad,  y nos permita actuar para que cada ser humano viva de modo digno. Sigamos apostando al amor como única respuesta.

La autora de este blog es Trabajadora Social y Directora del Instituto a Para el Desarrollo Humano a Plenitud de los Centros Sor Isolina Ferré Inc. empresa social dedicada al ofrecimiento de talleres y vivenciales para propiciar el crecimiento y la sanación interior en personas que deseen ser gestoras de su propia historia y vivir plenamente.

lortiz@csifpr.org

 

 

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