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El mar que me habita

Escribir sobre aquello que no se comprende resulta una hazaña casi imposible. Me refiero a esas cosas que nos provocan sobresaltos nocturnos y un frio en el centro del pecho inexplicable, sobre todo si ya han  pasado casi cuatro años del evento que las causa.

Escribir sobre la muerte no es un tema de fácil abordaje… es especial si se trata de la propia, pero en estos días, divagando en asuntos de fe en un tiempo donde se duda sobre lo que se ve y ni hablar de lo que no se ve, mi muerte volvió a hablarme. 

Como cada 15 de mes desde hace casi cuatro años hay un ritual de revisitar el mar el día en que la muerte me escogió y me llenó de sus encantos. Ya muchos saben que fue en una playa, en Guatemala lejos de mi amado, de amigos, familia… un día a las tres de la tarde, hora en que cuentan que Jesucristo murió a esta forma de vida. Fue una corriente inexplicable la que -desde la misma orilla- me llevó de un jalón a un lugar de donde no había posibilidades de regresar, no por mis brazos y ni por los brazos de los que me acompañaban que no podían llegar a tal profundidad.

Allí, en medio de aquel torbellino, ocurrió el encuentro del que hasta hoy sigo atrapada. Fue allí donde mi cuerpo experimentó algo que aun hoy no alcanzo a explicar con palabras. La luz, el túnel, el calor el frío… no sé cuál de todos o si todos. Pero fue allí -luego de soltarme y confiar- que tuve la experiencia más trascendente de mi vida, la que para curiosidad de muchos aún no alcanzo a explicar.

Le llaman milagro, yo no lo sé. Lo único que yo sé es que allí, en ese momento, entre el aquí y el más allá, fui secuestrada por la presencia misteriosa del amor. Una presencia que me cubrió entre sus brazos ofreciéndome una seguridad jamás experimentada. En solo segundos llegaron muchas respuestas a mis tantos miedos, dudas, apegos, caprichos. Allí mi ser vivió una paz jamás experimentada y la certeza de sentirme amada en cada uno mis huesos. Allí se me regaló el designio de un nuevo camino para el cual sería regresada a la playa y desde allí mi vida dio un giro de 180 grados desde el cual hoy otros van en caravana.

Así, cada 15 de mes el mar me regala su voz, el mar de los cuatro puntos cardinales de nuestra isla se vuelve majestuoso a mis ojos y me invita a seguirle. A seguirle quedándome en medio del oleaje de mi pueblo. A seguirle apostando a la vida que tiene tantas posibilidades de transformación al igual que la mía. El mar me habla de que soy y somos un todo con el Creador, con el cosmos, y que tenemos esa misma divinidad y sabiduría, aunque nos empeñemos en negarlo y en vivir desde nuestros miedos y pensamientos limitantes.

Ojalá muchos otros que han tenido su encuentro con el mar se detuvieran a escucharlo. Quien ha estado allí sabe de lo que hablo. Yo pude escuchar esa voz que hoy quiero seguir. Sí, aunque muchos no lo comprendan, quisiera volver a estar allí y quedarme en ese espacio sin tiempo en el que estuve. 

Pero mientras eso pasa, me quedo aquí con el mar rodeándome, lo escucho y sigo apostando al amor y a la vida que se nos sigue regalando en el manantial de agua clara llena de plenitud  que habita en cada ser humano. 

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