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Un buen café

En estos días he estado un poco decaída, no tanto por males de salud como por los acontecimientos que se siguen suscitando en nuestro suelo y que al más valiente le tumban el vuelo. Sin embargo, la pasada semana me dispuse a encaminarme hacia un encuentro con un amigo de la vieja guardia con quien una o dos veces al año me encuentro para nutrirme de su sabiduría y celebrar lo que vamos viviendo.  Esta vez no iba muy animada al encuentro. Sentía que con mi alma nublada por tantas tristezas en nuestro país, no tendría mucho por lo que celebrar, ni mucho que compartir de mis usuales esperanzas. Era un día de esos en que permito que se me apague el flow que a muchos se les va aniquilando día a día.

Cuál fue mi sorpresa cuando llegué al  Gran Café en Caguas, donde se dan nuestras reuniones de inicio de año, y me encuentro la escena de ver a mi amigo afanosamente conversando  con su hija y otro visitante del café llamado Don Chemito. Me recibieron con gran alegría y de inmediato comencé a escuchar los chistes de Don Chemito, de su paso por la guerra, y comenzaron las carcajadas, que sentí  me fueron regresando el alma al cuerpo.

Entre cuento y cuento tomamos uno de los mejores cafes de Puerto Rico, y saludamos a los vecinos Criollos que tienen rituales, amistades y conspiraciones en ese lugarcito que ya tiene muchos años en la ciudad. Escuchar a Don Chemito cómo vive su vida a los 80 años con gran actividad y júbilo, ver a otros  que se reúnen allí a compartir los sucesos cotidianos, se abrazan, se bromean y se tratan como una pequeña familia. Estar rodeada de la atención de los empleados del lugar que llevan muchos años trabajando allí. Ver el entusiasmo de un pequeñín al que le pedimos nos tomara la tradicional foto para las redes sociales, fue muy gratificante.

Por último, el dialogo de la vida, en el que mi amigo gurú me va dando respuestas sin percatarse, me lee el futuro, me encamina en el presente, me descifra enigmas que no alcanzo a comprender  y con su discurso que parece no tener fin, me contagia para retomar el paso. Me regala una vela con olores a incienso y mirra para que siga alimentando mi espíritu de donde brotan muchas de las respuestas que la razón no nos alcanza a dar.

Descubro, antes de terminar el último sorbo del gran café, que he tenido un espacio de resiliencia. Que me permití regalarme un tiempo preciado para recuperar energías, reafirmar convicciones y divertirme sanamente entre amigos y amigas de  mi pueblo Criollo.

Me permito regalar una receta a todos aquellos que como yo, tenemos la meta de vida de fabricar esperanzas para compartir.  A todos aquellos que tenemos un compromiso con la búsqueda de bienestar para nuestro ser y para los demás, aquellos que no queremos vivir reactivos atrapados por la queja y el pesimismo.  Considero que una receta para la resiliencia es tomar una taza de buen café, junto a una buena conversación con seres sabios que llenan de luz nuestro caminar.  Permitirnos sonreír, recuperar el júbilo y descubrir que en el encuentro con los otros, la vida puede ser más plena.

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