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Reactivación de síntomas

Un papelón es siempre una risa, un recuerdo fugaz que evoca quién soy y de dónde vengo. Hace meses que vivo en la ciudad de México, para mí un segundo desarraigo, pues hace cinco años que me mudé a Nueva York. Recientemente visité mi isla. Y de regreso a la tierra mexicana, se me reactivaron los síntomas de la ausencia y del extrañamiento. Recurrentes.

Por más tiempo que lleve fuera, los síntomas de la ausencia se presentan invariablemente. Comienzan con la invasión de un cielo gris que se contrapone al azul caribeño. Le sigue la terrible realidad del aturdimiento espacial: la imposibilidad de presenciar el mar a menos de cuatro horas en auto. Me detiene el enorme tráfico que supera cualquier tapón en la Kennedy o la Piñero a las 5 de la tarde. Perplejidad causada por la desproporción poblacional. Una repentina mucosidad me invade y me recuerda que estoy a 2, 250 metros de altura. Así pasan los primeros 40 minutos. Resurge el papelón: esa sonrisa interior, ese recuerdo fugaz que me define. Los médicos, psicólogos, sociólogos y académicos no han hallado la cura para aliviar los indicios de la ausencia. Yo, sin embargo, luego de varios años de haberlos experimentado, he descubierto que los síntomas asiduamente acarrean el surgimiento o estallido de un “papelón” o más bien, “papelones”, pues cada síntoma potencialmente produce un papelón.

Claro, el término “papelón” debe ser entendido en su pluralidad semántica o de significados. Es decir, un papelón puede ser una “actuación ridícula o deslucida de alguien” como también podría entenderse en nuestra generación millenial como un pronunciamiento valiente o descabellado en una circunstancia específica. Considerando un tono más metafórico, el papelón podría aludir al rol o papel “grande” ejercido por un individuo frente a su contexto. En fin, para mí el “papelón” es un componente fundamental de la experiencia del emigrante puertorriqueño.

Me ajusto el cardigan. Sonrío.

 

 

 

 

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