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Para empezar desde cero

El déficit en que incurrirá Estados Unidos a causa de la reforma contributiva que el presidente Donald Trump acaba de convertir en ley se medirá en trillones de dólares, muchos miles de millones más que la deuda pública de Puerto Rico que, pasada por ese crisol, es de apenas $73,000 millones.

Lo que eso significa es que, si cumpliera con la parte de responsabilidad que tiene por nuestro endeudamiento, el Tesoro federal podría borrarlo de un plumazo sin consecuencias para las finanzas de Estados Unidos.

Para Puerto Rico, empezar desde cero sería el escenario ideal, por supuesto. Querría decir que no le deberíamos nada a nadie y que podríamos comenzar a reconstruir nuestra economía de otra manera, con la lección aprendida del precio fiscal, económico y social que resulta del derroche de recursos.

Pero, ¿será verdad que habremos aprendido la lección? ¿Sabremos renacer con una forma nueva, eficaz, ética y moral después de acostumbrarnos a manejar tan mal las finanzas públicas? Entonces, ¿merecemos ese borrón y cuenta nueva?

Esa disyuntiva tiene mucho que ver con la lentitud pasmosa y desesperante con la que el Tesoro federal examina las condiciones que deberemos cumplir para el desembolso de un préstamo de cerca de $5,000 millones que le daría liquidez al quebrado erario puertorriqueño y le permitiría subsistir por algún tiempo más.

No confían en nosotros, en nuestra capacidad para utilizar ese dinero correctamente y, en última instancia, en nuestra voluntad para repagarlo porque, a fin de cuentas, es un préstamo.

Que Estados Unidos nos debe más, que es responsable de asegurar la supervivencia de su territorio, que podrían regalarnos ese dinero –y pagar nuestra deuda completa también–, pues sí. Pero estamos pagando por nuestros actos.

La corrupción de décadas recientes ha sido rampante. El amiguismo, el bien propio sobre el común, la ausencia de controles efectivos y el derroche han caracterizado en mayor o menor grado al gobierno, en tiempos azules y en tiempos rojos, durante años.

Reclamar derechos como ciudadanos es inútil si no estamos dispuestos a enderezar el rumbo. No importa que ellos tengan responsabilidad –igual, menor o mayor—por el abismo fiscal que enfrentamos.

Porque no es cuestión de limitarse a reparar los daños que provocó el huracán María. Hay que reconstruir los cimientos de nuestra malacostumbrada sociedad, fijando responsabilidades, no por las condiciones en que María dejó al País, sino por el estado en que lo encontró.

Solo así podremos verdaderamente empezar desde cero.

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