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Trampa tecnológica para el béisbol

 

A Buck Showalter se le atribuye un comentario muy revelador cuando hace poco se mencionaba que se le estaba considerando para dirigir a los Filis de Filadelfia: que no iba a permitir que su capacidad para dirigir se supeditara totalmente a lo que dictaran los resultados de las investigaciones de los ‘analíticos’.
“Yo no voy a permitir que los ‘analytics’ dirijan por mí”, resumió su forma de pensar.
En efecto, según los comentaristas beisboleros, Showalter, quien tiene un largo y exitoso historial como dirigente, incluyendo tres selecciones como Dirigente del Año, también tiene la reputación de mostrar ‘resistencia’ al uso de la tecnología y el análisis exhaustivo de las estadísticas para trazar la estrategia en la toma de decisiones durante los juegos.
Un artículo aparecido en The Athletic lo describió así: “Showalter es el anti Gabe Kapler (el cesanteado dirigente de los Filis). Es un dirigente de la vieja escuela que no está casado con los ‘analytics’”.

Buck Showalter.  

 

De ser así, claro, a Showalter debe considerarse ya un dirigente fuera de tiempo, y resulta comprensible por qué los Filis no le dieran el puesto, aunque nombraron a otro dirigente veterano –Joe Girardi– que, al parecer, dirige más de acuerdo con las tendencias modernas aunque, según dice, no depende ciegamente de los números y a veces, muy a la antigua, se deja llevar por el instinto y las corazonadas.
Hace un tiempo, tal parecía que el mismo grupo de dirigentes era nombrado cada vez que aparecía una vacante, pero, en los últimos años, la tendencia ha sido lo contrario: ya ni siquiera causa sorpresa cuando un equipo, luego de entrevistar a los candidatos de siempre, termina escogiendo a alguien que nunca ha dirigido antes, o que usualmente resulta ser un hombre relativamente joven.
De eso se han beneficiado, justamente, los puertorriqueños Alex Cora, Charlie Montoyo, Dave Martínez y, ahora Carlos Beltrán.
Y, tal vez en el caso más extremo, el dirigente de los Cardenales de San Luis, Mike Shildt, quien ni siquiera jugó béisbol profesional, sino que era un dirigente escolar que luego fue escucha y dirigente de liga menor.

 

Y me imagino que en todas estas contrataciones de figuras jóvenes tuvo que haber influido también el que, por su juventud, estaban más dispuestos a usar los enfoques más modernos basados en la tecnología y las estadísticas.
Aparte de eso, un Showalter podía darse el lujo de poner condiciones para aceptar algún cargo, debido a su nombre, al gozar de una libertad de acción que tal vez ni tendría alguien a quien le estٞán dando por primera vez la oportunidad de dirigir en Grandes Ligas.
Todo esto, en fin, es un preámbulo para una posible teoría que estoy desarrollando: que toda la controversia que se ha desatado últimamente por el supuesto uso ilegal de la tecnología para robar las señales de los receptores contrarios, un escándalo que hasta el momento arropa a los Astros de Houston y los Medias Rojas de Boston, campeones de 2017 y 2018, respectivamente, tal vez no represente otra cosa que no sea la continuación del mismo enfoque que ha producido el énfasis actual en los ‘analytics’.

 

El razonamiento podría ser el siguiente: si usamos la tecnología de las computadoras para predecir tendencias, recomendar lanzamientos u ubicar a los fildeadores, ¿por qué no usarla también con cámaras ocultas para robar los lanzamientos que los lanzadores contrarios les van a hacer a nuestros bateadores?
Y para unos ‘coaches’ o dirigentes relativamente jóvenes formados bajo ese nuevo enfoque tecnológoco, tal vez resulte más fácil aceptar esa ‘trampa’ como una consecuencia directa de la dependencia cada vez más desmedida en el uso de la tecnología para obtener ventaja sobre el rival y ganar un campeonato a cualquier costa.
Claro, la diferencia es que el uso de tecnología para robar señales está expresamente prohibido por el béisbol, igual que los bates con corcho y las bolas ensalivadas, pero con unos alcances mucho mayores: además de tener el potencial de inflar las estadísticas ofensivas de los bateadores del propio equipo, tal vez tanto o más que el uso de esteroides, también perjudica o tal vez incluso destruye la carrera de aquellos lanzadores contrarios a los que una salida particularmente desastrosa les costó que los enviaran a las Menores o quizás hasta el licencimiento.

 

En efecto, el béisbol de grandes ligas ya se acerca a emitir sanciones, por lo menos en relación con el caso de los Astros en 2017, y, aunque se asegura que no se penalizarán a los jugadores que se beneficiaron de esto, sí asoman posibles multas sustanciales a las organizaciones, pérdida de turnos en los sorteos o, incluso, en algunos casos, suspensiones de personal.
De ser así, para mí sería triste y un poco injusto que las suspensiones se queden solo en el nivel de ‘coaches’ o dirigentes, y, en ese sentido, un buen argumento de defensa para al menos justificar sus actos es precisamente la juventud y la poca experiencia de algunos de los involucrados.
¿Puede creerse, en realidad, que alguien que está debutando como dirigente iba a atreverse a arriesgarlo todo y poner al equipo en riesgo simplemente porque se le ocurrió hacerlo, presionado por un desesperado afán de ganar con tal de conservar el puesto?
¿O sencillamente dio ese paso porque estaba siguiendo una directriz de la gerencia del equipo?

 

 

El autor formó parte de la redacción deportiva de El Nuevo Día de 1981 a 2008 y es el autor de San-Tito, sobre la carrera de Tito Trinidad y de la novela El último kamikaze, ganadora del certamen del Instituto de Cultura Puertorriqueña en 2016.
(ceuyoyi@hotmail.com).
En twitter, Ceuyoyi, En Facebook, Jorge L. Prez

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