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Howard Davis, Jr. en Puerto Rico

 

Los comentarios que se produjeron la semana pasada a raíz de la muerte de Howard Davis, Jr., víctima de un cáncer pulmonar, recalcan dos cosas: el que, luego de que se le diagnosticara la enfermedad, él asegurara que jamás había bebido ni fumado en su vida, y que algunos le consideran el mejor peleador aficionado de todos los tiempos, gracias a su récord de 125-5.
En efecto, como aficionado, Davis, nacido en Glen Cove, Nueva York, ganó el cetro de las 125 libras, en los mismos Campeonatos Mundiales de Boxeo de 1974 celebrados en La Habana en los que Wilfredo Gómez famosamente conquistó el del peso gallo.
Entonces, luego de derrotar a Thomas Hearns y Aaron Pryor en las eliminatorias olímpicas de Estados Unidos, en las Olimpiadas de Montreal de 1976 no tan solo obtuvo la medalla de oro de las 132 libras, sino que también fue reconocido con el Trofeo Val Barker como el boxeador más destacado del torneo.
Así superó incluso a los otros cuatro miembros de la fabulosa escuadra norteamericana que ese año conquistarían medallas de oro: Sugar Ray Leonard, Leon y Michael Spinks y Leo Randolph.

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Una foto autografiada por Howard Davis, Jr., en su pelea con Chapo Rosario.
Todos ellos, de paso, ganarían luego un cetro mundial en el profesionalismo y Leonard se convertiría en una de las grandes superestrellas del deporte, mientras que los hermanos Spinks recogerían también grandes cosechas de fama: Leon al destronar a Muhammad Ali para ganar el cetro pesado, y Michael como el primer monarca semicompleto que luego de coronaría en la división máxima, ganándole dos veces a Larry Holmes.
Sin embargo, Davis, quien sobresalía por su gran boxeo -un jab depurado, excelentes movimientos y velocidad de manos-, nunca alcanzó el campeonato mundial.
En su primer intento, apenas con marca de 13-0 y cinco nocauts, lo enviaron a retar el 7 de junio de 1980 en Escocia al escocés Jim Watt, campeón ligero del CMB, y sufrió el tipo de cerrada derrota que suelen sufrir los retadores bien cotizados que carecen de pegada y tienen que ir a pelear a casa del campeón.
Entonces tuvo que esperar otros cuatro años para conseguir su segunda oportunidad: esta se produjo el 23 de junio de 1984 en el coliseo Roberto Clemente, cuando, ya con 28 años y marca de 26-1 y 10 nocauts, retó por el mismo título al boricua Edwin ‘Chapo’ Rosario, quien, con 21 años recién cumplidos y marca de 23-0 y 21 nocauts, exponía su corona por tercera ocasión.
Ya para entonces, naturalmente, al Chapo, manejado por el poderosísimo Jim Jacobs, quien también dirigía la carrera de Wilfredo Benítez y poco después se sacaría la lotería definitiva con Mike Tyson, se le reconocía como un talento prodigioso que parecía encaminado a seguirle los pasos a Gómez.
Sin embargo, para ganar la corona vacante un año antes en el mismo escenario, para muchos había sido beneficiado por una decisión localista ante el mexicano José Luis Ramírez, quien dominó con amplitud la segunda mitad de la pelea.
Y luego Rosario había recibido un respiro cuando en su segunda defensa le enfrentaron con un peleador del montón, Roberto Elizondo, a quien procedió a apachurrar en menos de un asalto.
Resulta fácil descifrar ahora cuál era la estrategia que traía Davis: en vez de depender de su buen boxeo, minimizando así la necesidad de buena pegada y protegiendo una quijada que tampoco había dado indicios de estar construida con granito, vino convencido de que tenía que noquear para ganar.
En el primer asalto, sin embargo, trató de boxear con su habitual estilo, inclinando el torso hacia atrás para esquivar golpes a lo Muhammad Ali.
Pero tal vez se dio cuenta de que se le haría difícil frente a un peleador que también era rápido y gozaba de buen boxeo, además de pegada. Y cuando trató de ponerse más agresivo y pelear a pie firme, Rosario lo derribó a mediados del segundo episodio con un feroz gancho de izquierda, provocando que el norteamericano tuviera que bailotear bastante para durar el resto del round.
En el tercer episodio, sin embargo, cuando un Rosario envalentonado echó a volar la precaución para buscar el nocaut, Davis lo estremeció con un derechazo que le hizo doblar rodillas… y cambió toda la pelea.
Iniciando un patrón que le seguiría durante el resto de su carrera, Rosario tardó varios asaltos en botar el golpe y la mayor parte del tiempo se mantuvo a distancia, dejando que Davis dominara, persiguiéndolo a pie firme y controlándolo con su jab.
De hecho, según reflejarían las tarjetas después del encuentro, el boricua iba abajo en dos de las tarjetas después de 11 asaltos, lo que implicaba que, para variar, Davis no tenía que temer una decisión localista.
Pero obviamente él no lo sabía y en el duodécimo episodio se lanzó a buscar el nocaut, conectando incluso algunos buenos golpes hasta que Rosario soltó otro gancho y volvió a derribarlo.
La decisión fue dividida: 115-114 y 117-113 a favor de Rosario, y 114-113 a favor de Davis.
Lo que quiere decir que Rosario probablemente hubiese perdido si no hubiera provocado la caída.
Recuerdo otras dos cosas sobre ese combate: luego del mismo, sentado en su camerino, Davis no chilló en protesta por la decisión, sino que analizó tranquilamente la pelea.
Un periodista le preguntó que por qué no había boxeado más, como muchos esperaban, y respondió: “No sé… creí que no tenía que hacerlo. El fue quien se pasó dando brinquitos todo el tiempo”.
Y también recuerdo que en el mismo camerino algunos nos pusimos a ver en uno de los monitores un ‘replay’ de la pelea y Duke Durden, quien en esos entonces era el vicepresidente de la compañía de Don King, que promoteó la pelea, expresó su frustración con la decisión: “Olvídate de las dos caídas: no veo cómo un hombre puede ganar nueve asaltos y perder la pelea”.
Es decir estaba convencido de que Davis había ganado.
Siempre me he preguntado por qué Durden no midió sus palabras al hacer ese comentario frente a mí, sin saber quién yo era. Tal vez me tomó por un soplapotes, una de mis múltiples personalidades como periodista encubierto. Pero era raro, porque se suponía que Rosario fuera el peleador de Don King: ¿O es que este, con su astucia habitual, estaba jugando en los dos bandos e incluso hubiese preferido la victoria del dorado olímpico americano, por potencialmente ser más mercadeable en los Estados Unidos?
¿O se trataba meramente de una preferencia personal de Durden?
En fin, Chapo perdería su tֶítulo en su siguiente pelea, cuando Ramírez lo noqueó en una revancha ordenada por el CMB y, aunque tuvo otra oportunidad al caer ante Buddy McGirt cuando buscó el cetro junior welter de la FIB en 1988, Howard Davis, Jr., muerto el miércoles pasado a la edad de 59 años, nunca llegó a ser campeón mundial.

El autor formó parte de la redacción deportiva de El Nuevo Día de 1981 a 2008 y es el autor de San-Tito, sobre la carrera de Tito Trinidad.
(ceuyoyi@hotmail.com).
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