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Harto de los “opinionólogos”

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En el país hay un exceso asfixiante de “opinionólogos”, que no son aquellas personas que tienen opiniones -esas las tenemos todos- sino quienes han invadido los medios masivos de comunicación para difundirlas simplemente por eso, porque tienen el foro para ello en prensa escrita, radio, televisión -tanto en sus formas hasta hace poco tradicionales, como también en internet-, y se sienten con la obligación moral de hacerlas públicas para ser parte de la “inteligentísma” manera de discutir el país y, por supuesto, -creen ellos- de adelantar soluciones.

Antes de seguir, dos cosas: la primera, esto no es una opinión mía, sino solo un hecho, como lo es -por ejemplo- decir que es de día si el reloj marca las 11:30 a.m., porque los hechos son eso, hechos, no nuestro parecer ante ellos; la segunda, sí, acabo de inventar esta palabra -opinionólogo- y aquel que se sienta ofendido por el neologismo, que se queje en la Real Academia Española. 

Decía que en esta isla bonita hay un superávit -dirían los economistas- de estos señores y señoras que, de unos años para acá, han aprovechado como nadie la democratización irrestricta de los medios de difusión, no solo para hacer de dominio público sus muy personales pareceres, sino también para imaginar que lo que hacen es -de alguna forma- buen periodismo solo porque sus ideas van precedidas por sus nombres y se difunden en lo que antes era espacios que solían estar demarcados por criterios genuinamente vinculados a la naturaleza del oficio periodístico.

“En lugar de opiniones, propuestas. Y de las propuestas,  a las acciones, que son lo único que puede tener soluciones como resultado”

Opinan y opinan y opinan… y se les olvida -o simplemente ignoran- que las opiniones nunca han hecho que los cambios se produzcan. Opinar por días -por meses- en torno a si los culpables de la ruina que tenemos como país son los rojos, los azules o los federales o todos ellos -o todos nosotros- no nos mueve en lo absoluto hacia una solución. Opinar por días -por meses- sobre si Ricardo Rossello o Pedro Pierluisi o David Bernier son los nuevos mesías que salvarán a la Isla del infierno tampoco nos aleja de ese fuego que ya a muchos ha comenzado a quemar.

A propósito de Rosselló -y perdonen el paréntesis-, acabo de leer aquí mismo, en este vecindario digital, una columna -de alguna forma hay que llamarla- en la que el autor OPINA -luego de preguntar “¿Pa’ dónde vamos?”- que este joven es una alternativa distinta a “los estilos del pasado y la mala experiencia” y afirma que “estoy convencido de que el único candidato que tiene un plan completo, coherente y efectivo para atender los problemas de Puerto Rico es el Dr. Ricardo Rosselló”.

Y pregunto, ¿de dónde salió este opinionólogo?

Sí, estoy harto de ellos -y de ellas, que también las hay mujeres. En lugar de opiniones, propuestas. Y de las propuestas,  a las acciones, que son lo único que puede tener soluciones como resultado.

“Y a ver, ¿cuál es tu propuesta?”,  me preguntarán más de dos. Tengo algunas, pero la más urgente -lo juraría si fuese un hombre de fe- es enviar al exilio siberiano perpetuo a casi todos los políticos y que los opinionólogos vayan con ellos para que opinen y opinen y opinen sobre esa gira sin regreso.

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