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Con las manos en la masa

Una lectora acaba de hacerme llegar un escrito que, según me parece, sería capaz de ponerle los pelos de punta hasta al más calvo. Al leerlo, no pude dejar de pensar en el caso del excongresista Weiner, a quien agarraron con las manos en la masa o en alguna otra parte del cuerpo, exhibiéndose casi de cuerpo entero para su camarita privada antes de enviar sus fotos seudo eróticas al espacio cibernético, para consumo visual de algunas amigas suyas.
Y recordé también aquel viejo debate filosófico: “Si van a tomarte una foto de cuerpo entero, ¿te la sacas?”
Weiner, según parece, no se la sacó, pero bien cerca estuvo de ello y, por imbécil y tal vez también un poco por ingenuo, ahora se le conoce como el ex congresista Weiner.
En fin, aquí les copio el mensaje de la amiga lectora.


“Mi nombre es Eufemia, un nombre que no parece gustarle mucho a alguna gente, pero que a mí me encanta y llevo con orgullo, al contrario de aquella primera dama de nuestro país, que se llamaba Luz Eufemia pero por alguna razón prefería que la llamaran Lucé.
Al igual que ella, estoy casada y tengo hijos. Me considero una mujer seria y respetable. También llevo más de 15 años trabajando como secretaria en una oficina de abogados -no le llamo bufete, porque siempre estoy a dieta y esa palabra me da hambre- y considero que hago un trabajo libre de reproches. Por lo menos en cuatro de los últimos seis años me han hecho el reconocimiento como la empleada del año, y los últimos dos no los gané por culpa de una compañera de trabajo que siempre tiene la desfachatez de presentarse en unas minifaldas indecentes el día que sabe que se va a llevar a cabo la votación.
Pero eso no viene al caso: el asunto es que, desde hace varias semanas, empecé a recibir en mi cuenta de E-mail unos mensajes anónimos de parte de un hombre que, para colmo, rehusaba identificarse. Y lo peor era que tenía que ser alguien de la oficina, porque siempre podía elogiar la forma en que yo estaba vestida ese día.

 
Al principio yo no le hice caso, pero entonces los mensajes empezaron a cambiar de tono: el hombre se la pasaba invitándome a salir y cosas así.
A lo último empezaron a llegar las fotos. Si hubiesen sido indecentes, o de desnudos, por lo menos yo habría sabido a qué atenerme, por saber que me estaba asediando un pervertido común y corriente. Pero lo tenebroso es que en las fotos siempre aparecía disfrazado… de payaso. Es decir, con la pelotita roja en la nariz y todo.
Digo, me imagino que era en la nariz.
Eso fue lo que colmó la copa: de inmediato acudí donde mi jefe, pero estaba tan nerviosa que, en vez de golpear la puerta, entre galopando a la oficina y… ¡zas! Ahí estaba mi jefe, el licenciado García, vestido de payaso de arriba a abajo y sentado frente a su laptop abierta.
Creo que abrí la boca para gritar, pero lo único que me salió fue un gorjeo, como de canario moribundo.

 
Entonces el licenciado se volteó para mirarme: “¿Cuántas veces le he dicho, Eufemia, que debe tocar la puerta antes de entrar? ¿No ve que estoy ocupado?”
A duras penas pude balbucear ‘ay, perdóneme, licenciado’ y me retiré caminando bien despacito, para no hacer ruido. Cerré la puerta tras de mí”.
En el siguiente par de párrafos, la amiga Eufemia me explica que aún no ha reportado el caso a la policía y que no sabe qué hacer, porque incluso podría costarle el empleo.
Después de meditarlo profundamente durante algunos segundos, le escribí mi respuesta: “No lo haga, a menos que la payasería se torne en algo más serio. ¿Usted sabe cuánta gente tiene unos jefes que son unos payasos?”
Entonces le instalé una fotito mía, también de cuerpo entero, y le mande el E-mail.
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Romeomareo2@gmail.com

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