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Abriendo puertas

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Fantasía borinqueña

El padre le dijo a su mozalbetes que recogieran los motetes porque iban de Rumba pal monte. El gustaba disfrutar de la naturaleza y quería relacionar a los chamacos con el Ambiente natural. Les recalcó que se apertrecheran bien para la Aventura de un fin de semana en un bosque. La cabaña tenía como vecino a un ermitaño el cual residía en su choza rústica elaborada con troncos de árboles.

Los 2 jovencitos y la señorita acompañados de ambos padres, emprendieron el viaje, salían de la Ciudad, del ruído ensordecedor, de la contaminación visual y auditiva. Aquella vieja guagua Ford trotaba en el camino sin brea, orillado de miramelindas en flor y árboles nativos. Mientras iban de viaje cantaban: Juan, Pedro, Pablo de la mar, es mi nombre si, y cuando yo me voy, me dicen lo que soy, Juan Pedro, Pablo de la mar, Tra, la, la, la, lá.

Una vez llegan a la cabaña, bajaron los motetes y buscaron espacio para cada cosa. Había una vieja nevera Frigidaire, la cual funcionaba. Colocaron los quesos, el jamón, las mantequilla y los huevos. Algo de carne trajeron para tener proteínas en su alimentación. Un hermoso aguacate, unos guineos manzanos, algunas chinas y frambuesas, venían en la canasta. Los granos secos no faltaron, como nueces y almendras, maní sin sal. Estaban apertrechados para un junte familiar, fuera de la Ciudad.

La noche fue cayendo lentamente, no sin antes ver las pinceladas de un hermoso atardecer campesino. Juan, el Patriarca, prefería dormir en una hamaca de tejido multicolor, su esposa prefería la cama de hierro con colchoneta elaborada con galletas, que se cosían con los retazos de la tela que le sobraba a la costurera vecina en la Ciudad. Los jóvenes prefirieron las literas rústicas, el mayor eligió el piso de arriba.

Antes de entregarse a Morfeo, hubo una comida sabrosa donde un sancocho de viandas era el Rey de la mesa, unas hermosas mazorcas de maíz y unos pedazos de batata mameya asada. La señorita del grupo familiar fue la encargada de ofrecer la Oración de gratitud por los alimentos, ya se escuchaba la sinfonía de coquíes, cercanos y lejanos… y algunos ruidos del viento arrullando los árboles.

Las Reglas establecidas para esta Aventura campestre incluía: no había televisor, ni radio, ni celulares. Hubo Juegos de Mesa, conversaciones amenas y competencia de quien pitaba mejor. La señora comenzó a tejer un tapete color rosa viejo, uno de los muchachos dibujó algunas caricaturas, el otro brilló a más no poder la leontina que le había regalado el abuelo cuyo reloj daba la hora con precisión.

Fue un Retiro del mundanal ruido, en el cual todos disfrutaron con libertad, sin olvidar las reglas previamente establecidas. No hubo licor, ni cerveza, nadie fumó. Las palabras soeces no tenían espacio en aquella cabaña, donde hubo una distribución de Tareas, de acuerdo a las posibilidades de cada cual y sus habilidades.

Hubo una lectura en alta voz, por la dama del grupo, la matriarca: “En paz me acostaré, y así mismo dormiré, por que solo tu Jehová, me harás estar confiado”. El te de jengibre en leche con el junte de galletas de vainilla y queso blanco se consumió en aquella vieja mesa de madera… los chicos pidieron la bendición casi a coro, y se apagaron las luces.

Prof. José Antonio Giovannetti Román   787 644 8818

@AntonioGiovan13    en Twitter

Tony1943able   Video motivacional  Grabado  Viejo San Juan

Al Rescate de la Esperanza, que Anda Realenga… y hay que Atraparla

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