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Los fondos ya no tienen fondos y el fondo ya no se ve

¡Somos deambulantes mendigando migas de salud!

La angustia y las preocupaciones de los pacientes de cáncer por conseguir el dinero para el pago de los medicamentos y de los tratamientos es el pan de todos los días.

Me comentaba un amigo, que ya los chavitos que tenía ahorrados para su tratamiento se le habían acabado y no tenía idea de cómo iba a continuar.

Otra compañera, iba a hablar con el oncólogo para que le recetara un tratamiento distinto, pues no tenía los $8,000 para comprar las pastillas que le habían recetado. Otro amigo me indicaba, que tenía que conseguir $2,500 para pagar un PET Scan, ya que su Plan Médico se lo había denegado y en el centro nuclear le dieron un descuento de $1,000 por haber sido rechazado.

Y así, les puedo contar las mil historias relacionadas con la adquisición de nuestros medicamentos o los pagos de los deducibles (copagos) de los mismos.

Todos los días descubren nuevos medicamentos y se desarrolla nueva tecnología para luchar contra el cáncer, pero es como si no existiera porque no tenemos acceso a estos avances. Están en las neveras y en los anaqueles de las farmacéuticas pero no los podemos tocar. Están muy altos e inaccesibles. No nos llegan, no nos dan vida.

Y en este fatídico caminar se nos va la vida. Los tratamientos tenemos que postergarlos, alargarlos o suprimirlos porque no tenemos manera de pagarlos. La ciencia y la medicina es del hombre y para el hombre, pero no para los pobres. Los pacientes de cáncer ya no pertenecemos al segmento poblacional de los desventajados y vulnerables, no, ahora pertenecemos a un inmenso grupo a punto de morir.

Yo me paso los días tocando puertas y enviando correos electrónicos con mi patología del cáncer a las distintas asociaciones y organizaciones buscando ayuda para pagar los deducibles de mis medicamentos y tratamiento. Y buscando la manera de generar ingresos adicionales para sufragar los altos costos. Pero yo puedo trabajar, hay otros compañeros que no, que han tenido que dejar sus empleos y lo que reciben de Seguro Social y otras ayudas no les alcanza ni para los gastos básicos en sus hogares.

Muchas personas de edad avanzada, viejitos, se quitan y se dejan morir por esta razón. Se cansan y se desgastan en la lucha por conseguir los medios para pagar sus medicamentos. Sus procesos se alargan tanto que sucumben en la marcha.

Tenemos organizaciones que proveen ayuda a los pacientes de cáncer, pero sus fondos y recursos son limitados. Y sus gastos y esfuerzos son muchos. Y con tantas necesidades que satisfacer sus fondos ya no tienen fondos, se agotan rápido y las cantidades que pueden aportar por paciente para la compra de los medicamentos es mínima.

Cuando la salud de un pueblo es un negocio de dólares y centavos, el pueblo está en constante riesgo de exterminio.

De nada importan las especializaciones, las grandes escuelas de medicina, los grandes centros y hospitales, si no tenemos acceso a los sistemas de salud.

El dinero para la salud de un pueblo tiene que estar en manos de organizaciones que nazcan del pueblo. Que su único objetivo e interés sea la salud del pueblo. Que tengan el poder de negociar con las grandes farmacéuticas los costos de los medicamentos. Que se puedan sentar y establecer las reglas con los proveedores. Mientras el pueblo sea un observador silente del juego de la salud, se arriesga a perder la vida.

Tenemos ganas de vivir y queremos vivir. Y tenemos el espíritu de lucha para dar la batalla. Tenemos que seguir empujando con la fuerza que el cáncer nos da. Con la fuerza que la determinación de sanarnos nos da. Con la fuerza y la paz que el Dios de la Vida nos da. Sin miedo, sin pausa, con firmeza y aplomo, que Dios está con nosotros.

Hagamos un clamor de vida, fuerte y estruendoso, que retumbe en cada corazón para sensibilizar al mundo sobre nuestra condición. Un clamor de vida, claro y poderoso, que retumbe en las conciencias de los insensibles mercaderes de la salud. Un clamor de vida, enérgico y chispeante, que ilumine el cielo como un rayo de esperanza.

¡Un clamor de vida para que nos ayuden a vivir!

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