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Trump debe ignorar los gritos de guerra

Los congresistas republicanos y los demócratas no suelen estar de acuerdo. El hecho de que algunos hagan alianza para presionar al presidente de Estados Unidos (EEUU), Donald Trump, con el propósito de que declare una guerra contra el régimen del presidente sirio, Bashar al-Ásad, es sospechoso. La inteligencia americana maneja información imprecisa, como pasó con el caso de Irak. Trump debe evitar que Siria sea otra Libia.

Desde la campaña presidencial, la postura de Trump es no derrocar a Ásad ni iniciar otra guerra en Oriente Medio o en Noráfrica. Sabe que la experiencia de la Guerra de Irak y de la Zona de Exclusión Aérea en Libia fue desastrosa.

No quiere generar gasto militar innecesario, exponer la vida de militares americanos, crear un vacío de poder, desestabilizar más la región, provocar otros conflictos armados y guerras por proxy, dar espacio a que el vacío lo llenen organizaciones terroristas islámicas, dejarse llevar por información de inteligencia poco confiable, desprestigiar a EEUU y a su administración, generar una segunda ola de refugiados sirios y otro caballo de Troya islamista, crear una crisis humanitaria peor de la que existe, arriesgar un conflicto armado y tensiones con Rusia e Irán.

Trump no puede garantizar que será reelecto en el 2020 ni que de lograrlo, pueda acabar con la guerra en siete años e iniciar un proceso de estabilización y reconstrucción de Siria. El expresidente Barack Obama jugó a la política electoral con el caso de Irak, prometió retirar las tropas americanas, pero lo hizo a destiempo y con oposición del expresidente George W. Bush. Esta movida provocó un vacío de poder que llenó el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés). Se salió de Guatemala (del régimen de Sadam Husein) a guatapeor.

La agenda de los guerreristas republicanos (neocons) y de los guerreristas demócratas que (ab)usan el eufemismo de la defensa de los derechos humanos, lleva décadas de fracasos y tragedias. Ni en Afganistán ni en Irak ni en Libia se logró estabilizar y democratizar. Siria no será la excepción.

El caso sirio es complicado e involucra a estados de varios continentes y a diversos grupos étnicos. Hay intereses turcos, kurdos, israelíes, iraníes, rusos, americanos, saudíes, sirios, de grupos islamistas, entre otros. En Siria operan organizaciones terroristas islámicas chías y suníes. No es viable identificar a un grupo étnico religioso que tome las riendas del estado y organice las relaciones de poder de una forma efectiva y armoniosa.

La situación es impredecible y riesgosa. Es más lo que se pierde que lo que se gana. Trump no se caracteriza por los negocios y las decisiones que llevan a la derrota. Necesita apoyo de otros frentes y sectores en EEUU que se oponen a la guerra. Los libertarios, los conservadores fiscales, los republicanos y los demócratas antiguerra, los constitucionalistas que no ven con buenos ojos las guerras no declaradas por el Congreso y que no responden a una acción de defensa, entre otros, deben hacer sentir su voz.

No fue Trump quien ordenó bombardear una base militar en Siria, el 7 de abril. Rusia alega que fue Israel, pero no presentó evidencia. El ataque ocurre luego de que se usaran armas químicas contra civiles de una ciudad siria, Duma. Tampoco hay evidencia sobre esta violación a un acuerdo de desarme químico.

Este incidente recuerda uno similar que ocurrió en el primer año de la presidencia de Trump; EEUU respondió con un ataque contra una base aérea siria en la que se alega había armas químicas utilizadas para masacrar a la población civil. No se ordenó derrocar a Ásad ni iniciar una guerra. El objetivo fue enviar un mensaje claro de no tolerancia al almacenamiento y uso de armas químicas.

En ambos casos, la información de inteligencia es vaga y no da paso para sostener, libre de toda duda, que el régimen sirio violó los acuerdos internacionales sobre desarme químico. A Ásad no le conviene que EEUU le declare la guerra, pues con la ayuda de Irán y Rusia, logró recuperar gran parte del territorio sirio y vencer a los grupos opositores.

En el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU), Rusia vetó doce resoluciones contra el régimen de Ásad. Ni Rusia ni EEUU logran pasar resoluciones, por la falta de votos y por su poder de veto. Hay un tranque e intereses encontrados.

Una guerra en Siria enfrentaría a EEUU, a Israel, a los estados miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), probablemente a Arabia Saudí, con Rusia, Irán, Siria y otros posibles actores. Es un escenario peligroso. En Tartus, Siria, hay una base naval rusa. En el territorio dominado por las fuerzas de Ásad hay oficiales iraníes y rusos, y sistemas antiaéreos y armamento de ambos estados.

Rusia advirtió que derribará misiles que se lancen contra objetivos militares sirios. Trump respondió que se preparen, porque los lanzará. El juego retórico sirve para presionarse y negociar en el Consejo de Seguridad de la ONU. En el peor de los casos, se espera que EEUU ataque bases militares en las que se sospeche que hay armas químicas almacenadas. Los ataques anteriores a bases aéreas sirias no provocaron una guerra.

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, coincide con el presidente de EEUU en solo atacar blancos militares en los que se almacenen armas químicas.

La presión contra Trump para que inicie una guerra proviene de diversos grupos de interés, partidos y entes externos. En un caso como este, no conviene que domine la voz y el cabildeo de los guerreristas ni de los medios de prensa que se dedican a azuzar. Los que hoy le aconsejan ir a guerra, mañana lo atacarán por su fracaso.

Justo cuando Trump anunció que considera retirarse de Siria, ocurre un incidente sospechoso que interrumpe el curso. Lo criticaron por anunciar una victoria sobre ISIS y la posible retirada de Siria, porque supuestamente crearía un vacío de poder. Sin embargo, omitieron que el vacío surgirá si se comete nuevamente el error de Bush Jr y Obama.

 

 

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