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Más gasto en defensa y menos “ayuda internacional”

El presidente de Estados Unidos (EEUU), Donald Trump, sometió un presupuesto para el año 2018 que aumenta el gasto en defensa. Su objetivo es mejorar la tecnología, el entrenamiento de los militares y el poder de disuasión de EEUU. Trump considera que mejorar los sistemas de defensa no implica, necesariamente, que habrá guerras y más intervencionismo, sino lo contrario. La persuasión es la mejor forma de defensa, pues sin necesidad de utilizar la fuerza se evita que otros intenten atacar.

Entre los republicanos hay un debate sobre si el gasto militar debe ser mayor o menor y sobre cómo debe ser utilizado. Por ejemplo, la tendencia a cerrar bases militares en EEUU no tiene el apoyo de los republicanos que defienden el sentido de pertenencia y significado socioeconómico de las bases militares que ubican en ciertos lugares de EEUU. Este debate es similar al que hubo en Puerto Rico (PR) por el cierre de las bases de La Marina en Vieques y en Roosevelt Roads, Ceiba.

Una base militar hace la diferencia en algunos condados, municipios o estados, porque genera una economía que no se sostendría si cerraran las bases de sopetón y sin un plan para sustituir el cierre con un nuevo sector económico. Vieques, Ceiba y los municipios vecinos sufrieron un deterioro económico y fiscal a raíz del cierre de las bases navales.

Para John McCain, senador republicano por Arizona y presidente del Comité de las Fuerzas Armadas, el gasto militar debe aumentar paulatinamente hasta llegar a $800 billones en el año 2022. El Senado federal puede ser el escollo al plan de presupuesto de Trump, no porque sea excesivo, sino porque hay republicanos que prefieren un gasto mayor.

Los intereses de los republicanos y demócratas que favorecen una milicia fuerte y más intervencionista chocan con los de republicanos y demócratas que adoptan una política más aislacionista o de no intervención. Cuando se trata del gasto militar y del uso de la milicia, no se debe suponer que un partido es más o menos intervencionista que el otro. La diferencia la puede hacer la figura del presidente.

Barack Obama tendió hacia el “liderazgo desde la retaguardia”, el uso de organismos supranacionales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para justificar intervenciones militares (en Libia), el armar a rebeldes y realizar “guerras” por proxy (en Siria), el apoyar a líderes o movimientos que querían derrocar a regímenes en el norte de África y en Oriente Medio y pedir disculpas por el lanzamiento de las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki y por otras intervenciones históricas de EEUU. También, liberó a presos acusados por terrorismo que estaban recluidos en la base de Guantánamo, algunos de los cuales reincidieron y realizaron otros ataques terroristas. Además, sostuvo una política de no nombrar al islamismo radical y de desmoralizar a la milicia de EEUU representándola como imperialista. Redujo el gasto militar en equipo tecnológico y atrasó a los EEUU en el desarrollo de navíos, aviones de combate y otras tecnologías.

Trump tiene otro acercamiento que pone a “EEUU primero” y persigue “devolver la grandeza y poderío” que alguna vez tuvo la Nación. Nombra al islamismo radical y le declara la “guerra” al Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés). No pide disculpas por las acciones de EEUU, pues las pone en contexto histórico; no considera que la lucha contra el nazismo, el comunismo, el islamismo radical, entre otras ideologías autoritarias, amerite una disculpa. Favorece el uso de la tortura y el contrarrestar todas las formas de terrorismo, incluso el ciberterrorismo. Obama y Trump son dos mundos aparte.

No es casualidad que Trump tenga el apoyo de muchos militares, veteranos y generales. Su gabinete incluye a varios generales retirados, como John Kelly, Secretario de Seguridad Nacional de EEUU (Secretary of Homeland Security) y James Mattis, Secretario de Defensa de EEUU.

Por otra parte, para cumplir con los aumentos propuestos sin faltar a la responsabilidad fiscal, Trump redujo el gasto en “ayudas internacionales” y las asignaciones a organizaciones supranacionales como la ONU.

Las Naciones Unidas perjudicaron su relación con Israel y con EEUU al aprobar la Resolución 2334, del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que sirve como una postura a favor de Palestina y en contra de Israel relacionada a los asentamientos israelíes en territorios en disputa. Esta resolución se aprobó un mes antes de que Trump juramentara como presidente de EEUU, el 23 de diciembre de 2016. Obama pidió a la embajadora de EEUU ante la ONU, Samantha Power, que se abstuviera durante la votación. No usó su poder de veto. Le hizo daño a Israel y a la administración de Trump en el periodo de transición entre las elecciones y la juramentación del nuevo presidente. La ONU ahora pagará el precio por sus movidas político ideológicas y por servir como un frente político que autoriza intervenciones militares disfrazadas con el término “No Fly Zone” (zona de exclusión aérea).

La ONU es una de las herramientas que utilizó la ideología globalista para adelantar su agenda. Obama le sacó provechó. El costo político de la derrota de Hillary Clinton será significativo para las arcas de la ONU, pues EEUU es el estado que más aporta a este organismo.

El mensaje de Trump fue claro desde su campaña sobre anteponer los intereses de EEUU primero y dejar de gastar en exceso en “ayudas internacionales” a organismos que adelantan otras agendas y que benefician los intereses de estados que aportan muy poco. El mensaje de Trump es que los estados miembros de la ONU deben aportar más. Lo mismo le indica a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN); los estados europeos que pertenecen a la misma y que se benefician de la seguridad provista por EEUU, deben aportar más.

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