La ira es cosa mala. Llega con odio, enfado, rabia y descontrol.

El mismo paquete puede incluir una negación vehemente de la verdad, impaciencia con los procedimientos de la ley, deseo de venganza, así como fanatismo desenfrenado que muchas veces incluye el deseo de hacer mal a otros. Todos esos  ingredientes, sumados a la intolerancia pueden desembocar en homicidios, linchamientos; y, en casos extremos, en genocidio.

Dante describe a la ira como un “amor por la justicia, pervertido a venganza y resentimiento”.

No soy quien para juzgar ni condenar. No me interesa entrar en polémicas legales. Pero tampoco soy persona de quedarse callada. Hay hechos que apuntan a realidades obvias. El que es culpable, culpable es; y que pague por sus delitos. Quiero creer en la Justicia. Que el dinero no compre perdones porque no existen lingotes de oro que le devuelvan la vida a la víctima; ni la honra, el consuelo, ni la serenidad a los familiares.

A partir de hoy acelerarán su ruta hacia los tribunales “casos sonados” que quedan sin resolver. Apostaría que en el “fast track mode”.

¿Cuál será el próximo en fila?

Deseo con todo mi corazón que triunfe la verdad por sobre la impunidad fuera de ambiente circense. Y que al final, cuando la justicia terrenal llegue a la conclusión que sea, que no parezca el patético final de un evento boxístico.

Es un espectáculo desgarrador para los familiares. Es un ejemplo asqueroso para las nuevas generaciones que tratamos de levantar. Después de ayer, ¿cómo serán los próximos eventos en los tribunales?

Respeto la Vida; pero sin que los colmillos babosos, afilados y hambrientos del morbo por la  sangre fresca opaquen la cordura al momento de defenderla.