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La Navidad después de María

Ya monté con mucho esmero mi árbol de Navidad junto al tradicional nacimiento que en ésta época se pasea por nuestras salas. No lo puse porque esté uniéndome a los vaticinios de la prensa de que la economía mejorará gracias a las ventas de esta época ni mucho menos porque esté celebrando el aterrador black Friday, nunca lo he auspiciado y mucho menos ahora. Lo pusimos porque sentimos -mi esposo yo- que hay un nuevo significado en la celebración navideña que se avecina.

El día del black Friday en lugar de ir de compras conforme a la propuesta de consumo desmedido que el sistema capitalista nos hace en esta época, me fui al barrio a compartir pavos. Tuve la oportunidad de ver tantas sonrisas al igual que rostros de agradecimiento por el pavo que les llegaba a sus casas y que no habían tenido la oportunidad de comer en el día de acción de gracias. Esos rostros de auténtica alegría no se ven ni muchos menos se compran en las tiendas.

Llevo seis semanas en la calle, con las comunidades afectadas por la tormenta -que en realidad somos todos los puertorriqueños- sintiendo en la piel y el corazón el dolor de tantas personas que han visto caerse lo poco que habían levantado con tanto esfuerzo. Acompañando en algunos lágrimas de desolación y en otros sonrisas de esperanza.

En este caminar he tenido profundas reflexiones sobre lo verdaderamente valioso de la vida y lo que es la fuente de la felicidad.  María nos llevó muchas cosas y nos ha dado la oportunidad de soltar esquemas y paradigmas que nos mantienen atados a lo material. Los que perdieron todo me han enseñado lo que significa el levantarse. Me han mostrado lo que es la verdadera fuerza -manantial- que poseemos y que se manifiesta en las mayores pruebas de la vida.

Los pobres siempre estarán entre nosotros -dice un versículo de la Biblia- ahí han estado en un país que ha vivido en la ilusión de progreso y se ha olvidado de atender las necesidades de la gran mayoría de su población. Durante estas semanas han sido muchas las iniciativas para ayudar a nuestros hermanos, benditas sean todas. Pero ahora es que toca enrollarnos las mangas para atender lo medular que ha quedado reflejado en los 200 mil que perdieron los techos, el empobrecimiento en el que viven demasiados puertorriqueños.

El pesebre y la estrella nos muestran desde hace dos mil años una opción preferencial por los pobres. Los que nos decimos cristianos y todos los seres de buena voluntad podemos aprovechar este tiempo -con luces o sin ellas en nuestra decoración- para preguntarnos de qué se trata la Navidad, a qué nos invita  el pesebre. Y sobre todo preguntarnos si seremos capaces de seguir la estrella y optar por lo que el niño Jesús optó: nacer y vivir entre los menos privilegiados.

Esta Navidad estará llena de regalos si nos permitimos encarnarla desde los que siguen viviendo sin electricidad, agua, techo, escuelas o trabajo. Sobre todo si nos permitimos salir al encuentro de nuestros hermanos boricuas y celebrar con espíritu solidario -compartiendo lo que somos y poseemos-  la Navidad después de María.

 

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