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El mejor regalo, un pañuelo

Para algunos soy madre, para otro no. El caso es que para estas fechas en se celebran las madres, recibo llamadas y felicitaciones de quienes de alguna forma han descubierto mi maternidad que se ha hecho servicio.

También para estos días recibo regalos y me aprovecho con mi esposito para chantajearlo para que me consienta más de lo que suele.

He estado pensando en un regalo especial que deseo y  que es posible que a nadie se le ocurra regalarme. Se trata de un pañuelo. Sí, un pañuelo. Hace un tiempo estuvimos conviviendo durante una semana con un cura jesuita que nos visitó desde otras tierras. Este hizo que me llenara de envidia ante el ritual que sostenía con un pañuelo que lo acompañó en cada actividad, paseo, taller que realizamos. Mientras íbamos de un lugar a otro me iba describiendo las múltiples virtudes y usos del pañuelito y como había sido su compañero de viaje a diversos lugares. 

De momento me pareció que el pañuelo podía ser uno de esos objetos que sirven para muchas de las cosas para las que tenemos variedad de objetos. Por ejemplo me contó como con el pañuelo se ha bañado y se ha secado. El día que fuimos a pasear a San Juan lo uso al cuello para protegerse del sol mientras caminábamos por las calles de nuestra ciudad capital. Luego lo uso para secarse el sudor. En algún momento también se lo puso en la cabeza. Lo utilizó de servilleta para limpiar la camisa cuando se le mojó con un helado de coco. Lo guardaba fácilmente en el bolsillo del pantalón pues no ocupaba gran espacio.

En la noche lo lavaba y como se secaba con facilidad  a la mañana siguiente lo volvía a empacar en sus cosas para el día. El pañuelo le sirvió  para cuando lo trató de agarrar un catarro de esos que a todos nos atacan en Puerto Rico. Un día se le extravió  y  pude ver su  tristeza ante la perdida y luego el rostro de felicidad cuando lo encontramos en el vehículo esperándonos. El pañuelo también fue testigo de toda la vida compartida, las conversaciones, la puesta en común de las esperanzas del trabajo por nuestros pueblos. La alegría y la fiesta de celebrar que desde lugares diversos seguimos apostando al amor como única respuesta.

Junto con el pañuelo el cura trajo en su equipaje, ropa para ofrecer talleres y para pasear, abrigo, chanclas, computadora, un libro, los obsequios que me trajo y sus artículos de uso personal. Todo en una mochila relativamente pequeña. Cuando me mostró su equipaje me abochorné ante todo el  equipaje que suelo cargar cuando voy a cualquier lugar por más de una noche.

Estoy segura que si las lágrimas que se asomaron cuando despedí a nuestro visitante  en el aeropuerto hubieran salido, el pañuelo hubiera hecho su última aparición antes de partir hacia nuevos rumbos.

Mirando en la prensa el chorro de ofrecimientos para celebrar el día de las madres. Observado los rostros de tristeza de nuestra gente ante la crisis económica que no permite seguir el juego de las ventas. Me pregunto si no será un buen regalo un pañuelo o algo similar que rompa los esquemas tradicionales, junto con una buena dosis de alegría, abrazos, canciones y mucho amor para nuestras madres. Ojalá algún día me libere, nos liberemos y de viaje nos burlemos de toda la trampa comercial que nos ronda en estos días. 

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