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El enigma de Donald Trump

Un enigma es algo inexplicable.

Y de eso mismo se trata Donald Trump. Eso lo hace inmune a críticas.

Hasta el momento, ha tomado decisiones que van desde nombramientos de gabinete, precisamente inexplicables, hasta expresiones halagadoras sobre Vladimir Putin, el lider más odiado en su América.

En sus tweets, Trump justifica todo lo que dice y hace, no importa de donde vengan las críticas, y eso incluye todo el aparato de inteligencia de los Estados Unidos. Sus monaguillos acentúan con fuerza sus planteamientos, y su presencia ante las cámaras de la televisión sigue tan vigente como lo fuera desde que anunciara su candidatura en junio del 2015.

Su romance con Putin mortifica a todo el liderato de su partido, que considera al presidente ruso un gangster de la política. El sólo pensar sobre la posibilidad de que Putin haya ordenado una intervención cibernética en los procedimientos electorales de Estados Unidos para propiciar el triunfo de Donald Trump, enferma a la sociedad norteamericana y ridiculiza a sus gobernantes.

Pero aprovecho el ambiente de lo ridículo para tirotear el enigma de Trump en lo que concierne la construcción de esa maldita muralla que todavía promete levantar entre México y los Estados Unidos.

“We will build that wall”. El hombre habla de unos 3,800 kilometros de largo por -digamos- 15 pies de alto. ¿Costo? Adelante ingenieros. ¿Quiénes pagan por esa barbaridad? Y le llamo barbaridad, porque pasaron ya los tiempos de separar civilizaciones. Además ya los mexicanos dijeron que no pagaban un centavo de ese proyecto anti inmigrante.

Todos los días Trump promete controversias como su intención de eliminar el Obamacare. Y los asegurados advierten preguntando “¿Y con qué se sustituye ese proyecto salubrista?” ¿O es que quedarán desprotegidos millones más de hombres y mujeres “americanas”?

Y su trato agresivamente hostil hacia la República Popular China, ni los chinos lo entienden. Ahora le acaba de pasar la papa caliente de una Corea del Norte nucleariíada, precisamente a la China que, según Trump, tiene fuerza militar suficiente como para monitorear y controlar los exabruptos bélicos de Kim Jong-un. Todo esto mientras la Corea del Sur capitalista convulsa por la recién descubierta corrupción gubernamental.

Nosotros, los puertorriqueños nada tenemos que ir a buscar a ese circo de Donald Trump, donde las minorías harán el papel de los elefantes, los leones y los payasos. Arropará la tristeza que provoca el maltrato de la indiferencia a quienes, cuando le repartieron un pedazo de ciudadania “americana” el 2 de marzo de 1917, se creyeron y todavía creen ,que eso los hacía 100% “americanos”. Los afectos entre hombres y países no se legislan. Surgen de la afinidad cultural que, entre yanquis y boricuas, comienza por unos “buenos dias” o un “good morning”. Entenderse en la palabra facilita la amistad y la paz.

Para los trumpistas, el puertorriqueño es tan emigrante como el mexicano, o cualquier latino. Imaginarse otra cosa es puro espejismo de un colonizado.

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