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YO NO FUI

En la mañana del  14 de julio del 2012 lospuertorriqueños fuimos impactados por una noticia que, si bien fuetrágica y muy lamentable, no se hubiera difundido en los medios nicomentado ad nauseam de haberse tratado de un asesinato involucrandoa personas desconocidas o de clase media baja o pobre.

Ese día, Carmen Paredes, de unos 45 años, mujer ymadre de dos adolescentes, fue encontrada acribillada a balazos en suresidencia de Guaynabo. Su muerte fue reportada por su esposo PabloCasellas, hijo del juez Salvador Casellas. He ahií el detalle quedetonó una bomba publicitaria.

Era de anticiparse que la prensa y todos losmedios de comunicación del país habrían de cebarse sobre el sucesoconvirtiéndolo en asunto de primeras planas, día tras día ysemanas tras semanas. Ese es el precio que pagan las figuras públicaspor el reconocimiento que se ganan y reciben de la comunidad en queviven. Por eso,  ni los acusados o sus allegados, como tampocosus abogados deben pretender que el asunto se hubiese tratado como un caso común de personas anónimas o  de escasos recursoseconómicos.

Una cosa es la ley y su letra mientras otra es elsentimiento alborotado de asombro e indignación que semanifiesta en un ‘pueblo’ que espera mejor ejemplo de quienes hansido favorecidos por una mejor educación y una  crianzaacomodada.

Pretender que los medios de comunicación noaprovechen la ocasión para saciar el interés  de una sociedadsaturada de violencia. interés que raya en el sadismo, es puraquimera. Atrae la atención de las mayorías la atrocidad del crimeny la importancia de los protagonistas y sus familias.

De mi parte, les confieso que trato de evitarescribir y comentar sobre crímenes aunque, como a la mayoría de lagente, éste me impactó, particularmente por tratarse de una mujerobviamente indefensa y la crueldad  del asesino al balearlatantas veces. Pero no es eso lo  que  motiva estacolumna.

Me indignó el final; el que fuera televisado.

Se le hace un gran daño al sistema de dispensar lajusticia  al permitir que el proceso judicial se televise a todoel  país  al estilo de sainetes jurídicos con libretoscargados de vulgaridad y pura ficción.  Y colmó la copa de lainsensiblidad y el mal gusto permitir que culminaran casi dos añosde extravaganza publicitaria transmitiendo , en vivo y a todo color,el momento en que el Juez Ramírez Lluch dicta sentencia a Pablo Casellas luego de que un jurado de doce personas votaron suculpabilidad por un 11 a 1. Más aún sabiendo que la sentencia nopodía ordenar menos de 99 años de encarcelamiento.

Eso es traficar con el dolor humano.

No obstante, el día en el que se dictaría elcastigo a Casellas se anunció como algo espectacular.

Hubo mucho morbo en ese último acto.

Pero también hubo unas declaraciones del convictoque leyó dando la impresión de que fueron cuidadosamentepreparadas por sus abogados, profesionales de reconocido talento. Sinembargo, fue sorpresa intrigante, el que Casellas, ante el juez,además de declararse inocente y objeto de una injusticia, aludiera atres o cuatro supuestos sospechosos de haber matado a su esposa einsinuando que tenían motivos para hacerlo.

El “yo no maté a mi esposa Carmen” de Casellas fue visto y escuchado por cientos de miles detelevidentes.

Nuestro tribunal supremo se equivocó al permitirque se televisara ese momento, obviamente humillante para elcondenado pero también agobiante para quienes creyeron y creen queel jurado compuesto por doce puertorriqueños hizo justicia.

No volvamos a convertir un juicio por asesinato en un carnaval.  

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