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De bruces en Cambridge

 

Como crónica de una muerte anunciada, caí de bruces al suelo. Los tobillos me traicionaron. Estaba lloviendo y tropecé fatalmente. Sentía la sangre a borbotones. Se me ha partido un labio. ¿Qué voy a hacer?—pensé—En una cuidad tan ajena.

Estoy en Cambridge visitando a una amiga que acaba de comenzar en su puesto como profesora.

Llego a la casa y me pongo casi una libra de triple antibiótico Neosporin, que traigo en la maleta.

Me levanto al día siguiente, ante el espejo noto que la herida parece infectada. El antibiótico no me ha hecho efecto. Mi amiga observa la herida y me sugiere que vayamos a una farmacia. El pus y la sangre seca en el labio la impresionan. Tengo pinta de haberme involucrado en una pelea callejera.

Vamos a la farmacia y la farmacéutica me indica que vaya a un doctor. En lo primero que pienso es en el cambio de moneda, las libras esterlinas están carísimas en comparación con el dólar. No tengo plan médico desde que pasé a una mayoría de edad y dejó de cubrirme el privado que tenía mi mamá. La última vez que acudí a una sala de emergencias en la ciudad de Nueva York me cobraron casi quinientos dólares por darme una pomada y un rollo de gasas.

Hago los arreglos pertinentes y llego a la sala de emergencias en Chester Road. Al cabo de una hora, me llaman. Le muestro al doctor el tubo de Neosporin. Lo mira como si se tratase de un remedio medieval casero. Me receta un medicamento más fuerte. Un antibiótico que debo tomar cuatro veces al día con el estómago vacío. Nota mi acento y aprovecha para preguntarme por mi lugar de origen. Le cuento que estoy haciendo trabajo de investigación en Londres. Nos despedimos. Me dirijo al mostrador con mi cartera en la mano, resignada a pagar la cantidad, que imaginaba exorbitante, por la consulta médica.

Pregunto cuánto debo. Sorpresa en la mirada de la asistente. Me observa un tanto ofendida. Me contesta que obviamente no tengo que pagar nada. “Esto es asunto de salud y por eso no se paga”, agrega. Comprendo que ambas nos encontramos en el mismo lugar pero dentro de paradigmas opuestos. Yo cargo con el mindset de la salud privatizada mientras que ella contempla la salud garantizada para todos.

Me quedo pensando en el suceso y en lo aliviada que me siento. Es la primera vez que experimento la sensación de ser cobijada por el estado en asuntos médicos.  De hecho, por un estado que ni siquiera es el mío y al que no le pago impuestos anuales. Sentí que cuando acudí al médico soy una paciente, no una consumidora.

Ciertamente, la salud gratuita no es negocio para las grandes compañías, que siempre están al acecho.

Actualmente, al igual que otros servicios básicos como la educación, el sistema de salud gratuita en Inglaterra se encuentra amenazado por retóricas que acentúan el alza en los impuestos y el déficit. Sabemos que este tipo de propaganda no es exclusiva del contexto inglés, sino que se extiende globalmente. Son muy comunes frases como “reinventar el sistema” o “promover la auto-sustentabilidad” de los servicios básicos. Te venden la teoría de que la única solución es la privatización de dichos servicios para “garantizar la calidad” de los mismos.

Tampoco es que el sistema de salud inglés sea perfecto. Pero está ahí, disponible. Porque nadie sabe cuando tendrá una emergencia. O cuando alguien cercano o desconocido la tenga. Se trata de la salud y tampoco es que uno decida enfermarse.

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