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Las cosas por su nombre

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El diseño

Es de esos bolerazos de los que se dice, no sin cierta picardía, que son “para bailarlos en una sola loseta”. Dice así: “Cada vez que te digo lo que siento, tú siempre me respondes de este modo: deja ver, deja ver, si mañana puede ser lo que tú quieres. Pero así van pasando las semanas, pasando sin lograr lo que yo quiero. Si tu dios, es mi dios, ¿para qué son esos plazos traicioneros? Son traicioneros, porque condenan y me llenan de desesperación. Yo no sé si hoy me dices que mañana, porque otro me robó tu corazón”.

Se llama ‘Plazos traicioneros’, lo escribió en el 1953 el prolífico compositor cubano Luis Marquetti (1901-1991) y lo ha cantado, sin exagerar, medio mundo, desde Vicentico Valdés y Joe Valle, hasta Celia Cruz y el rey del guaguancó callejero, el ponceño Héctor Lavoe, a quien alguna vez se le ha atribuido erróneamente la autoría del clásico en cuestión.

63 años después de que fuera escrito, popularizado y eventualmente inmortalizado, otra vez está sonando fuerte, esta vez en voz nada más y nada menos que de todo un pueblo, el que llaman borinqueño, que lleva mucho tiempo cantándoselo al Congreso de Estados Unidos, del que espera una manita que le ayude a salir del laberinto de la agobiante crisis fiscal, que se acerca aceleradamente a un desenlace apocalíptico, ya mismo, en julio. En ese mes faltará el dinero para los pagos que, dice la Constitución, tienen que hacerse aunque sea a costa de las medicinas, las escuelas y los bomberos.

Hasta ahora, la respuesta de Rob Bishop, presidente del Comité de Recursos Naturales de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, ha sido (imagínelo en la entonación de Vicentico Valdés): “deja ver, deja ver, si mañana puede ser lo que tú quieres”. Y nosotros respondiendo a coro: “pero así van pasando las semanas, pasando sin lograr lo que yo quiero”.

Relajo aparte, es verdaderamente trágica la situación en la que está el país, que se metió en una deuda que ahora no tiene cómo manejar, cuyo cumplimiento ha dinamitado la economía y vuelto prácticamente inútil a un estado que ya de por sí era cojo y tuerto. El país carece de los mecanismos para enfrentar por su cuenta esta amenaza, debido a que está sujeto a los poderes plenarios de ese mismo Congreso que lleva dos años dándole largas a este asunto.

El Gobierno de Puerto Rico intentó que se le diera acceso a las disposiciones de ley de quiebras federal de las que gozan otras jurisdicciones de Estados Unidos, y de las que el Estado Libre Asociado fue excluido sin que nadie haya podido explicar por qué y en Washington no le hicieron caso. El Gobierno creó su propia ley de quiebras ya que allá no se inmutaban, una corte de Estados Unidos aquí la declaró inconstitucional, se apeló al Supremo federal y seguimos esperando por la determinación y desesperando por la marcha inexorable que llevamos hacia la hora cero.

Se metieron en el Congreso a redactar una ley que la prensa de allá irónicamente llama “de rescate”, que, a pesar de la desesperación con la que se la aguarda aquí, se le aplicó en el Congreso, otra vez, la doctrina de los plazos traicioneros. Y esa ley, si algún día es presentada, no se sabe en qué va a parar porque viene con defectos de nacimiento: los demócratas quieren que incluya mecanismos de reestructuración de la deuda y los republicanos no, por lo que es muy probable que termine en un tranque.

Para colmo, esa ley incluye una junta de control fiscal que tirará abajo como castillo de naipes lo poco que hay de democracia aquí y, por otro lado, no incluye lo que de verdad más falta hace, que es algún mecanismo de desarrollo económico. Por más que hablen los políticos, mecanismos de desarrollo económico son muy difíciles de identificar desde aquí porque nos aplican incontables leyes federales contributivas, de comercio, ambientales, laborales, todo lo que se le ocurra.

En lo de desarrollo económico, los congresistas respondieron con lo que parece un chiste de mal gusto: otra comisión más para estudiar la economía de Puerto Rico. Es que de verdad, la sensación que da es que nos ven al borde del abismo y nos están empujando por la espalda para que acabemos de caer.

¿Por qué pasa esto? Nadie sabe, pero muchos lo imaginan. Hay dos teorías principales. La primera se lo atribuye a las inimaginables cantidades de dinero que están repartiendo en Washington y aquí los fondos buitres para que se obligue a Puerto Rico a pagar cada centavo en los mismos términos en que los tomó prestados.

La segunda, que es la más interesante, es lo que algunos han empezado a llamar “el diseño”.

¿Qué es “el diseño”? Pues es una teoría que están soltando por lo bajo algunas personas, unas con horror, otras con éxtasis, que indica que todo esto responde a un plan, a un diseño, de Estados Unidos para ir preparando a Puerto Rico para la separación. El presidente del Senado, Eduardo Bhatia, lo insinuó con bastante claridad en una reveladora entrevista que dio a este periodista y que fue publicada el viernes en este diario.

“Hay gente en el Congreso de Estados Unidos, y en la administración, que quisieran ver a Puerto Rico como parte de la comunidad de naciones. No lo dicen abiertamente, pero en privado te dicen que Puerto Rico debería ser como Panamá”, dijo Bhatia, quien asegura haberle oído tales cosas a “gente muy seria y muy poderosa en Estados Unidos”.

El que dos más dos sean cuatro es lo que tiene a gente en Puerto Rico dándole crédito a la teoría del “diseño”. Se suma y, es verdad, los números cuadran: el silencio sepulcral con el que Washington respondió a la victoria de la estadidad en la consulta de 2012; el desdén con el que se ha tratado todo el tema de la crisis fiscal; las expresiones oficiales del Procurador General de Estados Unidos sobre el carácter indudablemente colonial del ELA; la propuesta de la junta de control fiscal y el súbito enamoramiento con la vecina isla de Cuba.

“Porque otro (Cuba) me robó tu corazoooooón”, quizás es entonces la línea más importante de ‘Plazos traicioneros’.

(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay, Facebook.com/TorresGotay)

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